En la actualidad, a nivel mundial, se dan dos dinámicas que resultan contradictorias. Por un lado, una de esperanza en un mejor futuro para todos; por otro, se repiten situaciones que generan pesimismo y desazón sobre las posibilidades de la humanidad. Se han alcanzado grandes progresos científicos y tecnológicos, ha mejorado la calidad de vida de una buena parte de la población mundial, millones de personas han salido de la pobreza, se ha derrotado mortíferas enfermedades, ha aumentado la esperanza de vida, se ha abolido el apartheid, se han profundizado las prácticas democráticas y la construcción de economías dinámicas en muchas regiones del globo. Pero, a la vez, para muchos millones, el panorama vital es profundamente desalentador.
Así lo describe el Secretario General de Naciones Unidas en su informe sobre la agenda de desarrollo sostenible después de 2015: “Si bien algunos viven en la abundancia, miles de millones viven una situación de pobreza generalizada y se ven enfrentados a grandes desigualdades o sufren situaciones de desempleo, enfermedad o privación. El desplazamiento se encuentra en su nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial. Los conflictos armados, la delincuencia, el terrorismo, la persecución, la corrupción, la impunidad y el deterioro del Estado de derecho son una realidad cotidiana. Todavía se sienten los efectos de las crisis económica, alimentaria y energética mundiales. Las consecuencias del cambio climático apenas han empezado (...) Nuestro mundo globalizado se caracteriza por avances extraordinarios junto con niveles inaceptables e insostenibles de miseria, temor, discriminación, explotación e injusticia, y un comportamiento irresponsable respecto del medio ambiente en todos los planos”.
Para Ban Ki-Moon, esta situación no se debe al azar: “Sabemos que estos problemas no son accidentes de la naturaleza ni son productos de fenómenos ajenos a nuestro control. Son consecuencia de acciones y omisiones de las personas, las instituciones públicas, el sector privado y otros encargados de proteger los derechos humanos y defender la dignidad humana. Tenemos los conocimientos y los medios necesarios para hacer frente a estas dificultades, pero ahora necesitamos con urgencia un liderazgo firme y una acción concertada”. Esta visión del Secretario General de la ONU, que muchos compartimos, incluido el papa Francisco, nos debe hacer cambiar de perspectiva al juzgar la realidad. Así, en nuestro caso, la situación de El Salvador no se debe al azar, a un maleficio o un castigo divino, sino que es fruto de las personas, de las decisiones erradas de los que han dirigido e influido en la política, la economía, la educación y la cultura a lo largo de los casi doscientos años de historia republicana.
Pero transformar la realidad también depende de nosotros. Si decisiones equivocadas nos han llevado a la situación actual, a través de otras decisiones será posible revertir el estado de cosas; decisiones correctas para transformar El Salvador en el país que todos deseamos. Sin ellas no será posible enrumbarnos hacia un futuro distinto. Además de los muchos factores coyunturales que alimentan hoy la violencia y la criminalidad, hay uno que es estructural, es decir, parte constitutiva de nuestra sociedad. Como lo ha afirmado el papa, si no se revierten la exclusión y la inequidad, será imposible erradicar la violencia. Una sociedad excluyente y desigual siempre generará violencia. Eso es lo que ha ocurrido en nuestro país, y debemos aceptarlo si queremos encontrar una solución a la problemática que nos sofoca a diario. Una solución que requerirá de una clara voluntad de todos, de disposición a sacrificarnos por el bien común, renunciar a privilegios, ser solidarios, asumirnos como hermanos con igual dignidad y derechos.
Si estamos dispuestos a caminar en esa dirección, no estaremos solos. Contamos ya con el apoyo de las Iglesias, de países amigos, de la comunidad internacional representada en la ONU. Así, nos uniríamos a las propuestas que hace el papa en sus escritos y declaraciones, en la línea de las palabras del Secretario General de la Naciones Unidas: “Debemos adoptar con decisión las primeras medidas que nos encaminen hacia un futuro sostenible, con dignidad para todos. (…) Debemos transformar nuestras economías, el medio ambiente y nuestras sociedades. Debemos cambiar nuestra forma de pensar, nuestra conducta y nuestros hábitos destructivos. Debemos apoyar la integración de ciertos elementos esenciales: la dignidad, las personas, la prosperidad, el planeta, la justicia y las alianzas. Debemos construir sociedades cohesivas, en aras de la paz y la estabilidad internacionales”.