A lo largo de nuestra historia, la tendencia a olvidar a las víctimas ha sido permanente. A los indígenas los hemos victimizado y revictimizado. Por mano ajena o por mano propia, los hemos mantenido siempre en lo más bajo de la escala social, incluso cuando se ensalza pomposamente que todos los salvadoreños tenemos sangre indígena en las venas. En ese sentido, no es extraño que hagamos lo mismo con las víctimas de la guerra civil. A ellas les toca olvidar y perdonar mientras los victimarios, especialmente los que se enriquecieron o adquirieron cierto estatus en medio del conflicto fratricida, viven bien sin que nada ni nadie altere su bienestar. Cuando por la presión local e internacional se persigue delitos de lesa humanidad, por lo general se toca a los hechores materiales, sin perseguir a los que impulsaron, decidieron y encubrieron masacres, desapariciones, torturas y toda esa larga lista de abusos que caracteriza a nuestra historia reciente.
A quienes reclaman justicia les toca escuchar insultos de abogados y ver cómo los grandes medios de comunicación privilegian a los victimarios y a sus defensores. Al Gobierno no se le ha ocurrido convocar a las víctimas para conversar con ellas sobre cómo reaccionar ante la derogación de la ley de amnistía. Se ha limitado a hostigar a la Sala de lo Constitucional diciendo que la derogación es parte de una especie de golpe de Estado. Si eso no fuera tan grave y triste, solo daría risa por ridículo y absurdo. Y el asunto no se queda allí. El FMLN ha manipulado a grupos de gente sencilla para que se manifiesten en contra de la Sala. Cortarle el paso al magistrado Florentín Menéndez cuando acudía a una comunidad de Chalatenango para hablar de la Constitución no es más que un modo vergonzoso de utilizar un autoritarismo manipulador de primera categoría.
Ciertamente, se habla de las víctimas, incluso se pretende reunir a tres mil para presentar un decreto presidencial sobre ellas. Sin embargo, no se le pide a la ONU los documentos e investigaciones de la Comisión de la Verdad. Y ese decreto ejecutivo que pretende reparar a las víctimas entra en contradicción con la ley de beneficios para veteranos. Sin negar que estos hayan sufrido parte del peso de la guerra, es claro que las víctimas han padecido más. Además, debe investigarse si entre los veteranos hay victimarios, gente que abusó brutalmente de los derechos humanos. Las víctimas merecen más respeto que los veteranos, y una mejor atención. De hecho, si se revisan las ofertas económicas de reparación, las víctimas son peor tratadas que los veteranos. A parte de esto, solicitar los documentos e investigaciones de la Comisión de la verdad, que analizó 22 mil casos de graves violaciones a derechos humanos, sería un magnífico paso para avanzar en la verdad, que es fuente de toda reparación de las víctimas y base de la justicia transicional que la Sala de lo Constitucional recomendó cuando declaró inconstitucional la amnistía.
En todo sistema de justicia democrático, las víctimas son primero; en un segundo paso se pueden otorgar medidas de gracia e indulto a los victimarios. Pero entre nosotros da la impresión que las víctimas solo son objeto de manipulación. A lo que se suma la terrible degradación de considerar víctimas a los victimarios cuando se pretende hablar de verdad y de justicia. Si es cierto aquello de que se ve la realidad desde lo que cada uno es, no hay duda de que quienes olvidan a las víctimas tienen complejo de vencedores y son potenciales victimarios. Quienes quieren hacer pasar a los victimarios por víctimas solo expresan su propia cobardía y bajeza humana. Quienes buscan manipular a las víctimas para su propia conveniencia no hacen sino demostrar el oportunismo de la hipocresía. Poner a las víctimas primero supone siempre un proceso de verdad y justicia, supone moverse con agilidad para conseguir todo registro de su sufrimiento, como los documentos de la Comisión de la Verdad que duermen en los sótanos del edificio de las Naciones Unidas. E implica también animar a las víctimas, una vez se llega a la verdad y la justicia, a ser misericordiosas con los victimarios. Ser misericordiosas porque las víctimas deben superar siempre los deseos de venganza y no responder a los victimarios con la misma bajeza humana con la que fueron tratadas.