Seguridad sin pan

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Editorial UCA
04/06/2025

“Prefiero que me llamen dictador”. En el discurso del 1 de junio con el que cerró su sexto año al frente del Ejecutivo, Nayib Bukele pronunció esa frase con plena conciencia de su efecto, planteando un desafío que busca consolidar su dominio sobre la narrativa. Y para reforzar el pilar en el que ha sostenido buena parte de su mandato —la seguridad— añadió: “Prefiero que me llamen dictador a ver cómo matan a los salvadoreños en las calles”.

Sin embargo, la estabilidad prometida bajo esa premisa tiene límites, y uno de los más importantes es la situación económica de las familias. Mientras el Gobierno refuerza su control con propaganda y represión, la vida cotidiana de una gran parte de la población salvadoreña se hunde en la precariedad. Los precios han aumentado sin freno, los salarios no alcanzan, el empleo formal escasea y la deuda pública sigue creciendo. Sobrevivir se ha convertido en la preocupación central de miles de hogares.

Esta realidad no es solo una percepción, sino una tendencia marcada en la opinión ciudadana. Los estudios realizados por el Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de la UCA entre marzo de 2023 y diciembre de 2024 registraron que la preocupación por la delincuencia, que alguna vez dominó el discurso social, cayó de 15.2% al 1.7%, convirtiéndose la economía en la nueva prioridad, con un aumento del 63.4% al 75.8% en el mismo período. Así, la narrativa oficial enfrenta el desafío de un país donde tres de cuatro personas afirman que su mayor preocupación ya no es la inseguridad, sino la falta de dinero.

Además, al cierre de 2024, la mitad de la población opinó que la pobreza en El Salvador se mantiene igual que en 2023, mientras que el porcentaje de los que afirman que ha aumentado pasó del 24% al 26.9%, según datos del Iudop. La retórica del poder poco puede frente a una economía en crisis. Cuando el precio de la canasta básica es inaccesible para las mayorías, cuando el salario mínimo no alcanza para cubrir necesidades esenciales y cuando la incertidumbre es el único futuro que se vislumbra para la juventud, las promesas de estabilidad poco logran. Ninguna administración puede sostener indefinidamente su arraigo popular cuando la mayoría de la población lucha a diario por subsistir.

La pregunta inevitable es cuánto tiempo más podrá el discurso sostenerse sobre la seguridad cuando la economía se hunde por el aumento de la pobreza y el desgaste de las condiciones de vida de los hogares. Bukele dice preferir que lo llamen dictador. Difícilmente su nuevo golpe retórico tiene gracia para la gente que estira sus ingresos y pasa angustias para llegar a fin de mes. El hambre no se alivia con mano dura y arbitrariedad.

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