Miércoles de Ceniza

14
Editorial UCA
18/02/2015

La celebración del Miércoles de Ceniza tiene en El Salvador una participación multitudinaria. Mueve personas hacia las iglesias, a pesar de ser un día laboral, e incluso tiene eco en los medios de comunicación. Aunque en un tono menor, es una de esas jornadas en que la actividad religiosa se vuelve masiva, como en la Semana Santa o en el Día de los Difuntos. Por eso mismo es importante reflexionar y preguntarse el porqué de esta costumbre piadosa. Aunque es cierto que muchos lo hacen por tradición o por costumbre, las razones de fondo, que pueden ser distintas en cada lugar, deben ser pensadas y expuestas para evitar así toda sombra de resabios puramente costumbristas o incluso mágicos.

La ceniza hace referencia a la vulnerabilidad del ser humano, a su debilidad e inconsistencia, a lo rápidamente que se pasa la vida. Remite al sentimiento de retorno a la nada, al polvo, que despierta la muerte. Pero al mismo tiempo, en la liturgia de este miércoles, la ceniza que somos se abre al creador, al Dios que ama a sus criaturas, sustenta sus vidas y las puede mantener en plenitud incluso más allá de la muerte. La ceniza es en ese sentido una llamada a la esperanza, a poner la confianza en Dios en vez de convertir en ídolos aquellas realidades creadas que nos puedan dar seguridad, como el dinero, el poder, la fama o el conocimiento, pero que desaparecen con la muerte.

Esta confianza radical en Dios no nos aleja del mundo ni nos lleva a rechazar lo creado. Al contrario, nos lanza a encarnarnos y solidarizarnos con todo lo humano y humanizante. La ceniza se impone al comenzar el plazo de cuarenta días previos a la fiesta cristiana más importante, cuando celebramos la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Y en él, en Jesús, festejamos la plenitud de lo humano. La plenitud del hombre libre que ama a pobres y marginados, que libera a los oprimidos por cualquier tipo de enfermedad o egoísmo, que conoce las causas del pecado y que prefiere acercarse a débiles y pecadores, mostrándoles caminos de conversión y dignificación humana, en vez de frecuentar a quienes se creen perfectos desde sus posiciones de dominio, seguridad o poder. Celebramos a Jesús como camino, verdad y vida en el amor generoso y universal, como palabra definitiva de Dios a la humanidad, precisamente para mostrarnos lo humano en plenitud.

En El Salvador, la imposición de la ceniza debe llevarnos siempre a rechazar las idolatrías imperantes. No podemos ser cristianos y pensar que cuanta más capacidad de consumo tengamos mejores personas seremos. Más bien, compartir lo que uno es y tiene es lo que nos hace humanos. No podemos llamarnos seguidores de Jesús de Nazaret y ser simultáneamente partidarios de la violencia, sea esta estructural o el resultado de la ambición y la fuerza bruta. No podemos comulgar el pan del resucitado y pasar indiferentes ante los crucificados de este mundo, cuando no hacernos cómplices de los verdugos. La ceniza es signo de retorno a Dios y simultáneamente de retorno al hermano. Es también signo de renuncia a vivir como si Dios no existiera y del deseo íntimo y profundo de seguir el camino de Jesús, el Señor. Ese camino que es diálogo y paz con justicia, que es compromiso de fraternidad, que es trabajo constante de construir un mundo más humano, en el que las instituciones y las estructuras de convivencia garanticen la dignidad y los derechos de todos. Pongámonos la ceniza, pero pensemos en por qué y para qué lo hacemos.

Lo más visitado
1
Anónimo
18/02/2015
10:51 am
Son manifestaciones exteriores de religiosidad, a veces vacía, a veces llena de fariseismo. Nada me hace mas cristiano que meditar y encarnar el evangelio de Jesus en el conflicto social comunitario. Todos lo demás es pura manifestación ritual.
0 2 3