Este jueves celebramos el 38.° aniversario de la muerte martirial de Rutilio Grande. La conmemoración de este año tiene una connotación especial, pues se festeja con la causa de beatificación de Rutilio iniciada. La beatificación ya declarada de monseñor Romero ha abierto la puerta de estas formas de martirio tan actuales en casi toda América Latina, y hasta ahora escasamente reconocidas. Desde la opción preferencial por los pobres, declarada en 1979 por los obispos latinoamericanos en Puebla como fruto de la reunión once años antes en Medellín, muchas muertes de hombres y mujeres, religiosos, sacerdotes y obispos han sido fruto de la coherencia con esa línea pastoral de comportamiento. Rutilio Grande, un año antes, iluminaba ese camino desde el servicio a los más sencillos, campesinos y gente buena de Aguilares y El Paisnal, que deseaban que se tuviera en cuenta su dignidad humana y pedían simplemente justicia social en coherencia con el Evangelio y con la doctrina social de la Iglesia.
La fiesta de Rutilio, porque la gente lo recuerda religiosa y festivamente al mismo tiempo, coincide con el anuncio de la fecha de la beatificación de Romero. Dos amigos hoy unidos en una noticia importante para El Salvador e inmortalizados en dos fotografías de amplia circulación, que marcan una historia personal de hondo significado. En la primera, aparece Rutilio como maestro de ceremonias en la ordenación episcopal de monseñor Romero. Sin duda, una muestra de amistad y confianza entre ambos. Y en la segunda, aparece monseñor, ya no con Rutilio, sino con su fotografía en la mano. A su lado está el papa Pablo VI, bendiciendo la foto de Rutilio recién asesinado, y, contemplando la escena, el entonces monseñor y hoy cardenal Santos Abril. Monseñor Romero pidiéndole a Pablo VI que bendijera aquella vida generosa que dio la sangre por los pobres; y el pontífice diciendo con su bendición que la vida y la muerte martirial de Grande eran camino de vida y esperanza para El Salvador.
Con Rutilio murieron asesinados también un muchacho y un adulto que iban con él en el carro para llevar la comunión y la unción a un enfermo. Tres jóvenes más que los acompañaban lograron sobrevivir, huyendo en medio del cañaveral. Era la Iglesia profética ante la injusticia y tierna con el que sufre, que acompaña, que consuela, que sirve a los pobres, la que se pretendía asesinar. Pero los mártires son los mejores testigos de la resurrección. Y el pueblo salvadoreño no olvida a los que le sirven y le aman, y más si estos dan la vida por los pobres y sencillos. Monseñor Romero celebró su funeral en una misa única, y trató de consolar y apoyar a la Iglesia perseguida de Aguilares. Casi un año después, el arzobispo decía: “Hemos venido también (…) a la tumba del padre Grande y sabemos que en él palpita el Espíritu del Señor. Su memoria es esperanza para nuestro pueblo”.
Treinta y ocho años después de su muerte, Rutilio continúa siendo semilla de futuro para nuestro pueblo. Genera fuerza, resistencia, recuerdo del bueno, del que lleva a amar al prójimo y a construir relaciones sociales en las que, como dice el salmo 85, “la justicia y la paz se besan”. Sus frases se siguen cantando en las eucaristías y fuera de ellas. “Cada cual con su taburete”, como él gustaba repetir, “tiene un puesto y una misión”. Todos con puesto, con lugar en la mesa de la vida, con la misma dignidad y con la misión, adaptada a cada uno y su circunstancia, de anunciar y vivir el amor al prójimo como Cristo nos ha amado, construyendo una sociedad y un mundo de hermanos. Pablo VI bendijo con su oración y su solidaridad la vida de Rutilio. Monseñor Romero la bendijo con su sangre derramada en ese mismo caminar de la opción por los pobres y en ese mismo servicio del anuncio y anticipación de la ternura del Dios incondicional en su amor hacia nosotros. Dos pastores con olor a oveja unidos al cordero pascual. El hecho de que la Iglesia anuncie la fecha de la beatificación de Romero en este aniversario de Rutilio y sus dos compañeros mártires une a nuestro santo obispo con toda la sangre derramada y con toda la esperanza de paz de nuestro pueblo. Que esa esperanza genere en nosotros el compromiso de construir un futuro más justo para todos.