La frase con la que iniciamos este comentario es atribuida a Jesús de Nazaret. El contexto: el Sermón del Monte, considerado como la carta magna del nuevo pueblo de Dios, en la que se dibuja un modo alternativo de ser humano y de convivencia humana: animada por la misericordia, la justicia, la paz y un corazón sincero.
El versículo citado ("Con quien tienes un pleito busca rápidamente un acuerdo") contrasta enormemente con una noticia que conocimos recientemente, titulada por un periódico del país de la siguiente forma: "Asesina a su vecino en disputa por parqueo". Según la nota periodística, el pleito por un espacio terminó con la vida de Ricardo Arnoldo Alfaro, luego de que su vecino, Julio Napoleón Rodríguez, le disparara tres veces a quemarropa. Este trágico hecho nos lleva al menos a tres reflexiones.
Primero, en un contexto de tantos homicidios como el nuestro, a la larga se termina pensando que la forma más rápida de resolver los conflictos o diferencias entre las personas es recurrir a la violencia; se confía más en la razón de la fuerza que en la fuerza de la razón. Cuando se entra en esa dinámica se pierde el respeto por la vida, la concordia y la cordialidad hacia los otros. La prepotencia, la arrogancia y el desprecio hacia los demás se tornan "normales" en la convivencia social. Se quiebra la alegría de estar juntos como hermanos, como amigos, como vecinos. Es decir, entramos en procesos deshumanizadores, donde se ponen los intereses mezquinos por encima de la persona; el empeño en querer tener siempre la razón por encima de los acuerdos mutuos.
Segundo, allí donde haya humanos habrá siempre conflictos; pero, en principio, tales conflictos deberían solventarse sin recurrir a la violencia. Y en este plano se requiere de mediadores que aporten sensatez, equidad y objetividad al examen de las controversias que se originan en la vida familiar, laboral, social o vecinal. Cuando el problema es familiar, el mediador puede ser un miembro de la familia que tenga buen sentido para no exagerar ni quitarle peso al problema. En el caso de los conflictos vecinales, hay que recurrir a las juntas directivas, donde se espera que el criterio del bien común prevalezca sobre los caprichos individuales. Para los problemas ambientales, de seguridad o laborales, se espera que las instituciones pertinentes cumplan debidamente su papel. En todo caso, hay que hacer prevalecer las soluciones pacíficas. Los conflictos quizás sean inevitables, pero lo que realmente importa es evitar la violencia.
Tercero, hay que retomar el criterio que Jesús de Nazaret propone en el versículo citado: "llegar a acuerdos". ¿Por qué razón? Porque la violencia es un criterio absurdo de resolución de conflicto: con la violencia gana el más fuerte, no el más justo; porque la violencia es ineficaz: no resuelve los conflictos, sino que los agrava; porque la violencia ocasiona siempre males y sufrimiento: siempre es un método cruel, inhumano y degradante de la dignidad humana, tanto de quien la practica como de quien la padece.
En definitiva, no dejarse dominar por el odio, los malos propósitos o el deseo de venganza es lo que se busca con la puesta en práctica del consejo evangélico enunciado en este comentario.