Un país en crisis

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Editorial UCA
15/06/2016

El Salvador está en crisis. Lleva tiempo estándolo, pero la acumulación de problemas y la floja respuesta a los mismos acrecienta el sentimiento de estar en una. Los rasgos de la crisis por la que atravesamos son múltiples y conviene mencionarlos. La desigualdad económica y social es intensa. Nuestra deuda externa sigue creciendo, alcanzando niveles de peligrosidad cada vez mayores. La irresponsabilidad de la clase política es patente. La corrupción abunda. La violencia no cesa y se combate con una violencia estatal que conduce a errores y tensiones. Las instituciones son débiles, caen con frecuencia en la arbitrariedad y en el gasto inútil o escasamente productivo. La impunidad continúa siendo una plaga. La empresa privada, incapaz de promover el desarrollo sin el poder político, quisiera gobernar anulando la política y sustituyéndola por el mercado.

Si estos rasgos se quisieran comprobar con algunos datos de actualidad, bastaría con ver el nivel de desigualdad salarial. Algunos funcionarios ganan el equivalente a casi cincuenta salarios mínimos. Y ni hablar de algunos salarios privados, en los que la diferencia es escandalosa. Modos de vida tan dispares entre ricos y pobres, a veces ubicados en extrema cercanía, ofenden sentimientos de humanidad básicos. Por otra parte, financiamos deuda con deuda y permanecemos por debajo del promedio latinoamericano de recolección fiscal. Los diputados se dan el lujo de comprar carros caros con dinero público que posteriormente utilizan incluso para fines privados. Teniendo seguro social, como todo trabajador formal, prefieren pagar con fondos del Estado, es decir, de todos los ciudadanos, seguros privados de salud a su favor.

Los políticos tienen muchas formas de contratar parientes. E incluso de beber licores finos a la salud del pueblo y con dinero del pueblo. Los empresarios tienen también abundantes fórmulas para sobornar políticos y funcionarios, incluyendo viajes en avión. Algunos miembros de la PNC se lanzan a operativos en los que se detiene y acusa con pruebas falsas a inocentes. En algunos casos, participan en lo que suavemente se denomina “operativos de limpieza social”, asesinatos de mucha gravedad al ser cometidos por funcionarios encargados de proteger al ciudadano. La institucionalidad no responde a las expectativas de la gente ni mucho menos a sus derechos de una forma digna. Los crímenes de guerra y de lesa humanidad continúan impunes en el país y el esfuerzo de investigar y pedir justicia ha descansado más en los que sufrieron las vejaciones que en el Estado. Los empresarios no reconocen corporativamente ningún error y más bien prefieren presentarse como víctimas. Sin embargo, se oponen a revisar a fondo un sistema de salario mínimo indecente e injusto.

Si a todo lo anterior le sumamos un gusto por el absurdo trágico y la honda superficialidad, que lleva, por ejemplo, a despreciar un grave problema ecológico tomando cucharaditas de melaza en la televisión; un millonario que puede perseguir legalmente a un periodista porque saca a luz datos reales de su negocio; y un alcalde acusado de poner la alcaldía al servicio de una pandilla, terminamos de bosquejar la terrible crisis de un país que enfrenta sus problemas mediáticamente. Y ello gracias a la irresponsabilidad característica de los grandes medios de comunicación que, incapaces de entrar a fondo en la construcción de una sociedad más justa, se dedican a la manipulación de los hechos y a presentar desgracias con una clara intencionalidad política, buscando perjudicar al Gobierno y favorecer a los poderes fácticos del capital y sus aliados.

De las crisis no se sale con autoritarismo ni con enfrentamientos internos. Tampoco haciendo pagar los costos a los más débiles, pobres y excluidos. La necesidad de diálogo serio es urgente. Si los pactos de no agresión entre líderes no tocan sustancialmente los derechos insatisfechos de los pobres, la crisis no hace más que perpetuarse. Mientras no veamos acuerdos sobre salarios decentes, salud universal y de idéntica calidad para todos los ciudadanos, educación universalizada desde los tres años hasta los 18, justicia pronta y clara, todo otro pacto no hará más que prolongar las situaciones de privilegio de las minorías con poder. Reconocer que estamos en crisis y tomar nota de sus causas es el primer paso para comenzar a hablar en serio de cómo salir de ella.

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Anónimo
16/06/2016
13:22 pm
El espíritu de la diputada arenera al \"saborear\" melaza en un canal de Tv, pretendiendo minimizar el daño que ocasiona ese producto, fue el de defender al rico propietario de la hacienda por el derrame, tal como es el ideario del partido al que pertenece: defender a los grandes propietarios y negociantes del país. Con ese objetivo fue fundado. Así que yo encuentro incongruente que en las poblaciones pobres, en donde la gente recibe mayores subsidios y hasta pensión universal, los areneros se alcen con la victoria electoral en alcaldías y diputados. Desde ese punto de vista podríamos asegurar que \"mal paga el diablo a quien bien le sirve\". Lo compararía con el caso de Venezuela, porque la misma gente que ha pagado menos de un dólar por el galón de gasolina, que ha estudiado gratis en las universidades, que ha recibido préstamos con intereses risibles, etc., es la misma que anda en las calles exigiendo el derrocamiento de Maduro. Que ironía!!
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Anónimo
15/06/2016
13:41 pm
Este país ,se encuentra sin duda en una inestabilidad severa, y para el colmo de males se suma la clase de políticos actuales en general, pero un grupo sobresale , que dan vergüenza y por qué no decirlo producen \"náusea \" las opiniones vertidas en lo que llaman \"debate\": oír a los \"diputados de la nueva generación \" de ARENA , lo absurdo de sus opiniones. Empresarios, como el Sr . Mena Lagos, su opinión sobre el salario mínimo, su desprecio a la postura del actual Arzobispo Alas.En fin crisis de valores cristianos, crisis excesos, crisis de solidaridad.....
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