La Navidad ha pasado ya. Es la fiesta de la solidaridad. Desde el nacimiento de Jesús, nadie podrá despreciar un pobre por serlo, porque el Hijo de Dios decidió nacer pobre. Y el que lo desprecie, considere inferior o maltrate, estará golpeando el rostro de Dios. La radicalidad de estas afirmaciones no las aplicamos siempre en el diario vivir de nuestra fe cristiana. Pero están ahí. Y a los pobres se les golpea de demasiadas maneras todavía hoy en nuestra patria. Igual que se golpea a quienes quieren hacer algo por ellos, cuando eso significa exigir sacrificios a quienes tienen más. Sacrificios que ni siquiera son extraordinarios, pues solo se les pide tener un poco menos para gastar, pagando más impuestos. Pero el afán de poseer es demasiado fuerte en quienes tienen más, y cualquier reducción de lo que perciben —incluso de lo que derrochan— lo ven como un atentado contra su libertad. Curiosamente, dejar al prójimo, al hermano, en la pobreza, no les parece ningún atentado contra el desarrollo de la libertad de otros.
El inicio del año ha pasado también. Pero este año solo será realmente nuevo si nos dejamos invadir del espíritu del natalicio de Jesús de Nazaret. Un espíritu de solidaridad y de construcción de una sociedad donde podamos llamarnos hermanos sin las abismales diferencias que hoy niegan la fraternidad en El Salvador; y que negando la hermandad, niegan también la paternidad del Dios al que rezamos llamándole Padre Nuestro. Con razón el papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, pide que se forme a las nuevas generaciones, a los jóvenes, en una cultura de justicia y paz. Frente a la crisis por la que pasa el mundo actual, y que en El salvador tiene su propio rostro, doloroso y violento, el papa pide "educar a los jóvenes en la justicia y la paz, convencido de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza".
Para que el año que comienza sea realmente nuevo no basta con decirnos "feliz año", con un deje individualista. No se trata de expresar el deseo de que el amigo o la amiga no sufra enfermedades ni desgracias, y le vaya bien en lo que emprenda. El año será feliz si avanzamos hacia la justicia social, hacia el bienestar compartido, hacia el desarrollo humano liberado de todo aquello que priva de autonomía y de la posibilidad de desarrollar plenamente las propias capacidades. Una justicia que con costo lleva a juicio a una tercera parte de los más de cuatro mil homicidios de El Salvador no es la justicia que construye año nuevo. Como tampoco lo es este maligno doble sistema de salud en El Salvador, que nos hace ver como natural que el que tiene más recursos tiene derecho a una atención pública en el campo de la salud notablemente mejor que aquel que no cotiza al Seguro Social. Si decimos que el tener y el ser son dos cosas diferentes y que no deben confundirse, bien haríamos en pensar que siendo todos seres humanos, el tener más no da derecho automáticamente a disponer de un sistema de salud cinco veces mejor dotado que el que le toca al que tiene menos.
Lo mismo podríamos decir de este sistema de pensiones que margina absolutamente el trabajo de la mujer en el hogar, el sudor de campesino y la producción de riqueza del que aunque trabaje duramente no tiene capacidad de cotizar. A pesar de nuestra repetidísima frase, "feliz año", lo que hacemos con frecuencia es acumular años infelices para los más pobres. Años violentos porque somos incapaces de reducir las graves diferencias en el ingreso, porque avanzamos demasiado lentamente en la mejora y extensión de los niveles educativos de la población, porque seguimos creyendo en la ley del más fuerte y no nos damos cuenta que la violencia estructural, fruto de la marginación y la exclusión, produce violencia delincuencial.
Cuando ya cerca tenemos el vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz, el año nuevo debe recordarnos que aunque cumplimos algunas de las cláusulas de aquellos, no así su espíritu, que llamaba a solucionar a través del diálogo los problemas de El Salvador. El Foro para la Concertación Económica y Social fue un fracaso, en buena parte por el egoísmo y la incapacidad de diálogo de quienes tienen más. La injusticia social, el aumento de las diferencias socioeconómicas y la violencia continuaron siendo las plagas a vencer. Empeñarse en la educación para la justicia y la paz de las nuevas generaciones, como dice Benedicto XVI, es un paso decisivo para ir venciendo esas plagas. Aprovechar la cercanía entre Navidad, año nuevo y Acuerdos de Paz para dar un salto adelante es una oportunidad más en nuestra historia cotidiana. Frente a quienes aprovechan la Navidad para inducir al consumo desbordado, digamos "sí" a la solidaridad. En contraposición a quienes impulsan el gasto irresponsable en quemar al mismo tiempo pólvora, alcohol y dinero en año nuevo, confirmemos nuestro compromiso con los más pobres. Oponiéndonos a quienes quieran utilizar el XX aniversario de los Acuerdos de Paz para el propio y acrítico pavoneo político, digamos "sí" a la justicia y la cultura de paz, y comprometámonos, con las nuevas generaciones, a la transformación fraterna y solidaria de nuestra patria.