Un llamado subversivo

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Editorial UCA
28/03/2018

Estamos a punto de iniciar el tiempo culmen de la Semana Santa, el llamado Triduo Pascual, los días en que los cristianos celebramos el hecho fundamental de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Pero, como decía monseñor Romero, esta celebración es distinta según el contexto en que se viva. No es lo mismo celebrarla en una situación de bienestar, comodidad y seguridad que en penuria, sufrimiento y conflicto. Desde una vida plenamente satisfecha, es muy difícil entender el significado de la Semana Santa e identificarse con un hombre que fue condenado a muerte después de hacer en todo la voluntad de Dios, de ponerse por entero al servicio de los pobres, los enfermos y los pecadores. La condena a muerte de Jesús solo se comprende a partir de sus implacables y permanentes críticas al sistema político, social y religioso de su tiempo.

Su llamado a la conversión de los poderosos que oprimen al pueblo pobre, los ricos incapaces de compartir el pan con el hambriento, los religiosos que pasan de largo ante sus prójimos asaltados y abandonados a la orilla del camino fue insoportable para aquellos que gozaban de bienestar y seguridad. El profeta de Galilea significó una de las mayores amenazas a los poderes políticos y religiosos de su tiempo, pues con sus enseñanzas y actos subvertía el orden establecido. Invitó a poner en el centro de la vida y la religión a la persona. Dejó claro que los débiles, las víctimas y los que sufren son los preferidos de Dios al afirmar que serían los primeros en el Reino de Dios. Llamó sepulcros blanqueados e hipócritas a los que utilizaban la religión para oprimir al pueblo imponiéndole cargas que ellos mismos eran incapaces de soportar. Para quien se dice cristiano estando del lado de la riqueza, de los opresores, de los que excluyen, la pasión y muerte de Jesús solo puede entenderse como un llamado a la conversión profunda, a abandonar la idolatría a las riquezas y al poder, y hacerse solidario con los prójimos abandonados a su suerte.

A dos años de que finalice la segunda década del siglo XXI, a pesar de las promesas de paz y bienestar para la humanidad de la globalización, más de dos mil millones de personas viven una realidad marcada por el sufrimiento a causa de la violencia, la guerra, la pobreza, la droga, la enfermedad, las injusticias, los fundamentalismos religiosos. El orden mundial actual no ha sido capaz de superar los conflictos; más bien, estos se multiplican, ya sea por motivos económicos, políticos, ideológicos, culturales o religiosos. Conflictos en los que siempre los pobres se llevan la peor parte, mientras una minoría obtiene exorbitantes beneficios. Aunque a algunos no les gusta que se hable de la lucha de clases, no se puede negar que la mayoría de los conflictos actuales son resultado de una guerra de los ricos y los poderosos contra los pobres y los débiles, son efecto de la lucha por el poder, por apropiarse de los recursos naturales, por acumular más y más riqueza.

En El Salvador también se vive en un conflicto permanente. Decenas de miles de nuestros hermanos viven en carne propia la pasión: unos por la pobreza, otros por el desempleo o por la extrema dureza de sus trabajos, a lo que se añade la violencia generalizada y el acoso de las pandillas. También los privados de libertad viven su pasión en las cárceles; hacinados, mal alimentados, maltratados, sin poder recibir las visitas de sus familias. Los migrantes que emprenden el camino hacia el Norte buscando mejores condiciones de vida o huyendo de la violencia viven su propio viacrucis. Así como las miles de familias que cada año guardan luto por el asesinato de uno de sus miembros. Desde estas realidades no es difícil identificarse con la pasión y muerte de Jesús, reconocer el dolor ajeno y descubrir que en nuestra tierra operan el mismo mal y la misma injusticia que lo llevaron a morir crucificado. Por ello, debemos escuchar y atender su llamado a subvertir el orden establecido, a ponernos al lado de los que sufren, a bajar de la cruz a los crucificados de este mundo, a trabajar por superar la pobreza, la injusticia y la violencia para que todos gocemos de una vida fundada en el amor y la paz.

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