Iniciamos hoy la Semana Santa, un tiempo de celebración religiosa y descanso. El ideal es que aprovechemos para pensar y tomar decisiones que nos comprometan con la búsqueda de soluciones para nuestro país. Por ello, en este editorial, proponemos una serie de temas que deberían estar presentes en nuestra reflexión personal y religiosa durante estos días. Temas que razonamos tanto desde la meditación religiosa que nos debe motivar como desde la serenidad que el descanso debe poner en la comprensión de los problemas.
El Salvador necesita diálogo en tanto muestra de humanidad y de capacidad de vivir como hermanos. La palabra “diálogo” refiere a lo racional, el logos. Y la partícula “dia” invita a tener una direccionalidad en la razón. El país urge de racionalidad, pues quienes se niegan a dialogar se afincan en una profunda irracionalidad y despreocupación por los problemas nacionales. Y desde el punto de vista religioso, el diálogo es indispensable para quienes desean vivir en fraternidad cristiana. Aprovechar la presencia del embajador Benito Andión y los esfuerzos de Naciones Unidas por impulsar un diálogo en El Salvador es racional y tiene una importante dimensión ética y moral. Dejar que pase la Semana Santa sin dedicarle a este tema una parte de nuestra reflexión sería irresponsable.
Por otra parte, no podemos vivir indiferentes ante la pobreza. No podemos dedicar el descanso a olvidar a los que sufren. Hay demasiados hermanos nuestros golpeados por el hambre, la falta de trabajo, la amenaza de la violencia, la migración o el desplazamiento interno. La razón serena nos dice que vivir juntos en un territorio tan pequeño y tan densamente poblado nos obliga a desarrollar estructuras fraternas que disminuyan la desigualdad, que no aumenten diferencias que pueden llegar a ser escandalosamente clasistas y generadoras de enemistad. La religión, cuando nos recuerda a Cristo diciéndonos “ámense unos a otros como yo les he amado”, nos plantea una exigencia muy clara de fraternidad. Una fraternidad en la que la compasión no es suficiente si no va acompañada de una acción dirigida a superar la pobreza o el dolor del prójimo.
La violencia no es cristiana. Ni la violencia de quienes delinquen, ni el uso desproporcionado de la fuerza por parte del Estado. La razón nos dice que el ojo por ojo no lleva muy lejos y que la mano dura no solventa las carencias económicas y sociales de la población. También que la violencia solo se supera si se eliminan o se reducen sistemáticamente sus causas. Y dado que las causas están tanto en comportamientos individuales como en estructuras sociales, debemos reflexionar sobre ellas y buscar juntos su superación. Cristo, víctima inocente y pacífica de espíritus violentos y estructuras poco humanas, nos recuerda desde su pasión y su cruz que no hay sustitutos para la fraternidad y para la búsqueda de una justicia que restituya a los pobres sus derechos.
Descansar sanamente ayuda a pensar con mayor racionalidad y humanidad. Participar en la pasión del Señor, recordarla, anima a crecer en fuerza para amar y servir, anima a mantenernos siempre en la búsqueda del bien. El descanso sano no termina en accidentes de carretera ni en violencia, sino en reflexión y en opción por acrecentar lo bueno. La participación en las actividades religiosas debe llenar nuestros espíritus de generosidad y lanzarnos a vivir con responsabilidad personal y social para construir un mejor El Salvador.