Este 24 de marzo se celebra el XXXI aniversario de la muerte martirial de nuestro querido arzobispo, profeta y pastor monseñor Romero. A lo largo de estos años posteriores a su muerte, la figura de monseñor Romero ha ido adquiriendo la relevancia y el prestigio que le corresponde por su enorme talla humana y espiritual. Aunque todos los reconocimientos que ha recibido son importantes, posiblemente el más significativo es el otorgado por Naciones Unidas, por tratarse de una instancia internacional en la que participan la mayoría de naciones del mundo. Se trata de la declaración que establece el 24 de marzo, fecha de su asesinato, como Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas.
La valía de monseñor Óscar Arnulfo Romero como persona y como obispo, como profeta y defensor de los derechos humanos, ha sido reconocida tanto por instituciones de mucho prestigio como por pequeñas organizaciones locales. Son millones las personas de todas partes del mundo, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, gente común y personalidades, que han descubierto la sencillez y la grandeza de la figura de Romero. Esta admiración universal es una confirmación meridiana de que Romero fue un hombre excepcional que desde el ejercicio de su ministerio episcopal en uno de los más pequeños y convulsionados países del mundo, con su entrega y apoyo a la causa de un mundo más humano, más justo, más verdadero, se consagró como un líder para toda la humanidad.
Pero los primeros que le manifestaron su reconocimiento fueron los campesinos, los trabajadores y los pobladores de los barrios pobres de nuestro país, quienes al descubrir en él su cercanía y cariño profundo, al verlo como un pastor que estaba a su lado, hablando verdad y defendiéndoles de los atropellos del poder, le dieron su amistad y amor. Ellos, los pequeños y sencillos de este mundo, así como ocurrió con Jesús de Nazaret, fueron los primeros en reconocer quién era en verdad el arzobispo Romero. Y para Romero fue el reconocimiento más entrañable, el más apreciado, el más deseado.
En este sentido, ha sido muy especial para el pueblo de El Salvador que el presidente Funes, en su acto de toma de posesión, le otorgara a monseñor Romero el título de "guía espiritual de la nación". Un guía espiritual es una persona que por su profunda sabiduría y conocimiento de la vida humana puede guiar a otras personas, puede ayudarlas para que avancen en su camino. Un guía es una persona que ayuda a dar los pasos necesarios para alcanzar aquello que de verdad se desea. Nombrar a monseñor Romero guía espiritual de nuestra nación implica un gran compromiso; significa disposición a buscar en su vida y muerte todo aquello que pueda orientar el camino de El Salvador hacía una realidad nueva y distinta, en la que, según el deseo de monseñor Romero, todos los salvadoreños y salvadoreñas vivamos en paz, en verdadera hermandad, con profundo respeto de unos hacia otros, practicando la justicia y reconociendo la igual dignidad de todo ser humano. En una sencilla frase muy propia de él, "la mayor gloria de Dios es que el pobre viva"
A 31 años de su muerte, monseñor Óscar Romero tiene mucho que enseñarnos y decirnos, precisamente en esta época en la que tenemos la oportunidad histórica de transitar hacia la construcción de un país que verdaderamente acoja a todos sus hijos e hijas, y los tenga por tales. Si en ese proceso de transformaciones El Salvador se deja realmente guiar por monseñor Romero, podemos estar seguros de que iremos por el camino correcto y llegaremos al destino deseado.
Y dejarse guiar por nuestro pastor significa actuar como él actuaba y bajo los mismos principios que iluminaron su vida.
Saber oír a la gente, escuchar sus dificultades y sus angustias, sus anhelos y esperanzas. Ser capaz de sentir como propia la realidad de las personas más vulnerables y ponerse solidariamente a su lado en la defensa de su vida y de sus derechos. Denunciar y luchar contra todo tipo de mal, contra todo aquello que esté causando dolor y sufrimiento a los seres humanos, en especial a los más vulnerables. Buscar siempre la verdad y practicar el diálogo como el camino de solución a nuestros conflictos y desterrar la violencia de todo tipo, porque esta solo genera más violencia y deshumaniza a la sociedad. Planificar, proyectar y construir la sociedad con el fin de que los pobres vivan. Estar dispuestos a sacrificar los intereses particulares a favor de los intereses comunes de todo un pueblo. Estas son algunas de las actitudes y principios que guiaron la vida de Romero, y que sin duda al seguirlos cambiarán radicalmente a El Salvador.