El domingo pasado se celebró el 40.° aniversario de la muerte del P. Rutilio Grande, quien desde mucho tiempo antes de su asesinato exigía, con el Evangelio y la Constitución en la mano, un El Salvador transfigurado, sin pobreza, sin desprecio por el pobre, preocupado y con capacidad de brindar apoyos y oportunidades a todos. Su asesinato conmocionó a monseñor Romero, lo que inició una historia de tensiones entre el arzobispo y los poderes tradicionales del país. Tensiones que llegaron a su máxima expresión el 24 de marzo, tres años después. Con Rutilio Grande fueron asesinados también un joven, Nelson Lemus, y un adulto mayor, Manuel Solórzano, que lo acompañaban en su ejercicio pastoral y que hoy van junto con él camino de los altares.
Simultáneamente, este 12 de marzo monseñor José Luis Escobar dio a conocer su segunda carta pastoral, en la que da cuenta de un gran número de salvadoreños que entregaron su vida desde el servicio a los oprimidos. Mártires que manifestaron la fuerza del Evangelio y la presencia de Jesús resucitado entre nosotros. Por eso, en el 40.° aniversario de Rutilio y en el año del centenario del nacimiento de Óscar Arnulfo Romero, monseñor Escobar celebra a todos los mártires del país y hace una importante reflexión sobre su significado. No solo menciona a una serie de religiosos, monjas, sacerdotes y obispos, sino que hace énfasis en “los innumerables laicos que ofrendaron sus vidas por la vivencia encarnada de la fe, que se tradujo en defensa de los derechos fundamentales del ser humano, especialmente de los más pobres; en defensa de la verdad; y, sobre todo, en la promoción de la justicia como signo del Reino”. Hace referencia, además, “a los innumerables confesores que sufrieron persecución, tortura o represión sin renegar nunca de su fe”.
Los mártires, en realidad, son parte constitutiva de la identidad nacional, más allá de que algunos continúen empecinados en ensalzar como héroes o prohombres a una galería de oligarcas, explotadores, dictadores o personas con las manos manchadas de sangre ajena. Lo que caracteriza al pueblo salvadoreño de las últimas décadas es su capacidad de resistencia en la búsqueda de verdad, justicia y desarrollo compartido. A pesar de los golpes, la propaganda e incluso los fracasos, el espíritu de los mártires resistente al mal resucita y resurge en la gran mayoría de nuestro pueblo, que desea pleno respeto a los derechos humanos, educación de mayor cobertura y calidad, sistemas de salud y pensiones que traten a todos por igual, en un medioambiente sano, con acceso universal a agua potable.
En este mes de mártires, la Iglesia encabezó una marcha hacia la Asamblea Legislativa para solicitar la pronta aprobación de una ley contra la minería metálica. La apertura y receptividad de las fracciones legislativas, que recibieron de manos del arzobispo de San Salvador las más de 30 mil firmas recogidas en muy pocos días, muestran que la herencia de los mártires pesa. Las palabras de casi todos los representantes de partidos fueron afectuosas y prometedoras. A nivel general, solo alguno que otro miembro de las familias que antaño persiguieron a los defensores de los pobres y fomentaron el asesinato como medida de fuerza se atrevieron a llamar acto político a la entrega de firmas y del anteproyecto de ley; una entrega que da continuidad a la tradición martirial de búsqueda del bien. En este mes de mártires, volquemos nuestras energías en el seguimiento de esos valores generosos que permanecen vivos en gran parte de los salvadoreños.