El 21 de agosto de este año, el Diario Oficial publicó el decreto presidencial que crea la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Adultas Desaparecidas en el Conflicto Armado del País. Sin duda, esta es una muy buena noticia para las familias que desde hace más de 25 años buscan a sus hijos, esposos, padres, madres, hermanos... Hasta este momento, ese esfuerzo ha sido infructuoso, no ha contado con ningún tipo de apoyo estatal. Más bien lo que han encontrado son negativas y trabas, incluso en no pocas ocasiones los han tildado de mentirosos, pues todavía algunos insisten en negar que en El Salvador se dieron desapariciones forzadas.
El informe de la Comisión de la Verdad recopiló aproximadamente cinco mil denuncias de desapariciones forzadas; las organizaciones de derechos humanos cifran los casos entre ocho mil y diez mil. Muchos de ellos están documentados, con nombres y apellidos. La desaparición forzada fue una práctica sistemática utilizada por los cuerpos de seguridad desde los años setenta hasta el fin de la guerra. Los desaparecidos, en su mayoría, fueron apresados y torturados, para después ser asesinados y enterrados en fosas clandestinas, o abandonados en lugares inhóspitos a merced de los animales de rapiña. También es posible que algunos huyeran y lograran salvar la vida, sin poder reestablecer comunicación con sus familiares. Incluso algunos podrían estar recluidos en centros que atienden a personas con enfermedades mentales o vagar por las calles, desequilibrados a raíz de las torturas y el maltrato recibidos.
Desde la firma de los Acuerdos de Paz, nada se había hecho para crear un mecanismo nacional de búsqueda de los adultos desaparecidos. Ello a pesar de que distintos tratados internacionales en materia de derechos humanos obligan al Estado a contribuir decididamente en la localización de estas víctimas, y a que las Naciones Unidas han recomendado reiteradamente la necesidad de crear en El Salvador un medio eficaz para esa tarea. Han tenido que pasar 25 años para que el Estado Salvadoreño comience a cumplir con su deber y trate de responder al derecho de los familiares de encontrar a los suyos, aunque sean sus huesos para darles sepultura, y poner fin a un prolongado tiempo de incertidumbre y dolor.
Los familiares de un desaparecido viven en sufrimiento permanente. Para ellos, su pariente está secuestrado y esperan el día en que sea liberado y regrese. En este sentido, además de ser un derecho conocer la verdad sobre lo sucedido, es fundamental para su salud y bienestar dar término a esa pena permanente; es decir, conocer el paradero del desaparecido y en el caso que haya sido asesinado, honrar sus restos y hacer el debido proceso de duelo. Ha sido su lucha de tantos años, la terquedad de no darse por vencidos, su exigencia continua del derecho a la verdad y a encontrar a sus desaparecidos la que hoy se ve recompensada con la creación de la Comisión Nacional de Búsqueda. El camino no ha sido fácil, pero finalmente la compasión y la humanidad se han impuesto sobre la indiferencia y el odio.
Hoy, El Salvador inicia un nuevo camino. La Comisión Nacional de Búsqueda tiene por delante un trabajo arduo, y requerirá que se le faciliten todos los medios necesarios para realizarlo con eficacia, a la altura de la circunstancia y las deudas pendientes. Pero, sobre todo, requerirá del apoyo de las personas e instancias, gubernamentales o no, que practicaron o estuvieron relacionadas con desapariciones forzadas y que tienen información de primera mano sobre los desaparecidos. A ellas les corresponde ahora despojarse de sus temores y contribuir a la reconciliación de nuestra sociedad colaborando plenamente con la Comisión, resarciendo así una parte del enorme daño que en su momento causaron. Pero como dice la activista, luchadora social y cofundadora y presidenta del Comité de Familiares de Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos, Guadalupe Mejía, esta es tarea de todos, necesita de la contribución de todos. Solo a través de un esfuerzo conjunto, nacional, será posible encontrar a los desaparecidos y cerrar con verdad y paz uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia.