Hace pocos días comentábamos el mensaje de la paz del papa Benedicto XVI. Este miércoles 30 de enero se celebra el Día Escolar de la No Violencia y la Paz, recordando la muerte de Gandhi, asesinado por un fanático hace 65 años. Se trata de una fecha en que la comunidad educativa debe reflexionar sobre su aporte a la tarea de desterrar la violencia y promover la convivencia pacífica. Peter Medawar, premio Nobel de Medicina, decía hace años, con cierto tinte de humor inglés, que la tecnología para llenar la cabeza de mentiras existe y se llama educación. Y es que la educación escolar con frecuencia ha defendido ideologías, pensamientos ajenos a la realidad, o ha seguido metodologías autoritarias en la enseñanza que al final terminan induciendo a culturas y posturas de dominación e imposición de ideas, costumbres y comportamientos.
Este día en honor a Gandhi, y dirigido a la escuela en todos sus niveles, tiene, pues, un profundo sentido. No solo porque invita a que la docencia abandone métodos de educación impositivos y autoritarios, o como los llamaba Paulo Freire, bancario-acumulativos, sino porque ayuda a las instituciones educativas a reflexionar sobre sus enormes potenciales en la construcción de la paz. La escuela es, después de la familia, el lugar donde el niño y el joven aprenden no solo a convivir, sino a vivir. Y progresivamente irán aprendiendo a aprender constantemente, así como a hacer realidad su pensamiento a través de acciones y procesos. Estudios contemporáneos han demostrado que a mayor escolaridad de un país, menor riesgo de violencia, mayor tendencia a la convivencia pacífica; y, por supuesto, mayor nivel de desarrollo humano y mejor inserción en la comunidad internacional.
Estas potencialidades de la educación deben ser aprovechadas especialmente por países como El Salvador, con altos índices de violencia y con problemas para alcanzar un desarrollo equitativo, universalizado y justo. La escuela de tiempo pleno es sin duda un gran avance para la educación del joven. La mayor permanencia en la escuela, con ofertas más variadas y complementarias para una educación integral, ayuda tanto a generar esperanza en el joven como a desarrollar mejor todas sus capacidades. Pero es necesario caminar más aprisa hacia la universalización del bachillerato. Planificar una adecuada educación en valores ciudadanos, invertir en la investigación universitaria y multiplicar las posibilidades de ingreso a la universidad son retos todavía urgentes en El Salvador.
Educar para el diálogo, para el conocimiento de la realidad salvadoreña, para la capacidad de reformar, cambiar, acelerar procesos de construcción de una sociedad más justa es algo imprescindible para este pueblo, que tanto necesita mejorar su capacidad de entendimiento mutuo y de búsqueda de objetivos comunes. Si no transformamos la cultura autoritaria, individualista y consumista que de tantas maneras invade mentes y corazones, el futuro salvadoreño no pinta bien. Nuestro país necesita solidaridad, capacidad de elaborar proyectos de realización común que sumen esfuerzos, formalicen pactos y beneficien a todos. El bien común no es una frase a la que se pueda aludir gratuitamente: se construye desde el diálogo, con acuerdos de nación y participación popular. Y esa participación se lleva a cabo mejor con cultura, educación y conocimiento. La no violencia y la paz pueden beneficiarse temporal y coyunturalmente por un acuerdo entre pandillas, como la tregua que ha contribuido al descenso de homicidios. Pero solamente un acuerdo nacional, un proceso participativo que establezca objetivos de desarrollo, puede lograr la pacificación de El Salvador. Y en ese tipo de acuerdo, la universalización de la escuela hasta culminar el bachillerato o sus equivalentes, así como la inclusión de la formación en valores durante ese período, deberían ser un objetivo prioritario y urgente. Un objetivo para lograr desde la educación una cultura de no violencia y de paz, de diálogo y desarrollo.