Reflexiones sobre la propaganda

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Editorial UCA
06/02/2015

Si reflexionar sobre la propaganda siempre es importante para cualquier persona con un mínimo de sentido crítico, en tiempo de elecciones la tarea se vuelve más urgente. Normalmente se considera que la propaganda, al igual que su hermana la publicidad, es socialmente aceptable y éticamente sana si informa adecuadamente y si despierta atención e interés por la belleza, la simpatía o los valores del mensaje. Poco de esto se refleja en la actual campaña electoral, especialmente en lo que concierne a los candidatos a diputado. Las enormes vallas con fotos de los rostros tienen mensajes que oscilan entre frases manidas y tradicionalmente falsas, y la más rayana estupidez. Eso de que vamos a trabajar juntos no se los cree casi nadie, porque en la mayoría de casos ser diputado ha contribuido a alejar a los políticos de la gente, más que a acercarlos. Y saber si un diputado es valiente o no, o si es un político más o uno menos, e ingenuidades por el estilo no aportan nada al debate sobre los caminos de solución a los problemas del país.

A esta situación de por sí pobre y confusa se le suma el afán de desahogarse en las redes sociales con insultos y ataques personales, y convertir en tema electorero cualquier asunto serio. Temas como el del diálogo con las personas que sufren la violencia e incluso con quienes la ejercen se ven sometidos a altos niveles de contenido partidista, cuando no de violencia verbal. En un país donde con frecuencia se dialoga e incluso se negocia con delincuentes, especialmente si tienen poder económico, político o militar, no faltan quienes se rasgan las vestiduras porque algunos miembros del Consejo de Seguridad Ciudadana dicen que no hay que cerrarse a dialogar con los delincuentes encarcelados que quieran hacerlo.

El tema del espectro radioeléctrico se ha vuelto también un tema político. Los dueños de los grandes medios de comunicación impulsan una intensa campaña que afirma que el espectro está perfectamente democratizado, dando a entender que cualquier impulso a las radios comunitarias o a los medios públicos es un atentado contra la democracia. En medio de las polémicas, y dirigida contra uno de los candidatos, salió la petición de que se revele el patrimonio de quienes compiten por la alcaldía de San Salvador. Cuando se le preguntó al oponente si él también revelaría su patrimonio, se limitó a decir que ya lo había hecho en la declaración patrimonial ante la Corte de Cuentas (que, por cierto, es confidencial). Lo que es una idea buena, que la ciudadanía conozca el patrimonio de quienes se postulan a cargos públicos, queda difusa y en el aire cuando el candidato es un amigo. Por lo visto, solamente son malos los millones de los enemigos.

En este panorama de confusión y gritería se olvidan casi siempre los verdaderos problemas del país. La desigualdad se oculta tras el ofrecimiento de trabajar juntos o de abrir más puestos de trabajo. La pobreza se usa para hacer promesas. Los malos salarios para prometer aumentos que no hay voluntad de otorgar. La violencia para anunciar venganza en vez de una justicia democrática, más empeñada en prevenir y proteger a la ciudadanía que en la palabrería inútil sobre penas más duras. Para colmo de males, al final se dice que las campañas cuestan dinero y polarizan, y que por esa razón hay que prolongar el período de alcaldes y diputados a cinco años. En otras palabras, como los candidatos a diputados y alcaldes gastan durante las campañas electorales demasiado dinero en decir cosas irrelevantes, que además tensionan y polarizan, lo mejor es darles un premio prolongando su permanencia en el poder. Extraño modo de pensar que refleja, una vez más, que a lo que juega la mayoría de los políticos es a afianzar su cuota de poder y de dinero, antes que a servir a la sociedad.

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