Queridas graduandas, queridos graduandos: es un honor dirigirme a ustedes en este día en el que obtienen su título profesional de la UCA y alcanzan uno de sus sueños más deseados. Mis sinceras felicitaciones por ello, a ustedes, a sus familiares y amigos. El contexto en que esto ocurre es importante para el país. Estamos en pleno período electoral, y pronto acudiremos a las urnas para elegir a quienes serán Presidente y Vicepresidente en los próximos cinco años. Vivimos una época de cambios políticos y sociales, económicos y culturales. En estos últimos años, se han puesto sobre la mesa nuevas temáticas que han supuesto avances importantes en el desarrollo de nuestro sistema democrático.
La transparencia, el acceso a la información, la independencia de poderes del Estado, la despartidización de las instituciones cuyos responsables debe nombrar la Asamblea Legislativa en base al mérito y la competencia notoria (no en base a intereses partidarios), el surgimiento de nuevas opciones políticas y la importancia de la agenda de inversión social son algunos de los avances en la profundización democrática, y se han dado por exigencia de la sociedad. Es necesario seguir exigiendo más democracia, austeridad en el uso de los fondos públicos; eficiencia de la burocracia; racionalización de los recursos estatales al servicio de la mayoría de la población; una reforma fiscal progresiva y solidaria, que permita al Estado invertir en el desarrollo de la gente, en salud y educación públicas de calidad.
Males estructurales
Pero también hay elementos que estructuran negativamente a nuestra sociedad; elementos que parecen inamovibles y que nos condenan al subdesarrollo. Algunos son culturales, como el fuerte arraigo del machismo, que no solo da primacía a los hombres sobre las mujeres, sino que fomenta la violencia como forma de resolver las diferencias. Es muy significativo el hecho de que entre los 10 candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, solo haya una mujer. Esto no sucede por falta de mujeres preparadas, ni porque no se interesen por la política; tampoco se debe a una baja participación de la mujer en la vida pública, y mucho menos a una falta de liderazgo femenino. Se debe, principalmente, a esta cultura machista que afirma que el poder y la política deben estar en manos de hombres. Sin igualdad de oportunidades para las mujeres, que suman más de la mitad de la población; mientras no tengan acceso al gobierno del país y de sus instituciones; mientras sigan marginadas o tratadas como ciudadanas de segunda clase, nunca podremos hablar de un verdadero desarrollo social. Nuestra sociedad seguirá siendo como un ave que pretende volar con un ala herida: no logrará ir muy lejos.
En el orden económico, la incapacidad de generar suficientes empleos decentes es persistente. Desde hace décadas, El Salvador mantiene un alto nivel de subempleo y desempleo, que en conjunto alcanzan al 50% de la población económicamente activa. La enorme diferencia salarial entre los sectores productivos incrementa la marginación de las zonas rurales y profundiza la división entre el campo y la ciudad. Una sociedad que solo es capaz de proporcionar empleo decente a la mitad de su población no puede prosperar, y aún es más difícil que lo haga de forma equitativa. La emigración sigue siendo la única salida para muchos jóvenes de las áreas rurales.
Y la desigualdad que está de fondo, lejos de disminuir, persiste escandalosa. Según una organización transnacional radicada en Singapur, Wealth-X, 145 salvadoreños forman parte de la lista de las grandes fortunas de América Latina, sumando entre ellos un patrimonio de más de 20 mil millones de dólares, lo que equivale a cinco veces el Presupuesto Nacional y casi al valor del producto interno bruto. Tan aguda desigualdad estremece y cuestiona. El Concilio Vaticano II ya denunciaba la desigualdad como injusta y contraria a los principios cristianos. Basado en datos precisos, Paul Krugman, premio Nobel de Economía, insiste en que el mundo lleva una tendencia a la concentración de la riqueza en pocas manos y al crecimiento de la desigualdad. Como hemos visto, esta tendencia se da localmente.
Combatir la desigualdad es, entonces, el camino indispensable para dar el salto deseado hacia un desarrollo inclusivo. Lamentablemente, este debate no figura en la propaganda ni en los discursos electorales; peor aún, para algunos, dicho combate es solo parte de una ideología comunista trasnochada. Por eso, es necesario que la ciudadanía, los pobres que padecen la desigualdad, las clases medias reducidas a una especie de servidumbre de los que se reparten el pastel a su antojo, e incluso los ricos conscientes y partidarios de una sociedad inclusiva, impulsen ese debate sobre la sociedad y el país que queremos. Construir un país justo e incluyente pasa por enfrentar la tendencia creciente a la concentración de la riqueza. Sin eso, las promesas de cambio se quedan en nada, las haga quien las haga.
Y será también una promesa vacía la lucha contra la inseguridad ciudadana y la criminalidad; en especial, si se trata de las pandillas. Hasta la fecha, todos los intentos de superar la delincuencia pandilleril, tanto los del Gobierno actual como los de los anteriores, han tenido un efecto contrario al pretendido. La extensión de las pandillas a casi todo el país, el incremento de extorsiones y rentas, el mayor control de los territorios y el fortalecimiento de los vínculos con el crimen organizado son algunos de los "logros" de las políticas de seguridad. Solo ofreciendo oportunidades de formación y trabajo digno, solo con una mayor cohesión social se podrá superar la grave situación de la delincuencia.
A pesar de todo, vemos el futuro con esperanza. Hemos observado que en los últimos años ha aumentado la conciencia de que para salir adelante no podemos dejar a un lado a la mitad de la población que hoy vive en pobreza, que ha sido marginada de sus derechos y de las posibilidades de una vida con bienestar. Cada vez más personas ven a la pobreza como un importante factor de desestabilización y desintegración social. Por ello, trabajar por una sociedad más equitativa e incluyente es clave para la construcción del futuro de El Salvador.
