La época de Navidad ofrece siempre el retorno a valores que nos hacen sentirnos seguros. Es tiempo de reunificación familiar, de disfrutar días de armonía con las amistades, de apreciar lo bueno y lo correcto en las relaciones humanas. Y en un país como el nuestro, es un tiempo de respiro y de recolección de fuerzas para iniciar un año nuevo. En 2016, la violencia se ha enfrentado con violencia, creando una tensión creciente. Las instituciones, salvando algunas pocas, han sido indiferentes a la realidad nacional. La ceguera ante los problemas de pobreza y desigualdad sigue afligiendo no solo el presente, sino mostrándose como amenaza para el futuro. La dimensión de la corrupción ha salido a flote estrepitosamente. Aunque la ciudadanía sabía ya desde hace tiempo que la política era para algunos de sus dirigentes un camino para hacer dinero, contemplar cantidades, alianzas y mecanismos para aprovecharse o lucrarse del Estado llena a muchos de decepción y desesperanza. En este contexto, volver al ámbito familiar y de amistad es una especie de retorno a lo seguro, a lo que nos da confianza y ganas de vivir.
El año que termina ha sido más bien triste. El liderazgo empresarial se ha mantenido encerrado en su búsqueda de ventajas privadas y en ese narcisismo que le lleva a presentarse como lo único que pueden salvar a El Salvador. Los políticos se mantienen estancados en discusiones estériles y en acuerdos provisionales que no enfrentan ni resuelven los problemas nacionales. El sector gubernamental tiene sus esperanzas puestas en el endeudamiento y la oposición insiste en el ahorro como solución, limitando todavía más la inversión social en este país nuestro que tiende a despreciar al pobre y al que tiene menos. El problema de las pandillas continúa convirtiéndose en una especie de guerra encubierta en la que las partes actúan con la misma miopía del pasado; una guerra que se ensaña con los más vulnerables. La brutalidad de los que extorsionan y matan se contesta con ejecuciones extrajudiciales, maltrato policial muy semejante a la tortura y redadas masivas que convierten en papel mojado a las garantías judiciales de la democracia.
La intensidad de la vida familiar propia de estos días pone, si no en el olvido, al menos en clave menor los desconsuelos de estos últimos 12 meses. Sin embargo, no basta descansar si el próximo año se presenta con las mismas dificultades y falta de perspectiva. 2017 empezará sin duda gloriosamente, lleno de distracciones. La celebración de los 25 años de la firma de la paz se ensalzará como un hito en la historia de El Salvador. Pero una vez más, como ha pasado en los aniversarios anteriores, correremos el riesgo de relegar al olvido el espíritu de diálogo y la lucha esforzada en favor del mismo que finalmente condujeron hacia el fin de la guerra. No serán recordados, quizás ni mencionados, los grandes protagonistas de la salida dialogada al conflicto, quienes insistieron en ella durante muchos años mientras las fuerzas en pugna solo entendían de victorias militares y destrucción. Quizás no se hable de la necesidad de corregir los fallos que llevaron a la guerra, como la injusticia y los mecanismos autoritarios de funcionamiento social. Como antes, hay fuerzas que prefieren disparar que pensar, insultar que debatir, aunque aprovechen los aniversarios para hablar bien de sí mismos.
Frente a un año que no promete gran cosa, el papa Francisco ha propuesto a los cristianos y a las personas de buena voluntad comprometerse activamente con la no violencia. En un mundo tan marcado por guerras, el papa insiste en esa postura clara y valiente que lleva a enfrentar pacífica y racionalmente todo tipo de violencia, desde la económica hasta la producida por el crimen, la droga y las armas de fuego. Francisco cita ejemplos impactantes. Nos habla de la preocupación de los pobres de madre Teresa, la valentía de Martin Luther King frente a la discriminación racial, la persistencia de Gandhi y de Khan Ghaffar Khan en la resistencia pacífica contra la explotación colonial, el trabajo activo por la paz de muchas mujeres, como Leymah Gbowee en medio de la guerra de Liberia. Nos invita a no caer en el pesimismo y a actuar con valentía frente a la violencia y la brutalidad.
Si logramos que estas fiestas de fin de año nos animen a comprometernos activamente en la construcción de la paz, la cercanía y el disfrute de la Navidad darán su mejor fruto. Pasaremos de una actitud de refugio ante un mal que nos domina al compromiso activo y combativo, racional y no violento con la construcción de la paz con justicia. En otras palabras, nos lanzaremos al fin a construir un El Salvador más humano y más justo.