No más acoso y agresión

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Editorial UCA
10/03/2021

Pasaron las elecciones, pero no la confrontación y la violencia, que, aunque vienen de largo, se intensificaron durante la campaña electoral; en especial, la agresividad verbal en las redes sociales. A pesar de la holgada victoria electoral de Nuevas Ideas, algunos seguidores de ese partido siguen acosando y profiriendo una lluvia de insultos sobre los otros institutos políticos, sus representantes y cualquier sector de la sociedad que se separa del discurso oficial. Y esa extrema agresividad se ensaña con las mujeres. Ello no es más que la muestra del machismo, la pobreza de pensamiento y el bajo nivel cultural de las personas que así actúan. Para más enjundia, algunas de las muestras más crudas de ese modo de actuar se dieron alrededor del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, en el que se reivindica la igualdad de derechos para las mujeres.

Hay que repetirlo con todas sus letras y con el mayor énfasis posible: la violencia solo engendra más violencia. La historia nacional da fe de ello; sus páginas están tintas en sangre. Si la violencia que corre por las redes sociales no se detiene, seguirá escalando y reproduciéndose. Algunos podrán decir que solo se trata de palabras, no de hechos. Ante ello, lo obvio: tan peligrosa es la violencia verbal como la física, pues en muchas ocasiones la primera no es más que el preludio de la segunda. Muchos linchamientos inician con violencia verbal, pues esta genera las condiciones necesarias en un colectivo para la destrucción física de la persona o grupo agredido. El Salvador, pues, está orillándose, de nuevo, al abismo.

Detrás de la violencia hay una actitud de desprecio hacia el otro, un deseo de dañarlo y destruirlo, lo que rompe con el principio de la fraternidad cristiana. Para Jesús de Nazaret, la violencia verbal es tan grave como dar muerte, y lo expreso en el Sermón de la Montaña (Mateo 5, versículos 21 y 22): “Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados:No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio’. Pero yo les digo: si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno”. Esa actitud de desprecio hacia otros debe ser sustituida, en cada mente y en cada corazón, por un profundo respeto hacia toda persona, sea hombre o mujer, correligionaria u opositor político, creyente o no, heterosexual o miembro del colectivo LGTBI.

Cualquier diferencia es legítima y digna de respeto, y tiene que ser abordada a través de un razonamiento sereno y maduro. Por otra parte, cuanto más alta es la autoridad que ostenta una persona, más daño hace al comportarse de forma agresiva y violenta, pues el poder que tiene es mayor y, por tanto, mayor el daño que causa. En este sentido, las autoridades del país no pueden aplaudir y animar la violencia; por el contrario, tienen la responsabilidad legal de ponerle fin. Desde sus posiciones de poder, tienen el deber de exigir que caiga todo el peso de la ley sobre aquellos que insisten en la violencia y el acoso, y así dar un mensaje claro de que en el país no se promueven actitudes antidemocráticas que impiden vivir en fraternidad y armonía.

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