En general, en El Salvador solo hay tres fenómenos que mueven masas: la política partidaria, la religión y el futbol. Los partidos políticos, especialmente en tiempos de campaña, miden fuerzas llenando de supuestos seguidores grandes espacios; eventos en los que invierten cuantiosas sumas de dinero para movilizar, alimentar y entregar algunas dádivas a los asistentes. Las religiones, sobre todo las que gustan de hacer grandes espectáculos y mucho ruido, también atraen legiones de feligreses, que casi siempre deben costear sus gastos para asistir al culto. Y por su parte, las masas que se mueven por el futbol no solo no reciben ayuda para movilizarse, sino que deben pagar para asistir a los juegos. Cuando le toca el turno de jugar a la selección nacional, entonces el futbol tiene la virtud de borrar por un momento las fronteras ideológicas, y las diferencias económicas, como las religiosas, pasan a un segundo plano.
Este mes, la otra selección, la de futbol de playa, nos regaló un ejemplo de los poderes de este deporte. Evangélicos y católicos, pobres y ricos, gente del campo y de la ciudad, de izquierda y derecha, obreros y empresarios... todos unidos momentánea y muy aparentemente por los seleccionados que, contra todo pronóstico, lograron ubicarse en un honroso cuarto lugar a nivel mundial. Nunca antes el futbol de playa había tenido tantos adeptos. ¿Por qué esta selección despertó orgullo nacional y esperanzas en tanta gente?
La respuesta más común a esta pregunta va en la línea de sostener que es normal que una representación nacional exitosa nos haga sentir orgullosos. Y hay verdad en ello. La selección de futbol, por ser este el deporte más popular del país, es como una especie de símbolo nacional. Si gana, todo El Salvador se siente levantado por ella; si cae, todo el país se viene abajo. Pero, a nuestro juicio, hay otro factor que despertó gran simpatía por estos muchachos: su origen humilde, las condiciones socioeconómicas en las que viven diariamente. De todos es conocido su oficio. Hasta a nivel internacional los medios los identifican como "los pescadores salvadoreños".
Los integrantes de esta selección de futbol de playa son gente luchadora, pobre, en todo similar al salvadoreño que tiene que sudar el pan que se come todos los días. Hasta el momento, el futbol no les ha significado ingresos que les permitan vivir de su práctica. Por el contrario, el futbol de playa ha sido una actividad extra a sus trabajos cotidianos. Es decir, estos muchachos no viven del futbol; en consecuencia, la forma en que se entregan en la cancha refleja un amor verdadero a los colores de este terruño de 20 mil kilómetros cuadrados, aunque muchos de ellos vivan el resto del año olvidados en La Pirraya. Esto es lo que hace maravilloso a este grupo de hombres al que muchos llaman —mostrando sin querer los resabios del conflicto armado— "guerreros".
Otro detalle que hace grande el trabajo de los muchachos y de su cuerpo técnico es que el futbol de playa salvadoreño todavía no ha sido presa de las manos de aquel que todo lo que toca lo echa a perder: el mercado y su ley de la oferta y la demanda. Cuando un deporte tiene mucha demanda, los mercenarios deportivos le caen con sus garras y lo desfiguran. Eso es lo que ha pasado con el futbol tradicional. El mercado hace que haya jugadores que ganan en un día lo que mucha gente no devengará en toda su vida. El mercado es lo que causa la venta de partidos, la compra de voluntades. El mercado hace que tengamos jugadores que se dicen profesionales porque, a diferencia de los de futbol de playa, no tienen más oficio que practicar el deporte. El mercado es el que hace que algunos futbolistas jueguen más pensando en el dinero que en el país. En definitiva, el mercado ha hecho de un deporte tan lindo como el futbol un negocio redondo. A la selección de futbol de playa que avanzó hasta cuartos de final de la copa del mundo se le dará un premio de 28 mil dólares. En el campeonato mundial de futbol, de entrada, a cada una de las 32 selecciones participantes se les da 9 millones de dólares, 10 millones a la que llega a octavos de final, 14 a la de cuartos de final, 18 al cuarto lugar, 20 al tercero, 24 al segundo y 30 millones al campeón. ¡Abismal diferencia la que hace el mercado!
El futbol de playa aún no se ha convertido en un negocio. Por eso, incluso los medios italianos le dieron muy poca cobertura al mundial de Rávena. Si no hubiese participado nuestra selección en este mundial de futbol de playa, difícilmente algún canal local se hubiese molestado en transmitir los partidos. En este marco, los muchachos de futbol de playa se merecen nuestro reconocimiento, pues en una disciplina que no es cotizada, ellos demostraron sencillez, amor por su país y entrega generosa y desinteresada. Los premios que vengan serán consecuencia de esta actuación y no al revés, cuando la actuación depende de los premios que se negocian, como sucede en el otro futbol, el del mercado.