Este mes se desarrollan en la UCA una serie de actividades dedicadas al cultivo de la memoria. El asesinato de los seis jesuitas y sus dos colaboradoras incidió poderosamente en el camino hacia el fin de la guerra y confirmó el camino universitario que ellos habían abierto. Un camino de construcción de paz desde el saber poner la inteligencia y el estudio, la racionalidad y la palabra beligerante en favor del diálogo, la justicia social y la defensa de los derechos humanos. Una triple y conjunta dirección del pensamiento universitario que desató la cólera de quienes creían en la violencia, en la victoria militar y en la fuerza bruta. Su trabajo y su muerte marcaron una nueva línea de acción universitaria en países donde la pobreza, la desigualdad y la riqueza corrupta son llagas sociales de enorme profundidad.
Su recuerdo nos lleva hoy a seguir enfrentando la realidad desde la reflexión permanente y desde el esfuerzo de construir paz en medio de una cultura y estructuras sociales violentas, generadoras de una violencia delictiva y sangrienta que tiene profundamente cansada a una enorme cantidad de personas de buena voluntad. La UCA no quiere convertir el pasado en un monumento, sino mantenerlo en la memoria viva como instrumento para tener despierta la capacidad de juzgar y analizar el presente. Decir que la brutalidad del pasado no va con nosotros, que vivimos ahora en otros tiempos, que no hay que quedarse anclado en los ochenta suele ser la excusa de quienes quieren convertir la memoria en algo lejano, cada vez más cercana al olvido o a la inoperancia. Pero la memoria viva nos dice que las formas autoritarias y violentas del pasado siguen vigentes en el doble y miserable sistema de salud pública, en la educación desigual que en muchos aspectos margina y excluye a los más pobres, y en un sistema fiscal que carga el mayor peso en los que menos tienen mientras les permite a los pudientes sacar sus riquezas a paraísos fiscales.
Tanto si se expresa en crímenes a mano armada y extorsiones como en delitos de cuello blanco, la violencia ofende la dignidad, maltrata a los inocentes y desprecia a los pobres. Recordar a los jesuitas y a sus dos colaboradoras lleva a levantar la voz frente al presente; conduce a analizar las miserias de la actualidad y a proponer caminos de salida; exige que la universidad no sea un centro de pensamiento al servicio del dinero o del poder, sino que esté volcada al cambio social. Y es esa exigencia de cambio cultural y estructural la que los llevó a la muerte martirial. Desde ahí, desde su ejemplo, desde su memoria viva, queremos universitariamente celebrar su recuerdo, que nos lleva a fijarnos en quienes sufren pobreza, violencia o marginación excluyente a causa de una razón instrumental al servicio del dinero, la ambición o el poder.
Nos sentimos llamados a hacer memoria para celebrar sus vidas, dedicadas a salvar la de los más pobres. Y para desde esa celebración multiplicar en nosotros la razón solidaria y el compromiso con la transformación de esta sociedad que continúa siendo víctima de tantas injusticias. Si nuestros compañeros sucumbieron ante la muerte impuesta por la irracionalidad y la barbarie, su memoria nos muestra el camino de la victoria contra la nada. Recordarlos no busca retornar al pasado, sino abrirnos al presente analítica y críticamente, para construir un futuro que nunca más desate el odio, convierta el asesinato en una epidemia generalizada y multiplique víctimas inocentes.