La propaganda electoral viene siempre marcada por la apariencia, por la construcción de una imagen que puede tener parte de verdad, pero que casi siempre encierra una buena dosis de mentira. Y es que lo que menos interesa es la verdad; lo más importante es convencer. Y para convencer suele ser más fácil recurrir a las apariencias que a los hechos. El objetivo de la propaganda, que suele ser la que construye imagen, es decirnos qué candidato es mejor, más inteligente, más simpático, más humano, más tierno, más solidario. Y al contrario, cuál de los dos candidatos es más pernicioso para el país, más cobarde, más nefasto, más desastroso, más vendido a fuerzas malignas y externas al país.
El truco es decirse de todo y reconocer lo menos posible en el otro. El sistema es engañar. El método, exagerar. Y para colmo de males, en El Salvador, nada de debate, o muy poco, entre las dos principales figuras con posibilidades de llegar a la presidencia de la República. Esto ha sido tradicional en el país y todo parece indicar que seguirá siéndolo.
Imaginemos por un momento que una familia discutiera sus problemas como los discuten los políticos en tiempo electoral. Discusiones en blanco y negro, vecinos pagados por uno de los esposos afirmando que él o ella le traiciona con un amante. Amenazas del tipo "si no me das la razón, todos los que favorecen a los hijos dejarán de hacerlo". Insultos, mentiras, promesas falsas, etc. Indudablemente, un observador externo pensaría que ese matrimonio no tendrá durabilidad. Falta diálogo, falta disposición para discutir los problemas con el deseo de entender la posición del otro, hay mala voluntad y ganas de vencer y dominar. Así no hay pareja que resista.
Si esto que nos parece lógico lo trasladamos a nuestras propagandas electoreras, podemos preguntarnos sobre el efecto que puedan tener en nuestra sociedad. Evidentemente, las sociedades no se divorcian. Todo lo más entran en guerra civil cuando las diferencias llegan a extremos graves de violencia y se polarizan excesivamente. En nuestro caso, por más agresiva y en ocasiones estúpida que sea la propaganda, no llega a crear tensiones que lleven a una violencia desmedida. Sin embargo, no construyen ni ayudan al desarrollo de nuestras sociedades.
En efecto, un país para desarrollarse necesita cohesión social; en otras palabras, necesita creer en valores comunes, en objetivos básicamente aceptados por la gran mayoría. Y requiere también confiar en que los diversos liderazgos apuntan hacia esos valores y objetivos comunes. Cuando la confianza en los líderes sociales falla, la sociedad entra en dinámicas de desconfianza respecto al futuro, tendencia al individualismo, amoralidad e irresponsabilidad comunitaria, y como consecuencia, se acrecientan los hechos delictivos, la migración, la aparición de organizaciones paralelas de estilo mafioso, etcétera.
Por supuesto, los líderes políticos no son las únicas personas que tienen liderazgo social. Gracias a otras personalidades de la sociedad civil, iglesias y otras organizaciones, la mayoría de la gente sigue trabajando, confiando y manteniendo una suficiente cohesión social. Pero es lamentable y triste que precisamente sean los políticos, encargados de conducir la cosa pública hacia el bien común, los que tengan menos confiabilidad social. Y la propaganda les podrá dar la victoria en unas elecciones, pero no acrecentar la confiabilidad. Al contario, después de una propaganda tan polarizada y polarizante, el perdedor se verá obligado a mantener una posición combativa contra quien llegue al Gobierno, para que sus bases no digan que se ha rendido, que sus líderes son unos inútiles, etc.
Castigar la mentira, la campaña sucia, la agresividad y la violencia verbal es el único camino que le queda al ciudadano consciente para civilizar a los políticos. Porque eso sí, si los políticos se dan cuenta que un tipo de propaganda les perjudica, inmediatamente la cambian. Todo es para ellos un juego de conveniencia y de imagen. Por eso le toca al ciudadano construir la verdad con su voto, no dejarse vencer por las propagandas engañosas y vencer el miedo luchando con su voto contra los autores del miedo.