En estos días es frecuente escuchar que gracias a los Acuerdos de Paz vivimos hoy en democracia. Sin embargo, en su sentido original, la democracia es inseparable de la justicia social. Lo que ha sucedido es que en países como el nuestro se ha dado un “reduccionismo democrático”. A la democracia se le cercenaron los derechos sociales, económicos y culturales, solo quedando los derechos políticos. En particular, la democracia se ha centrado en las elecciones. Así, quedó reducida a democracia electoral o democracia pasiva. En este tipo de democracia, los individuos solo se comprometen políticamente en el momento de votar. La frase “El voto es la principal arma de los hombre libres” es propia de este reduccionismo. Democracia, entonces, es tener elecciones. Elementos como los derechos a educación y salud de calidad son secundarios, solo se cubren en la medida de las posibilidades del Estado.
Un ciudadano puede interponer una demanda ante la autoridad judicial competente si se le viola el derecho al voto, a la libre asociación o a la libertad de expresión. Pero a nadie se le ocurre hacerlo porque está desempleado, porque en el hospital no tienen la medicina que necesita o porque la educación que reciben sus hijos en la escuela es deficiente. Ahora se acepta que los Acuerdos de Paz no resolvieron los problemas sociales y económicos de la mayoría de la población; hubo que esperar 25 años para que se hablara de la necesidad de una segunda generación de acuerdos, que incluyan los derechos sociales y económicos. Algunos les llaman pacto de nación; otros, agenda de país; y últimamente, nuevos acuerdos de paz. No importa el nombre. Lo que no puede faltar en este nuevo esfuerzo que se anuncia y que debe apoyarse es que en el centro de las decisiones estén los salvadoreños, especialmente los excluidos, los empobrecidos, las víctimas de la violencia de antes y la actual. Solo así podremos caminar hacia una verdadera democracia.
Un sistema que se precia de ser democrático debe tener prioridades, y una de ellas es que las personas, todas las personas, además de poder expresarse en elecciones periódicas o acceder sin restricciones a la información, gocen de una vida digna y segura, lo que exige un bienestar social básico, salarios justos y posibilidades de crecimiento personal y social. Ciertamente, los Acuerdos de Paz constituyeron un hito en la historia del país. Pero, como se ha reconocido, hace falta avanzar hacia la vertiente social y económica de la democracia, y eso solo se logrará si se pone en primer lugar a la población excluida de la riqueza económica y social, que hasta ahora es privilegio de una minoría.