Cuando una diócesis cambia de obispo, todos debemos disponernos a recibirlo con amistad y esperanza; es un servidor que viene a continuar las obra de los apóstoles entre nosotros, enseñando, anunciando al Señor, dando testimonio de Él. En el caso de nuestra arquidiócesis, en la que el cambio se produce tras la dimisión de monseñor Fernando Sáenz Lacalle, debemos partir del agradecimiento a los 13 años de servicio de nuestro arzobispo, al tiempo que nos disponemos a recibir con aprecio verdadero a monseñor José Luis Escobar.
Recibir bien a un arzobispo tiene siempre una dimensión de alegría, felicitación, manifestación de expectativas y acogida cariñosa. Pero desde el punto de vista cristiano, de miembro activo de una comunidad diocesana, la Iglesia nos pide que conozcamos también cuales son hoy las dimensiones que deben caracterizar su labor pastoral.
El Documento de Aparecida nos habla de los obispos como sucesores de los apóstoles, unidos al papa, con vocación de servir al Pueblo de Dios, conforme al corazón de Cristo, Buen Pastor. Servidores que quieren trabajar "para hacer de la Iglesia una casa y escuela de comunión". Hogar y taller en definitiva, donde la hermandad y el servicio no sólo se heredan como en la familia, sino que se construyen día a día en continuo testimonio de amor en el mundo en que vivimos. Aparecida insiste en definir al obispo como "principio y constructor de la unidad de su Iglesia particular y santificador de su pueblo, testigo de esperanza y padre de los fieles, especialmente de los pobres, y que su principal tarea es ser maestro de la fe, anunciador de la Palabra de Dios y la administración de los sacramentos, como servidores de su grey".
Si desde los textos de Aparecida vamos a lo que el Concilio Vaticano II nos dice, nos encontramos que este texto fundamental para la vida actual de la Iglesia pide de sus obispos que sean santos en la caridad, humildes y sencillos en su nivel de vida, prudentes, consagrados al cuidado de los pobres, con capacidad de confiar en aquellos a quienes dirigen y establecer con ellos vínculos de amistad. Personas capaces de unir la verdad con la caridad, la inteligencia con el amor. El Concilio les recomienda que "abracen siempre con particular caridad a sus sacerdotes (...) teniéndolos por hijos y amigos, y por tanto prontos siempre a oírlos y fomentando la costumbre de comunicarse confidencialmente con ellos".
Hace 5 años, en 2003, Juan Pablo II escribió también una exhortación apostólica, después de haber celebrado el Sínodo dedicado a la función pastoral de los obispos en la Iglesia y en el mundo actual. Allí, recogiendo en buena parte el sentir de los obispos participantes, les recuerda que ante los retos actuales, con tanta pobreza y tanta mentira en lo que respecta a la dignidad de la persona humana, el pastor diocesano debe ser un hombre libre, con libertad y radicalismo evangélico para "desenmascarar las falsas antropologías, rescatar los valores despreciados por los procesos ideológicos y discernir la verdad". Otras maneras de definir al obispo en esta exhortación apostólica y ante los retos que el mundo nos ofrece son las siguientes: profeta de justicia, defensor de los derechos humanos, defensor de los débiles, voz de quien no tiene voz para hacer valer sus derechos; un constructor de paz, que confía en los profetas y en los artífices de la paz, "que no han de faltar, sobre todo en las comunidades eclesiales de las que el obispo es pastor".
Desde este pensamiento eclesial, desde las palabras del apóstol Pablo al obispo Timoteo, al que le pide que esté dispuesto siempre para toda obra buena y al que anima a soportarlo todo por amor a los elegidos, recibimos con alegría y esperanza a nuestro nuevo arzobispo, monseñor José Luis Escobar. Y manifestamos nuestro agradecimiento a monseñor Fernando Sáenz Lacalle, quien, como dice Aparecida, ha entregado su vida al servicio del Reino, siendo discípulo y misionero.