Recientemente llegó a los tribunales un caso más de victimización de una joven mujer por quien fuera su novio durante algunos meses. La joven, alumna de esta casa de estudios, decidió romper la relación debido al maltrato que recibía. Pero su expareja no aceptó la decisión y se dedicó a acosarla, haciéndole la vida imposible. Después de mucho aguantar, la joven, junto con su familia, decidió denunciar el caso ante la Fiscalía General de la República y pidió que se abriera un expediente contra su acosador por violencia psicológica y sexual, intimidación y amenaza de agresión, entre otros; delitos señalados en la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres.
Como es común, el caso avanzó muy lentamente en la Fiscalía. Mientras, el hombre continuó con su actitud de acoso constante y de violencia contra la joven, buscando estrategias para acecharla. Al saber que había sido denunciado, en venganza subió a la red imágenes de contenido sexual que habían grabado juntos cuando eran pareja. Además, publicó los datos de la joven para que pudiera ser ubicada. Quienes recibieron las imágenes por parte del acosador se dedicaron a reenviarlas a otras personas, lo que en poco tiempo provocó la viralización de los archivos, causando así un grave daño a la joven víctima.
Esto obliga a reflexionar sobre el uso que se hace de las redes sociales y la facilidad con la que cualquiera puede convertirse en cómplice de un delincuente y contribuir a incrementar el mal que este pretende hacer. Cuando se decide reenviar un mensaje que perjudica o puede perjudicar a alguien se comete el mismo delito que la persona que originó la comunicación. En el caso que nos ocupa, la gente que reenvió las imágenes agrandó el daño a la víctima de la agresión. Si la difusión de las fotos y videos se hubiera restringido al entorno del agresor y de la víctima, el daño causado a la joven habría sido muchísimo menor. Al viralizarse las imágenes, se multiplicó exponencialmente el daño causado a la mujer, y ello hizo que el agresor consiguiera su objetivo.
La doble moral, machismo y crueldad que caracterizan a nuestra sociedad quedaron claramente evidenciados en los comentarios que muchas personas vertieron sobre el caso en las redes sociales. El machismo considera que la sexualidad es asunto exclusivo de los hombres y que solo ellos tienen derecho a ejercerla a su antojo, sin que por ello puedan ser criticados ni juzgados. En contraste, se condena a toda mujer que vive su sexualidad con libertad y se da por supuesto que toda agresión que sufra será culpa de ella. Así, con suma facilidad se responsabiliza a la mujer y se excusa al perpetrador de delitos como la amenaza psicológica, el acoso y la intimidación. Y nuestra doble moral nos lleva a juzgar como inmoral a una persona por sus acciones y a la vez contribuir con saña y perverso deleite a la difusión de eso que supuestamente se repudia. El moralismo de folletín de muchos no les alcanzó para preguntarse quién subió las imágenes a la red, con qué fin y qué consecuencias tendría reenviarlas a otras personas.
Nuestra sociedad se asemeja a aquel episodio del Evangelio de Juan, en el que un grupo de hombres lleva ante Jesús a una mujer encontrada en adulterio. La sociedad machista judía, igual de machista que la nuestra, le pidió a Jesús que juzgara a la mujer, habiendo dejado libre al hombre con el que ella había estado. Para ellos, solo la mujer era culpable. Aquellos hombres, ante la invitación de Jesús de que lanzara la primera piedra quien estuviera libre de pecado, “se fueron retirando, comenzando por los más viejos, porque todos tenían muchos pecados”. Por desgracia, en nuestro país, lejos de retirarnos, lapidamos con fruición. En El Salvador somos hábiles para reconocer y señalar los pecados ajenos, especialmente si los cometen mujeres, pero incapaces de reconocer los propios. Y por ello nos atrevemos a lanzar la piedra contra personas a las que sin juicio ni conocimiento de causa declaramos culpables.
Es urgente que nuestra sociedad supere esta actitud machista y violenta contra la mujer, que deje de ser cómplice de actos infames y perversos, que apoye decididamente a todas aquellas personas que son víctimas de los mismos, tanto brindando apoyo moral —absolutamente necesario en este tipo de casos— como contribuyendo con la justicia para que los victimarios sean llevados ante los tribunales y juzgados. Solo así podremos superar el flagelo de la violencia contra la mujer: siendo solidarios con la víctima, no cómplices con el victimario.