En estos tiempos en los que el capitalismo de consumo impone el marketing como forma de relación tanto económica como social y política, los Gobiernos recurren a la propaganda para evitar el desgaste. Esto no es nuevo, pero ahora esa dinámica se robustece gracias a la tecnología, presente en casi todas las esferas de la actividad humana. En la Roma imperial se decía que para mantenerse cómodamente en el poder había que brindar pan y circo a la población. Con la misma intención, Maquiavelo recomendaba a los príncipes que actuaran de tal manera que generaran temor. En Estados Unidos se puso de moda, a principios del siglo XX, hablar suave, pero, al mismo tiempo, mostrar mano firme. Y de ahí se pasó a la consigna, básicamente imperialista, del garrote y la zanahoria: amenazar al desobediente con la intervención militar y premiar al sumiso con prebendas. En El Salvador, ante el desamparo producido por la ausencia de leyes efectivas de protección social, quienes ejercen el poder recurren a estrategias parecidas. La propaganda de los beneficios otorgados va unida a las amenazas a cualquiera que pueda entorpecer el orden establecido.
El Gobierno actual ha seguido esa estrategia. Decir que hace lo que nadie logró anteriormente es uno de los puntos claves de su propaganda. Nadie antes atendió tan bien una pandemia, nadie antes dio 300 dólares a la población necesitada, nadie antes se enfrentó y venció a las pandillas, nadie antes se atrevió a sacarse una selfi en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cosas buenas, algunas de ellas; espectaculares, otras; y fallidas otras tantas, como la apuesta por el bitcóin. Y en paralelo, insultos, amenazas y presiones para quienes critican a las autoridades o descubren algunas de sus insuficiencias, corruptelas o mentiras. Conservar la popularidad es ahora el objetivo del poder político, más allá de cómo se gestiona la cosa pública. Y para alcanzar ese objetivo, cualquier medio vale. En este sentido, el régimen ha vuelto obsoleta la sentencia básica de la moral que dice que el fin no justifica los medios.
Sin embargo, cuando la gestión gubernamental no toca problemas estructurales como la pobreza y la desigualdad, el desgaste termina por reaparecer. Porque la acción novedosa que no provoca cambio social facilita que los problema continúen surgiendo. Solo es una novedad que deslumbra en un primer momento, para caer después en lo ya conocido. Destituir y nombrar jueces con el único criterio de la obediencia al poder es abonar a la pervivencia de la corrupta vieja justicia de siempre. Debilitar a las pandillas con acciones que irrespetan la legalidad y la dignidad humana mantiene vigente la cultura de la violencia. Regalar computadoras a los estudiantes en pobreza sin asegurar la conectividad a Internet vuelve inoperante una medida encaminada a la mejora de un sistema de educación muy deficiente. La novedad de acciones o promesas espectaculares atrae, pero si no se cambia la injusticia estructural que sufre El Salvador, da paso muy pronto al desgaste. Y si este se hace crónico, incluso los mensajes de odio tan queridos por troles y afines se volverán en contra de quienes los promueven, ahondando el ya intenso malestar social y dejando postrado al país en sus males de toda la vida.