Alianza ilusa

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Rodolfo Cardenal
27/10/2016

Alarmado por el flujo creciente de inmigrantes centroamericanos, Washington presiona a los Gobiernos de El Salvador, Guatemala y Honduras para que eviten la movilización de sus connacionales. Hasta ahora, ninguno de ellos ha mostrado interés por la suerte de sus migrantes. Más aún, el Gobierno salvadoreño ha observado con cierta complacencia ese desplazamiento hacia el norte, porque implica menos demanda de servicios y más remesas. Las últimas presiones gringas (sobre todo, los 750 millones de dólares ofrecidos para contener la diáspora) los ha hecho reaccionar y han conformado la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte. El objetivo de la Alianza está claramente expresado en el título. Washington supone, gratuitamente, que si las naciones centroamericanas prosperan (esto es, controlan la violencia, fortalecen la institucionalidad, crean oportunidades y promueven el desarrollo económico), habrá prosperidad y cesará la movilización de la población. Pero esto último carece de fundamento empírico.

Estados Unidos, el socio más importante de la Alianza, ofrece repartir algunos millones de dólares entre sus aliados, pero no porque le interese que prosperen, sino para frenar la emigración. Así, pues, nacer a uno u otro lado de la frontera significa, en el mejor de los casos, una brecha abismal, y en el peor, la posibilidad o la imposibilidad de vivir dignamente. Este hecho cuestiona, desde una perspectiva humana y cristiana, la legitimidad de las fronteras (aparte de que estas son una construcción social e histórica, aceptada como un hecho incuestionable). El tímido intento de Washington de redistribuir un poco de la riqueza internacional cuestiona, en sí mismo, la legitimidad de su frontera sur.

No es fácil justificar que un país se reserve para su disfrute exclusivo los recursos naturales, que constituyen un bien común y, por tanto, a disposición de todos. La frontera tendría sentido si la comunidad internacional asegurara un nivel de vida digno a toda la humanidad, en su lugar de origen. Pero los países ricos no solo se niegan a redistribuir la riqueza internacional, sino que además saquean a los pobres de muchas maneras. Uno de los medios más utilizados es fomentar las guerras internas. Por esa razón, los países ricos no tienen derecho a dificultar el ingreso de unos inmigrantes que huyen de la miseria, de la violencia y de la falta de futuro. El principio de igualdad no admite restringir el ingreso para acaparar unos recursos que son de todos. Así, pues, la legitimidad de la frontera está vinculada al compromiso con la redistribución internacional de la riqueza.

Los millones que Estados Unidos ofrece ahora son insignificantes en comparación con la depredación a la que ha sometido a Centroamérica, en el pasado y en la actualidad, a través de las multinacionales e incluso directamente, a través de su Gobierno. Además, la Alianza se vale del derecho al desarrollo y a las oportunidades, en el lugar de origen, ahí donde uno tiene su morada, para ocultar el derecho que asiste a cualquier persona a emigrar libremente. En cualquier caso, es muy dudoso que la Alianza detenga la movilización de los centroamericanos. La evidencia empírica muestra de forma consistente que el aumento del nivel de vida acelera el flujo migratorio, lejos de contenerlo. La educación y la red de contactos en el país de destino actúan como estimulantes.

Contrario a las expectativas de sus constructores, el muro fronterizo tampoco detiene el movimiento de la población. Ostentosamente visible, el muro sirve bien a las apariencias, pero es poco eficaz. La política migratoria no solo es igualmente ineficaz, sino que, además, genera efectos colaterales ajenos a sus objetivos, como la búsqueda de rutas alternativas y la conformación de mafias. Por tanto, el muro evidencia la corrupción fronteriza y, en consecuencia, la soberanía estatal en crisis.

Los hechos muestran, para desazón de Washington, que es imposible disuadir a la población de buscar una vida mejor en el norte. Nada hay más movilizador que un sueño y una esperanza. Por eso, quizás la única disuasión posible sea permitir que los inmigrantes entren normalmente en el país soñado, en lugar de acorralarlos en caminos de muerte. De esa manera, podrán ver y quedarse, si es que encuentran algo mejor que lo que dejaron atrás. Conviene recordar que las sociedades del norte, dado su envejecimiento biológico, necesitan de una cantidad significativa de inmigrantes para garantizar la actividad económica y el financiamiento de las pensiones. Ahora bien, si lo que los migrantes encuentran no satisface sus expectativas, hay que permitirles regresar sin humillarlos.

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Anónimo
01/11/2016
21:01 pm
Exactamene, ayuda gringa se enfoca en mlitarizar las fronteras, q los paises centroamercanos crimializen a los migrantes. Los costos de estas politicas humanos seran horrorificos,. La universidad de Berkeley en un estudio reciente establecio una relacion directa entre los niveles de expulsion de migrantes y los orecios globales de los productos agricolas (commodities) como el cafe, azucar, maiz,frijoles, arroz, leche etc. E los 1990s e BID extendio multiples prestamos para sembrar cafe y causo una hambruna regional clro emigracion.
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Anónimo
28/10/2016
14:13 pm
Parece que nuestros gobiernos son los más beneficiados por esa migración forzada de nuestros compatriotas. Así no es necesario que utilicen la materia gris para generar las condiciones que nuestra sociedad necesita para que todos esos salvadoreños tengan trabajo, educación y la realización como seres humanos. La fábrica de empleo de Funes fue un chasco. La negativa del FMLN de pactar con la empresa privada, la corrupción y toda esa violencia de las pandillas son signos de que la vida en El Salvador es intolerable y se deben buscar otras latitudes para encontrar sustento aun cuando existan los peligros de extinción por coyotes desalmados. Por qué en la lista de repatriados a la América Central, no se ven costaricenses? Sus gobiernos, su política está enfocada al ser humano. Mejor educado y en medio de condiciones sociopolíticas propicias para vivir. A la oligarquía salvadoreña ( de ambos bandos) le cuesta mucho pensar en el bienestar de los demás.
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