Sin integridad electoral

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Editorial UCA
19/01/2024

Se suele pensar que, como en el futbol, en las elecciones lo más importante son los resultados. Por ello es que solo hay memoria para el ganador, dejando de lado casi todo lo demás. Definitivamente, las elecciones son un elemento fundamental para una democracia, pero no son lo único. Hay democracias consolidadas que tienen votaciones con falencias y hay regímenes autoritarios que celebran elecciones perfectas en las formas. La clave está en que solo son democráticas cuando cumplen ciertas condiciones. Lo que la ciencia política llama “integridad electoral” recoge esas condiciones que, de cumplirse, garantizan elecciones libres, competitivas y justas.

La integridad electoral se aplica no solo el día de la votación, sino en todo el ciclo electoral, es decir, lo que pasa antes, durante y después de la cita en las urnas. Entre las condiciones que se deben cumplir para que exista integridad electoral están el derecho a competir en condiciones de equidad, acceso a la información, independencia del poder electoral, competitividad y rendición de cuentas. Sin estos elementos, un proceso electoral no es íntegro. Y precisamente ese es el caso de los próximos comicios en el país.

El Salvador se apresta a celebrar unas elecciones con gran parte de la población desinformada. Según la última encuesta del Iudop, y a dos semanas de las elecciones del 4 de febrero, gran parte de la población desconoce que habrá comicios en dos fechas y cuáles elecciones se realizarán cada día, solo 13 de cada 100 salvadoreños sabe la nueva cantidad de diputados de su departamento, y la mayoría ignora números y nombres de municipios. El sondeo también revela serias deficiencias en el conocimiento de las formas para votar por las diputaciones.

Sin embargo, la falta de información no significa que la gente no quiera votar. El 91.6% de la población tiene la determinación de ir a votar el 4 de febrero para las elecciones presidenciales y legislativas, y 86 de cada 100 salvadoreños (85.9%) afirma lo mismo para las del 3 de marzo. Si estas declaraciones llegaran a cumplirse, el país rompería récord de participación electoral. Las preguntas obligadas son, entonces, qué clase de participación se está gestando si las personas desconocen elementos importantes y qué calidad de democracia se está construyendo.

Lo que está claro, de acuerdo a la encuesta del Iudop y a otros sondeos de opinión, son las preferencias electorales. La fotografía de la encuesta revela una abrumadora victoria del actual presidente con el 81.7% en la intención de voto. El segundo puesto (FMLN) solo obtendría el 4.2%. En las elecciones legislativas, el panorama es similar. Según el sondeo, la oposición tiene escasas posibilidades de sacar diputaciones. Si fuera así, el voto en el exterior se encargará de eliminarlas. La situación variará un poco en las elecciones de consejos municipales. El partido oficial cuenta con el 42.9% de la intención de voto; el segundo lugar lo ocupan los que no expresaron su preferencia (19.5%) y el tercero los que no irán a votar (8.6%).

A lo anterior se suma que se está desarrollando la campaña electoral más asimétrica de los últimos tiempos; el partido del presidente es omnipresente y el resto de institutos políticos apenas tienen presencia. Esto se debe, en gran medida a la negativa oficial a entregar la deuda política a los partidos, en ruptura con lo que manda la ley. Aunque el artículo 190 del Código Electoral estipula un anticipo de la deuda política a los partidos, el Tribunal Supremo Electoral guarda un silencio obsequioso ante esta violación y otras, como la propaganda gubernamental.

Si la intención de voto se mantiene, Bukele seguirá siendo presidente otros 5 años y habrá un partido único o hegemónico en la Asamblea Legislativa. La mayoría de la ciudadanía desconoce que este tipo de sistema de partidos solo se da en regímenes no democráticos. Por eso, en el fondo, es necesario cuestionarse qué quiere expresar la ciudadanía con esta decisión. Independientemente de las condiciones que se crearon para que las elecciones no fueran más que un trámite para el oficialismo, en el fondo las preferencias electorales expresan la creencia de que el partido oficial y el presidente resolverán los problemas de la economía nacional y de la familiar.

La gente votará como votará para que las demandas más sentidas y siempre postergadas sean por fin atendidas. Irá a las urnas porque espera la generación de empleos decentes con salarios dignos para no verse obligada a dejar su tierra. Votará por una educación de calidad para sus hijos, por el acceso a la salud como un derecho humano, por una vivienda digna para cada núcleo familiar. Votará por vivir en paz, por desplazarse por la ciudad o el campo sin temor a ser vejada, por poder expresar sus opiniones de una manera libre. Votará porque cree que se profundizará la democracia.

De los gobernantes que serán electos, desde el presidente hasta los alcaldes, dependerá que estas aspiraciones se cumplan. Pronto se verá si honran los anhelos de la población o si, por enésima vez, traicionan sus anhelos más profundos.

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