Las diferencias entre el alcalde de San Salvador y el FMLN no son recientes. De sobra son conocidos los desencuentros surgidos entre ambos a lo largo de la gestión municipal de Bukele. En realidad, los sucesos más recientes, el conflicto dentro del concejo municipal de San Salvador y las declaraciones del edil durante una visita a Estados Unidos, son solo los últimos episodios de una novelesca relación que no termina de presentar el capítulo final. Ciertamente, estas diferencias no tendrían tanta cobertura mediática ni provocarían tantas reacciones si Bukele no fuera presidenciable. En esa posibilidad está la cuestión de fondo. Y no es que el alcalde sea presidenciable solo por la valoración positiva de su gestión; el mismo edil ha manifestado en público su deseo de competir por la primera magistratura, pero también ha afirmado que ve poco probable hacerlo desde el FMLN. Además, ¿para qué reunirse con salvadoreños en el exterior si no es para buscar apoyo ante una eventual candidatura presidencial?
Las diferencias se exacerbaron hace unos días, precisamente a raíz de los dos incidentes mencionados. Tanto que pareció inminente que el alcalde abandonaría el partido, ya fuera a través de una expulsión, como le pidió la militancia a su Tribunal de Ética el 20 de septiembre pasado, o por decisión propia. Sin embargo, Bukele afirmó recientemente que no renunciará y el Tribunal de Ética no ha dado señales de que lo expulsará. Ninguno de los dos, pues, parece querer dar el primer paso para la ruptura definitiva. En otras circunstancias, tanto las fuertes declaraciones del edil en contra del partido y del Presidente de la República como las del coordinador general del FMLN en contra del alcalde serían razón suficiente para que la relación llegara a su fin. Pero no es así; al contrario, con el paso de los días, las posturas se han suavizado. ¿Qué los detiene? ¿La conveniencia?
Ciertamente, el costo político y electoral de la expulsión Bukele no sería despreciable, por más que algunos digan que al FMLN no le afectaría. Además, luego de la expulsión, seguramente el partido tendría que enfrentar la campaña que emprendería el mediático edil capitalino. Por su lado, Bukele tendría muy difícil encontrar o construir antes de 2019 una plataforma política con el alcance territorial del partido de izquierda. Ahora bien, si el alcalde sigue en el FMLN, ¿será ratificado como candidato a la reelección por San Salvador? ¿Estará dispuesto el partido a tolerar un estilo de liderazgo fuera de los gustos de la dirigencia? ¿Podrá Bukele establecer una relación más madura, menos impulsiva, con el instituto político? ¿Habrá aprendido el FMLN de la difícil dinámica con Mauricio Funes, cuyos costos ha tenido que asumir? ¿Estará dispuesto a pasar por algo similar?
La relación del FMLN y Bukele arroja más preguntas que respuestas. Por el momento, la salida de este sigue en suspenso. Mientras tanto, los grandes y graves problemas del país, que se desangra ante el elevado incremento de homicidios, siguen sin ocupar un lugar central en el debate político. Es clave que las diferencias partidarias intestinas, tanto en el FMLN como en Arena (que también las tiene, pero sabe manejarlas silenciosamente), den paso a propuestas de solución a cuestiones estructurales como la inseguridad, el desempleo, la desigual cobertura de salud, la crisis de las finanzas públicas y el deterioro ambiental. El Salvador no está para novelas.