Esperanza en ustedes
Nuestra esperanza se fundamenta también en ustedes. Tenemos la confianza de que los graduados de la UCA son personas y profesionales capaces de aportar humanidad y racionalidad a nuestra sociedad, para buscar soluciones a todas estas problemáticas. Y que lo harán con solidaridad y responsabilidad. La Compañía de Jesús ha señalado que el objetivo de sus instituciones educativas es formar personas conscientes, compasivas, competentes y comprometidas. Cuatro cualidades que definen el tipo de persona que deseamos sean los profesionales que se gradúan de la UCA, ustedes entre ellos.
Conscientes. Personas que viven la vida con sentido, atentas a lo que pasa a su alrededor. Que entienden la vida como un regalo y saben agradecer su dimensión de gratuidad. Personas responsables de sí mismas y de su mundo, que se sienten llamadas a cuidarlo y mejorarlo cada día, a hacer el bien. Que desarrollan su libertad para decidir y usarla responsablemente. Que reconocen la igual dignidad de todos, y el derecho común a la autorrealización y a realizarse en un "nosotros" que no excluye a nadie. Personas que reconocen como su sentido y razón de ser al Dios-Amor, que nos crea a su imagen y semejanza, y es origen y sentido de la vida.
Compasivas. Personas que buscan amar al prójimo, que conocen y aman la vida del otro tanto como la propia. Que se vuelcan al cuido de los demás y se hacen corresponsables de sus vidas. Que tienen la sensibilidad para ver y responder a las necesidades del otro. Que son capaces de padecer, establecer empatía y solidarizarse con el que sufre, con el débil, con el más pequeño. Reconocen que el prójimo no es solo el pariente, el amigo y el vecino, sino también, tal como lo enseña el Evangelio, el desconocido, el que es distinto y lejano. El amor y la compasión nos hermanan con toda la humanidad, transformándonos a nosotros mismos. En ese darnos, encontramos vida; una vida que queremos sea abundante para toda la humanidad. En la hermandad, la solidaridad y el amor, nos encontramos con Dios. Por eso, como san Ignacio de Loyola, queremos "en todo, amar y servir". Vivir así es vivir con el Dios de Jesús, Padre y Madre que nos hace hermanos.
Competentes. En educación, cada vez se habla más de competencias. Todo proceso formativo busca que, al término de una etapa, la persona haya adquirido determinadas competencias. Y ser competente significa ser capaz de responder con calidad profesional a los que requieren un servicio. Cuando decimos que un maestro, una economista, un administrador, una abogada penalista son competentes, es porque nos fiamos de su capacidad profesional y pensamos que son capaces de dar el servicio que se espera de ellos. Por el contrario, el profesional incompetente es un fraude, un engaño, y su incapacidad puede producir daño a la sociedad.
El título que hoy recibirán constituye una promesa de que serán competentes en el ejercicio de su profesión. Pero el uso de una competencia es ambiguo: una persona muy competente puede usar sus habilidades profesionales para construir o destruir, para explotar o servir, para actuar con verdad o con falsedad, para dar vida o dar muerte. Por eso, no basta con formar personas competentes, sino que se requieren las otras cualidades, a fin de que sean integrales.
Comprometidas con la vida y con la humanidad, con la solución de los problemas que aquejan a nuestra sociedad. La persona comprometida, competente, compasiva y consciente se contrapone al individualismo egoísta, que va a lo suyo sin importarle los males de los demás. El compromiso le añade acción a las demás cualidades, para actuar con visión de la realidad, comprendiendo las causas de los males, trabajando por la construcción de instituciones y estructuras de valor. El compromiso lleva a buscar el bien común por encima del bien individual. La persona comprometida busca su propio bien, pero al mismo tiempo el bien de los demás. Busca construir estructuras sociales e instituciones para que todos tengan oportunidad de una vida digna. Y esta tarea la asume como una responsabilidad que le es propia, pues la sociedad que excluye y niega a cualquiera de sus partes cultiva, a la larga, el conflicto y la propia destrucción.
Cuando en nuestra labor educativa buscamos formar personas conscientes, competentes, compasivas y comprometidas, entendemos la vida como un regalo recibido y como un don para otros. Jesús enseña que no gana la vida quien domina y oprime, sino quien sirve. El que pone su vida al servicio de los demás, aunque aparentemente la pierda, en verdad la gana. Este misterio vital es el alma de nuestra educación, que busca formar hombres y mujeres "para los demás" y "con los demás". Ese es el misterio del Jesús Resucitado que ganó su vida al darla por amor, y que nos invita a hacer nuestro ese mismo camino.
Los conscientes, competentes, compasivos y comprometidos potencian su profesión con su espiritualidad, y esta a su vez se potencia con el deseo de transformar y construir un mundo más humano. En El Salvador, hay personas que han vivido así, de forma eximia; monseñor Óscar Romero, en primer lugar, pero también muchos otros, entre ellos nuestros mártires de la UCA. Todos son un ejemplo cercano para nosotros. Personas que vivieron consciente y compasivamente, actuando competentemente y con profundo compromiso con la realidad desde el Evangelio. Ellos son un bello ejemplo para cada uno de nosotros. Por eso tenemos esperanza, y por eso los invito a que ustedes se apunten en este modo de vivir plenamente humano y cristiano.
Muchas felicitaciones por este logro, por este título. Que en sus vidas y en su trabajo sean una bendición para los demás. Y que Dios los bendiga a todos.