“Estamos hasta la madre”. Ese fue el título de la famosa carta del escritor, poeta y periodista Javier Sicilia, dirigida a los políticos y a los criminales mexicanos en abril de 2011, después del asesinato de su hijo y de otros seis muchachos. La masacre fue el detonante para que muchos mexicanos se manifestaran en las calles en contra de la violencia y la muerte de decenas de miles de inocentes. En la carta, el poeta les decía a los políticos y a los criminales que México estaba harto de sus actuaciones. En El Salvador, con los matices de rigor, se les podría decir lo mismo ahora a los políticos, a los que juegan a la política desde los partidos o desde las sombras, a los que ejercen la violencia o la manipulan para sus intereses específicos.
Estamos hartos ya de tanto crimen, de convivir con la muerte día a día, de no sentirnos seguros en las calles, en el trabajo, en la propia casa. Estamos hartos de no saber si regresaremos a nuestros hogares después de la labor diaria. Estamos hartos de vivir en zozobra. Y en medio de la abrumadora sensación de estar en esta situación, lo peor es que la mayoría de la población siente que no hay salida a corto plazo. Todo está perdido cuando se apaga la esperanza, y es esta una coyuntura en la que su luz va menguando, en la que crece el convencimiento de que no hay solución racional que valga.
La gente está cansada de escuchar a los políticos prometer que trabajarán por el bien del país cuando son incapaces de ponerse de acuerdo en aspectos esenciales para la vida de la mayoría de la población. Estamos hartos de que en lugar de pensar en hacer algo verdaderamente efectivo para frenar la crisis de inseguridad, se manipule a la violencia y a los violentos para sacar ventaja política y perjudicar al adversario. Estamos cansados de que por mezquindad y afán de poder piensen más en las próximas elecciones que en la vida de las actuales y futuras generaciones. Los salvadoreños estamos hartos de que en lugar de buscar soluciones, los políticos se acusen mutuamente de conspirar contra el otro cuando en realidad son ellos los que están conspirando contra todo el pueblo.
Debería asquearnos a todos que con la justificación de combatir a la criminalidad se violen los derechos de gente inocente, se siembre el terror en comunidades pobres y se vuelva a las prácticas represivas del pasado. Estamos cansados de que se diga que se tiene el control de la situación cuando la realidad desmiente eso cada día. Estamos hartos de los graves problemas que aquejan a las mayorías, como la pobreza, la desigualdad, la exclusión, la falta de oportunidades; problemas que nunca se han querido solucionar con cambios verdaderamente estructurales. Estamos empachados de que se repita que no hay inversión por la inseguridad y que muchos empresarios se nieguen a pagar lo que por justicia les corresponde; fondos que ayudarían a enfrentar las raíces de la violencia.
También la gente está harta de que pidan respeto a la ley los mismos que asesinan a mansalva, violan, extorsionan a miles de pequeños vendedores informales y aterrorizan barrios, colonias, caseríos, cantones enteros. Estamos cansados de su violencia, su falta de principios, su crueldad sin fondo, su cinismo. No más. Es hora de cambiar el rumbo. Es hora de que los políticos, de que el Gobierno y la oposición se pongan de acuerdo y lleguen a consensos mínimos, racionales y éticos. Que dejen sus intereses personales, partidarios o de grupo para de verdad pensar en el país y diseñar una agenda de largo plazo que unifique a la sociedad y propicie una estabilidad real. Es hora de que los violentos y quienes los manipulan recapaciten, detengan esta ola de inseguridad que siembra miedo, sufrimiento, desconfianza, pérdida de fe. Es hora ya de exigir, sin colores partidarios, que cese la situación de violencia que sufrimos.