El sábado 23 de mayo, El Salvador vivió la mayor concentración de gente de su historia reciente, convocada para asistir a la ceremonia de beatificación de monseñor Romero. Tan magna asistencia a esta celebración, que algunos han cifrado en quinientas mil personas, dejó en evidencia el cariño y la admiración del pueblo salvadoreño al que fue su arzobispo, y que se distinguió por su voz profética en defensa de la vida, la verdad y la justicia, poniéndose al lado de los pobres y oprimidos, en aquellos difíciles años finales de la década de los setenta.
Una vez más, Óscar Romero nos convocó, como lo hizo durante tres años con sus homilías, que eran transmitidas por Radio YSAX y seguidas atentamente por un gran número de salvadoreños en todo el país. Al igual que entonces, el sábado anterior, monseñor Romero paralizó la capital. Los que participamos en el acto de beatificación nos llenamos de gozo al ver a tanta gente reunida por él, pero especialmente al oír su proclamación como “obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del Reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz”. Esa mañana, nos embargó a todos un profundo sentimiento de alegría y de unidad, y recibimos la invitación a seguir los pasos de Romero, para convertirnos en fuente de unidad, paz y reconciliación en El Salvador.
La clave de cómo Romero puede ser fermento de unión y reconciliación de la familia salvadoreña la dio Vincenzo Paglia al final de la celebración. Paglia, postulador principal de la causa de beatificación en Roma y profundo conocedor de la vida y el pensamiento del arzobispo, encontró la respuesta en el mismo lema episcopal de Romero. Él deseaba con todas sus fuerzas “sentir con la Iglesia”, y se empeñó en eso, siendo fiel al Evangelio, al magisterio de la Iglesia y dejándose guiar por el Espíritu, entregándose de lleno a su ministerio sacerdotal. Entonces, si queremos la unidad y la reconciliación en nuestro país, estamos llamados todos a “sentir con Romero”. La exhortación de Paglia es muy significativa y nos señala un camino claro.
Pero ¿qué significa sentir con Romero? Significa que hagamos nuestros sus deseos, sus sentimientos, sus pensamientos, y que sigamos el ejemplo de vida que él nos dio. Sentir con Romero es ponerse al lado de las mismas causas que él defendió, seguir sus ideales y estar abiertos a una permanente conversión al Evangelio. Es estar a favor de la vida y de la verdad, es ponerse del lado de la justicia y luchar contra toda clase de mal, es oponerse a la violencia y trabajar por la paz, es dejar a un lado el egoísmo individualista y la idolatría a las riquezas para ponerse a favor del bien común.
En el Vaticano, el papa Francisco recordó ayer a Romero como alguien que “eligió estar en medio de su pueblo, especialmente los pobres y oprimidos, a costa de su vida”. A ello estamos llamados también nosotros si queremos avanzar hacia la unidad y la reconciliación. Esta debe ser nuestra actitud fundamental: pensar en serio en el bienestar del pueblo salvadoreño, en el bienestar de ese 40% que sigue viviendo en la pobreza, en los que no tienen un empleo digno, en los que reciben un salario mínimo que no alcanza para comer los tres tiempos y mucho menos para comprar una vivienda decente, en los casi dos millones que viven en asentamientos precarios en condiciones inhumanas, en los que pasan días en las emergencias de los hospitales públicos sin ser atendidos, en los que no logran aprender lo básico en las escuelas. Pensar también en los muchos jóvenes pandilleros, en los que se hacinan en las cárceles, y buscar caminos para su rehabilitación y reinserción social.
Sentir con Romero es poner todos los medios necesarios para que los pobres tengan vida en dignidad, para que todos los salvadoreños realmente gocemos de las mismas oportunidades. Significa ser solidarios con los que sufren y con los que tienen necesidad, es defender la vida de nuestros jóvenes, es construir una sociedad en la que todos tengamos los mismos derechos y deberes. Sentir con Romero es dejar de falsificar la realidad con mentiras y falacias, es estar dispuestos a reconocer la verdad, reconocer los errores del pasado, dejar de idolatrar la riqueza y poner los recursos al servicio del bien común.
Ya quedó claro que monseñor Romero es un hombre ejemplar, que su ministerio fue acertado, que toda su vida fue congruente con el Evangelio y estuvo orientada por un radical seguimiento de Jesús. Su palabra profética clamando por la verdad y la justicia, exigiendo el cese de la represión y el fin de la violación a los derechos humanos, sus gestos de solidaridad con los oprimidos, su defensa de los pobres no solo son válidos, sino un verdadero modelo de santidad, un ejemplo de vida cristiana que todos estamos invitados a seguir. La unidad, la paz y la reconciliación no vendrán sin trabajar por ellas, no vendrán sin una verdadera conversión personal y social. Una conversión que requiere un cambio en cada uno de nosotros, respondiendo al llamado a sentir con Romero, y así amar a la gente de este pueblo con el mismo amor que él la amó.