En la homilía de la misa que la UCA celebró en memoria de monseñor Romero, el rector, P. Andreu Oliva, se refirió a las tres guerras que abaten y golpean a El Salvador. La primera, la de los pobres contra los pobres, centrada en zonas marginales y de pobreza, y protagonizada, entre otros, por las pandillas y las fuerzas de seguridad públicas; una guerra en la que los menos favorecidos son los que más sufren. A esta se añade la de los ricos contra los pobres, expresada en bajos salarios, en despreocupación por el dolor de los sencillos, en desprecio hacia los que viven en zonas marginales y en el egoísmo feroz y exhibicionista de los que más tienen. Y la tercera, la de las estructuras injustas, que golpean también a los pobres con servicios de salud deficientes, con educación escasa y profundamente desigual, con desprotección estatal de los derechos humanos.
Frente a esta triple agresión, el Rector insistía en el ejemplo de monseñor Romero y de los mártires de la Universidad. Ellos nos muestran el camino de solución a los problemas de esta guerra social que abate a El Salvador, 25 años después del fin de otra guerra en la que la locura fratricida campó a sus anchas. Los asesinatos de Romero y de los ocho de la UCA marcaron hitos importantes a favor de la conciencia pacífica y la construcción de la paz. La defensa de los derechos de los pobres y la insistencia permanente en el diálogo como medio de solución a los conflictos fueron los instrumentos de trabajo de estos esforzados constructores de paz.
Hoy, cuando juntamos y honramos a tantos y tan diversos mártires con la figura señera de monseñor Romero, no solamente insistimos en el reconocimientos de la verdad en todos sus aspectos, incluido el judicial, sino que además renovamos la convicción de que ciertos hechos del pasado tienen elementos de fuerza moral que llaman a la transformación y al cambio en nuestra patria. En efecto, no se busca convertir a los héroes del pasado en un monumento que adorna la historia, pero que pertenece a otro tiempo; el pasado es y debe ser instrumento de análisis para entender el presente y para diseñar un futuro más humano. La impunidad, el olvido, el destierro de la memoria en nada abonan a la planificación de un mejor futuro. No faltan quienes piensan, desde una ingenuidad y un desconocimiento total de la historia, que aplicando recetas económicas que favorecen a los ricos todo se arreglará a su debido tiempo. La realidad histórica muestra más bien que los grandes cambios han partido siempre de opciones morales y éticas de fondo.
Figuras como la de Óscar Arnulfo Romero, los mártires de la UCA y muchos otros nos descubren una energía humana cargada de generosidad y heroísmo. Tanto análisis certero de los problemas sociales y económicos de El Salvador no puede quedar en el olvido cuando, de otras maneras y en otras condiciones, persiste la guerra entre nosotros, acrecentando víctimas y destrozando familias y esperanzas. Como acción básica para la construcción de la paz, hay que invertir en los más golpeados por la economía. Para ello, es indispensable desarrollar acuerdos que extiendan la educación formal hasta el fin del bachillerato, o equivalente, para todos nuestros jóvenes. Y es fundamental dotar de la calidad adecuada a esa educación universalizada. Lo mismo que invertir en salud, vivienda y seguridad social.
Una reforma fiscal progresiva es imprescindible para frenar la guerra de los ricos contra los pobres. Quien tiene y gana más debe contribuir más al bienestar de todos. No puede ser que grandes empresas o destacados millonarios continúen multiplicando sus riquezas aportando muy poco en impuestos y a costa del trabajo mal pagado de los salvadoreños. Por otra parte, la investigación a fondo de las acciones criminales de pandillas y narcotraficantes, y de los abusos policíacos resulta también indispensable para proteger a los más pobres de esta guerra cruenta que tantas víctimas produce. Los mártires nos invitan siempre a dialogar a fondo sobre las medidas indispensables para frenar las guerras. Mirar a las víctimas de hoy resulta esencial para construir un mañana en el que la convivencia sea pacífica y se les ofrezca a todos la posibilidad de desarrollar lo mejor de sus capacidades. Los mártires nos indican un camino de diálogo en el que la solidaridad, los derechos humanos y el bienestar de los más pobres son el centro. Solo desde ahí podremos construir un futuro estable y decente.