¿Cómo entender el apoyo popular a un gobierno y a una persona tan lejanos al sentir y la realidad cotidiana de la mayoría de salvadoreños? ¿Por qué alguien que genera odio y división es aplaudido incluso por quienes se dicen seguidores del amor o llaman a la tolerancia? ¿Cómo es que gran parte de la población dice preferir la democracia cuando al mismo tiempo goza con la violación de derechos humanos y ve con buenos ojos que la ley se haya convertido en papel mojado, que las instituciones sean ornamentales y que impere la voluntad de una persona y su grupo?
Para explicar razonablemente lo que sucede en el país hay que atender a la cultura autoritaria propia de la sociedad salvadoreña. Es decir, si hay apoyo a un líder autoritario es porque, en el fondo, buena parte de la gente es autoritaria, aunque las apariencias y los buenos modos pretendan decir lo contrario. Por lo general, lo que más se admira en otra persona es algo que se anhela en el fuero más íntimo; y lo que más se rechaza en otro, un rasgo propio que se detesta. En esta línea, se aplaude y respalda a líderes autoritarios porque su autoritarismo es un rasgo que se comparte y gusta. No por simple ignorancia muchas personas hablan con añoranza de los tiempos del dictador Maximiliano Hernández Martínez.
El autoritarismo se ha asimilado desde la infancia, tanto en el hogar como en la escuela. El padre que manda y decide sin tolerar cuestionamientos ni oír opiniones y el profesor que en el aula de clases premia la obediencia y castiga la diferencia configuran en sus hijos y alumnos una mentalidad autoritaria. Con el proceso de democratización que iniciaron los Acuerdos de Paz, el estilo autoritario pasó a operar tras bambalinas, dulcificado por una fraseología políticamente correcta. Pero por mucho que se quisiera ocultar o disimular, terminaba saliendo a flote. Y hoy impera sin recatos de la mano de alguien que busca solucionar todo por la fuerza y abomina del diálogo.
El pueblo autoritario se somete mansamente al que muestra mayor fuerza. La razón se apaga para que el líder tome todas las decisiones. El autoritarismo que se lleva dentro lleva a comulgar con el que se exhibe desde las más altas esferas. Largo será el camino para sanar las tropelías que ahora se cometen, y más largo aún para desmontar un sistema de valores que mantiene al país en el subdesarrollo y el enfrentamiento.