El 15 de septiembre celebramos la independencia. Y casi siempre la celebramos mal. Porque la independencia no se puede celebrar únicamente como una realidad pasada. Hay que celebrarla siempre como proyecto. Así la celebraron aquellos ya lejanos padres de la patria que querían pasar de súbditos a ciudadanos, de sociedad de castas a sociedad de iguales, de esclavitud legal a libertad real. Un país no es realmente independiente cuando no tiene un proyecto sólido de desarrollo solidario de su ciudadanía. Ni celebra adecuadamente su independencia cuando pone más énfasis en los discursos y en la propaganda que en los proyectos reales de desarrollo.
Quienes defienden la soberanía nacional ante el juez Eloy Velasco de España olvidan que soberanía democrática implica hacer justicia dentro de El Salvador. Y que en un mundo interdependiente, ningún país es absolutamente soberano. Los derechos humanos, por poner un solo ejemplo, constituyen un valor supranacional del que no pueden prescindir los Estados alegando su soberanía. Nuestra propia Constitución da pie para esto cuando afirma que "El Salvador reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado". En otras palabras, la persona es mucho más importante que cualquier valor abstracto derivado de la nación, como puede ser la soberanía nacional. El derecho a la vida aparece como el primer derecho de la persona, y si el Estado no lo protege, falla. No es soberano porque es incapaz de defender el valor más importante de la persona a cuyo servicio debe estar.
Esto evidentemente sirve para los crímenes del pasado y sirve también para los crímenes del presente. La ola delincuencial actual, que viola impune y sistemáticamente los principales derechos y garantías de la persona, atenta contra la soberanía nacional. Y en ese sentido, mientras la impunidad siga reinando, tanto en el presente como en el pasado, podemos decir que nuestros Gobiernos, los pasados y el presente, son poco capaces de defender la soberanía nacional. Porque soberanía es garantizar la vida, la seguridad, el trabajo, la justicia y la paz. Y nuestras garantías son demasiado débiles.
¿Es válido en este contexto celebrar la independencia? Sí, pero en la medida en que la celebración vaya acompañada de un proyecto real de lucha contra la injusticia, el hambre y la impunidad, entre otras plagas. No es malo recordar que el fracaso en la defensa de la vida es más que suficiente para decir que en ese aspecto somos un Estado fallido. Y es mejor reconocer lo doloroso de la realidad, para poder después superarla, que taparnos los ojos y decir que el problema es de maras, de narcos, de grupos particulares, pero no nacional.
Si en otros muchos aspectos no somos un Estado fallido es más gracias a la calidad de nuestra gente que al trabajo de nuestro liderazgo político o económico. Los pescadores de La Pirraya le han dado una verdadera lección a las instituciones salvadoreñas sobre lo que puede lograr nuestra gente a partir de ella misma, sin mayor ayuda oficial o privada, al menos en la mayor parte de sus esfuerzos, hasta llegar a este momento en que han tocado las fibras más hondas del salvadoreño esforzado. Son nuestros emigrantes pobres con sus remesas los que le dan un respiro a nuestra economía, más que el liderazgo nacional. Es la gente buena y sencilla, campesinos, empresarios con conciencia social, obreros fieles a su trabajo, profesionales decentes, los que mantienen al país a pesar de la charlatanería y la ineficiencia social incrustadas en las capas del liderazgo político y económico.
Soberanía es, entonces, servicio a la gente. El pensador ilustrado Jovellanos decía que "los pueblos tienen los gobiernos que se merecen". No es cierto. Los salvadoreños y salvadoreñas nos merecemos mejores gobiernos que los que hemos tenido hasta el presente. Mejores aplicadores de la justicia, mejores investigadores del delito, burocracias más ágiles, legisladores más conscientes de las necesidades de la gente, gobernantes con mayor capacidad de diálogo, y decisión más radical de poner al Estado salvadoreño al servicio de quienes todavía carecen de derechos básicos en el campo de la salud, la educación, la vivienda o la seguridad personal y social. Eso es soberanía nacional, y eso significa el 15 de septiembre.