En estas fechas cercanas a las fiestas agostinas y a la celebración del bicentenario del primer Grito de la Independencia, es oportuno reflexionar sobre el país que queremos construir y heredar a las generaciones futuras. La realidad que se vive hoy en El Salvador no es en nada atractiva. Y los esfuerzos que se realizan para transformarla no parecen estar dando resultados. Se corre el peligro de caer en la frustración y en la desesperanza. De hecho, se oye decir a muchas personas que se sienten desencantadas y que sus esperanzas de cambio se han desvanecido.
A lo largo y ancho de la geografía nacional, e incluso fuera de las fronteras, hay muchas personas y grupos que sueñan con un país distinto. Muchos de ellos no se conforman con soñarlo, sino que con su trabajo diario muestran profundo empeño en construirlo. Trabajo que pocas veces es conocido o reconocido. Un trabajo que parece resultar estéril, porque se opone a un sistema social, económico, político y cultural dominante que no permite cambios a favor de las mayorías y que combate con fuerza desmedida a todo aquello que socave su poder. Un sistema que en El Salvador ha mostrado su ineficiencia e incapacidad de generar una vida digna para todos, pero que los poderosos defienden a capa y espada porque a ellos si les ha convenido y les ha producido muchos beneficios.
Pensar que otro El Salvador es posible no siempre es fácil, pero es absolutamente necesario si en verdad se quiere trabajar para ello. Y este debería ser el punto de partida para alcanzar la meta: que por medio de un consenso nacional se llegara a definir qué país es el que queremos. Ciertamente, ese país tendrá que ser muy distinto del actual, porque en este la vida está tremendamente amenazada y sus hijos e hijas se ven obligados a emigrar a otras naciones ante la falta de oportunidades para todos. El diseño de un nuevo El Salvador solo puede partir de un profundo análisis de la realidad actual y de las causas que han provocado este fracaso nacional. Un análisis que permita repensar todas las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales como primer paso hacia un futuro distinto.
Construir otro El Salvador solo será posible si se tiene consciencia clara de que nadie se salvará a solas; de que si el país se hunde, nos hundimos todos; de que si el país logra salir a flote, todos nos salvaremos. Otro El Salvador será posible si la clase política deja de ver exclusivamente por sus intereses y realiza la misión que le corresponde: velar y trabajar por el bien común, que es el bien de todos y para todos, sin esperar ninguna recompensa por ello. Otro El Salvador solo será posible si los empresarios dejan de adorar a su capital y aprenden a valorar a la persona como ser central de la creación. En este nuevo El Salvador, el trabajo de todos será fundamento principal, pues las sociedades solo prosperan en base al trabajo y a la solidaridad. Ello permitirá superar la pobreza y alcanzar un nivel de vida austero pero digno, que permita la satisfacción de las necesidades básicas de cada familia, sin caer presos del consumismo desenfrenado e insostenible que ahora nos asfixia. En la construcción de un nuevo país, la justicia ha de prevalecer sobre la impunidad y el amor ha de dejar de ser una palabra bonita para convertirse en la virtud fundamental. El respeto a la vida humana y al medio ambiente que la posibilita y favorece deberá ser principio arraigado en el corazón de todos.