Mentiras, imprecisiones

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Editorial UCA
16/03/2016

El Salvador no se enderezará a base de mentiras; el problema es que los partidos políticos casi no producen otra cosa. Algunos acontecimientos recientes dan ejemplos claro. Desde diferentes espacios se ha defendido el diálogo con las pandillas como una oportunidad para buscar caminos de solución a la violencia. Sin embargo, la tendencia a la mano dura ha minado cada vez más las posibilidades de entendimiento. La famosa tregua se ha convertido en tema de condena universal. El partido que antes la apoyaba ahora la rechaza. Y los que siempre la condenaron ahora parece que se acercan al concepto de tregua o, al menos, de negociación.

Pero más allá de las condenas y las acusaciones, todos los partidos, o al menos buena parte de sus miembros, tienen contactos con pandilleros. Una diputada se quejaba públicamente, antes de las pasadas elecciones, de que tenía que pedirles permiso para entrar en ciertas zonas de la capital. Recientemente, salió a la luz un video en que el alcalde de Ilopango y un prominente miembro de Arena aparecen dialogando con un grupo de mareros. A pesar del rechazo público a la tregua, muchos se reúnen con ellos. Pagar por entrar u operar en ciertas zonas, algo a lo que con mucha frecuencia se ve obligada la empresa privada, no se puede llevar a cabo sin un diálogo previo, por mínimo que sea.

Al mismo tiempo, abundan las imprecisiones al abordar el tema de la inseguridad, de suyo tan delicado. Recientemente se comenzó a discutir la posibilidad de instaurar un estado de excepción. El vocabulario fue variando al ritmo de las protestas y ahora se habla de “medidas excepcionales”. Además, se ha vuelto a insistir en que en el recuento de homicidios no hay que contar a los muertos que pertenecen a las pandillas, como si estas no fueran parte del problema social y cultural de El Salvador. O como si sus muertos no fueran seres humanos.

Este manejo impreciso y cambiante del vocabulario no hace más que complicar la situación, oscurecer la problemática y dificultar la búsqueda de soluciones. Hasta hace poco había gente e instituciones que defendían la necesidad de una comisión internacional contra la impunidad en El Salvador. Si consideramos el homicidio un delito más grave que la corrupción, por lógica deberíamos también pedir la intervención de las Naciones Unidas en un proceso de pacificación. Pero evidentemente esto no parece, al menos de momento, políticamente correcto y solo se solicita lo que puede servir como instrumento para atacar al enemigo político.

Desde este espacio hemos insistido en que El Salvador necesita de mucho diálogo para salir adelante en medio de sus problemas. Sin embargo, para que el diálogo sobre la violencia sea fructífero, es necesario cumplir con algunos requisitos. El primero de ellos, contar con un análisis de la problemática, a fin de tener un punto de partida común. Aunque estudios sobre la violencia los hay en abundancia y no debería ser difícil llegar a bases de consenso, los intereses de grupo, poder o partido predominan sobre la razón y la claridad mental.

El segundo requisito es tener una clara voluntad de conseguir la paz social. Aparte de que se regatean los medios para conseguirla, permanece con fuerza en nuestra sociedad una cultura machista, violenta y encubridora de la violencia que suele responsabilizar a las víctimas de su propio sufrimiento. Paralelamente, sobran las declaraciones pomposas que exaltan valores que rara vez se aplican en la realidad. Declaraciones que con frecuencia tienen como objetivo disimular los propios fallos y responsabilizar de todos los errores al grupo contrario.

Estos no son todos ni mucho menos los únicos problemas del diálogo en El Salvador. En lo que queremos insistir es en que todavía no se ha llegado a los niveles de consenso necesarios para enfrentar la violencia que nos sofoca. La mentira, la imprecisión en el lenguaje y en las propuestas, la demagogia política, el afán de desprestigiar al rival, los egoísmos de grupo son obstáculos monumentales para emprender un diálogo franco y constructivo. La victoria ideológica, económica o política de unos sobre otros no sacará al país del marasmo, la angustia y la brutalidad predominantes. Solo el diálogo permitirá alcanzar acuerdos que toquen a fondo la problemática sobre la que está montada la violencia.

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