Un país construido sobre la solidaridad

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Editorial UCA
04/05/2020

En el país, durante estos días, el debate público sobre la emergencia por el covid-19 tiene una doble dimensión. Se discute si la cuarentena debe alargarse y endurecerse, o si debe iniciar un retorno escalonado a la normalidad y cómo. La relativa escasez de pruebas realizadas no ofrece datos suficientes para tomar decisiones claras. En este contexto, la gente ha ido abriendo discretamente algunos de sus trabajos o negocios informales, porque las obligaciones son muchas y la ayuda entregada no da para cubrir todas las necesidades familiares. Se ve más gente en lugares públicos, y ello molesta al Gobierno. Pero las más de las veces es una cuestión de necesidad, no de irresponsabilidad. No se puede decir que hayamos llegado a una situación de vida ordinaria: el tráfico continúa siendo escaso y aunque se ve más personas en la calle que en los primeros 15 de cuarentena, no en número suficiente como para afirmar que se haya llegado a una situación de abuso generalizado.

La mayoría de las personas cumple racionalmente las medidas de prevención y distanciamiento social. Pero es normal que en un país con casi la mitad de la población económicamente activa trabajando en la informalidad, una cuarentena no pueda durar dos meses, al menos de manera absoluta. En ese sentido, hay que, por un lado, considerar las necesidades económicas y de mantenimiento de los pequeños negocios; y por otro, elaborar nuevas medidas sanitarias y continuar insistiendo en que la mayor parte del tiempo se debe permanecer en casa. Tomar decisiones y dictar normas teniendo en cuenta ambas realidades se vuelve cada vez más perentorio.

Más importante aún es comenzar a planificar un futuro postepidémico. La gran mayoría de países estaban escasamente preparados para enfrentar la pandemia. El sistema económico mundial centrado en la ganancia rápida ha hecho que muchos Estados descuiden los servicios básicos que ofrecen a la población. En el campo de la salud, El Salvador ya era muy frágil antes de esta emergencia, porque la inversión en el rubro ha sido históricamente insuficiente, incluso raquítica. Nuestro país se caracteriza por avanzar hacia el desarrollo de un modo lento y débil, más apoyado en el endeudamiento que en impuestos y aportes ciudadanos. De hecho, somos el tercer país latinoamericano con mayor deuda pública. Y esta realidad debe abordarse de manera seria y responsable, para cambiarla en el futuro próximo. Porque aumentando las deudas no se saldrá de esta crisis ni de ninguna otra.

El Salvador, por ubicación geográfica, está en riesgo permanente de emergencias. Los terremotos nos definen. Las inundaciones y sequías serán más fuertes con el calentamiento global. Enfermedades como el dengue y la chikungunya se convierten fácilmente en epidémicas. Las neumonías, sin necesidad de esperar al covid-19, han sido una de las principales causas de mortalidad, especialmente para los niños. La insuficiencia renal crónica y algunos tipos de cáncer se dan con más frecuencia de la normal. La falta de preparación y prevención, así como la débil respuesta sanitaria frente a estos problemas, ha sido tradicional. Pandemias como la del covid-19 podrían repetirse cada vez con más frecuencia. ¿Volveremos tras esta emergencia a lo mismo de siempre?

La única manera de abandonar la senda de la improvisación, el enfrentamiento y el cinismo que mira exclusivamente al bien propio y se olvida de los derechos de los demás es cambiar el sistema práctico de funcionamiento del país. Ese sistema ideológico que marca nuestras acciones, hábitos y costumbres, y que nos vuelve indiferentes ante la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades. Como resultado del pensamiento neoliberal, hemos impregnado a la democracia salvadoreña de un profundo egoísmo individualista, con prácticas socialmente perniciosas en el ámbito personal, empresarial y político. La idea, tantas veces repetida, de que el mercado en solitario nos llevará al desarrollo y al bienestar no es más que una quimera y un engaño.

Necesitamos un país construido sobre la solidaridad. Un país con una reforma fiscal eficiente, en el que no haya empresas y capitales que evaden impuestos; con un sistema educativo que garantice oportunidades a las mayorías hasta hoy marginadas; con un sistema de salud único, eficiente y de calidad, que sepa permanecer preparado para los riesgos sanitarios. Construir solidaridad desde el diálogo es condición necesaria para vencer epidemias, calamidades y desastres, y alcanzar un desarrollo digno. Decir que vamos bien sin comenzar a discutir el futuro no es más que una manera de engañarse a sí mismo y al que escucha.

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