Una terrible omisión

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Editorial UCA
14/02/2014

Dado que los problemas más sentidos por la población tienen que ver con la criminalidad y con la crisis económica, es comprensible que los políticos, como cazadores de votantes, prometan solucionarlos. Pero lo que resulta difícil de aceptar es que los candidatos se centren en los efectos de esos problemas, dejando a un lado sus raíces estructurales. En ese sentido, sus ofertas son como las de un médico que promete curar una enfermedad recetando analgésicos. Y lo que más sorprende en esta campaña es la ausencia de los problemas de más larga data en el país, que al obviarse hipotecan las posibilidades de cumplimiento de esas promesas. Es el caso de la situación medioambiental. Aunque se dice que está presente en los planes de gobierno, ha estado prácticamente ausente del debate y de las ofertas electorales más importantes. La crítica situación medioambiental de El Salvador condiciona la viabilidad de cualquier propuesta de desarrollo económico y social. Así de sencillo. De nada servirá crecer económicamente, reducir la delincuencia o generar empleo si no tenemos un lugar con condiciones para que la vida se desarrolle.

Desde hace ya varias décadas, la sociedad global enfrenta las consecuencias del agotamiento de un proyecto de desarrollo caracterizado, entre otras cosas, por generar un creciente desgaste del sistema ecológico a nivel planetario, junto a un aumento alarmante de la desigualdad y de la pobreza. Y El Salvador, por supuesto, no es la excepción. Muchos factores han intervenido en ello, pero sin duda uno de los más importantes es la carencia de políticas y acciones que favorezcan la protección del medioambiente. En el país estamos llegando al punto de no retorno en materia ambiental. Hemos sido considerados la nación más vulnerable del mundo por instancias de Naciones Unidas. Ocupamos el deshonroso segundo lugar en deforestación en América Latina, solo después de Haití. En Centroamérica, tenemos la menor cantidad de agua potable por habitante, lo que nos tiene al borde del estrés hídrico, es decir, rozando el peligro de no tener agua suficiente para todos.

Peor aún, nuestro problema hídrico no es solo de cantidad, sino también de calidad. De acuerdo a las autoridades del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, el 90% de las aguas superficiales en el país están contaminadas. En otras palabras, no solo tenemos poca agua, sino que la poca disponible no es apta para el consumo humano. En 2011, un informe de la ONG Germanwatch calificó a El Salvador como el cuarto país más vulnerable al impacto climático. El ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales dijo recientemente en un foro algo que ilustra con fidelidad la situación nacional en materia medioambiental: "Estamos al borde de un precipicio; si damos un paso más en la misma dirección, nos vamos al abismo".

Y como si la situación que vivimos no fuera dramática, no contamos todavía con un marco regulatorio del agua que garantice su acceso público y la proteja del lucro y de la destrucción. El acceso al agua no está reconocido como un derecho humano en nuestra Constitución. Para colmo, la amenaza de la minería metálica todavía pende sobre los 20 mil kilómetros cuadrados del suelo salvadoreño, esperando a que se le levante la restricción temporal. Una industria que solo obedece a la lógica del precio de los metales que extrae y que suele estar acompañada de contaminación, destrucción de medios tradicionales de vida, violación de derechos humanos, destrucción del tejido social de las comunidades afectadas y profundización de la pobreza. Gobiernos anteriores, sin consultar a la ciudadanía, concedieron 29 permisos de exploración minera en el norte del país, en la cuenca alta del río Lempa, poniendo en riesgo la principal fuente de agua para uso doméstico, industrial, de pesca y turismo.

Por otra parte, el país no produce lo que comen sus habitantes. Importamos casi todo el arroz, casi la mitad del maíz y buena parte del frijol que consumimos. De acuerdo a las proyecciones, en 2050, El Salvador tendrá 8.1 millones de habitantes, lo que supone el enorme reto de comenzar a planificar desde ya para asegurar la producción adecuada y suficiente de alimentos para esa población. Todos estos temas han estado invisibilizados en la campaña electoral. Es difícil aceptar que los que dirigirán los destinos del país solo piensen en la elección y no en las próximas generaciones. La mejor herencia que podemos legar es un país donde se pueda vivir. Y eso no está asegurado.

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Anónimo
15/02/2014
11:20 am
Y que alternativas de solucion podria proponer el escritor, no es critica, pero el articulo solo senala el problems
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