Antielogio de la estupidez

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En la actualidad, el acceso a las tecnologías de la información y de la comunicación hace posible la circulación de una gran cantidad de discursos carentes de sólida argumentación, superficiales en la reflexión, malintencionados en el manejo de la información o, simplemente, "lanzados" al medio con la intención de manipular y mentir. Son discursos que rayan en la estupidez.

Hay tres maneras de incurrir en proposiciones estúpidas. La primera, cargada de cierta ingenuidad, se da cuando desconocemos la materia o temática sobre la cual emitimos alguna opinión. Pasa, por ejemplo, cuando aquellos estudiantes universitarios "obligados" a cursar alguna asignatura de filosofía creen que ésta se ocupa de "cosas abstractas", de meras "astralidades". Se expresan de esa manera realmente porque desconocen la trama de la filosofía.

La segunda manera se da cuando uno cree que ha comprendido algún asunto en cuestión, pero en esencia no se ha conseguido. Estamos hablando de las opiniones ligeras. Como cuando alguien creyendo que ha comprendido la Teoría de la Evolución concluye que el ser humano es hijo del mono. La cuestión no es así de simple. En realidad, esa persona no ha entendido la esencia del contenido abordado. Este tipo de opinión en vez de aclarar, confunde.

Pero la estupidez más peligrosa es la del tercer tipo. Es perniciosa porque emite juicios basados en el dogmatismo ideológico, el fanatismo religioso y/o en el fanatismo político-partidario. El primer tipo peca por ignorancia; el segundo, por falta de comprensión o de habilidades naturales; mientras que el tercero peca por afincarse dogmáticamente en un conjunto de intereses, valores y creencias. Dicho arraigo lo lleva a defender posturas irracionales, a atacar sin fundamentos o a mentir descaradamente.

En nuestro contexto político-electoral sobreabunda este tercer tipo. Lo podemos constatar en columnas de opinión, analistas políticos, entrevistas de televisión y, por supuesto, en editoriales de ciertos matutinos de gran circulación. Y el gran beneficiado con este tipo de discursos es el partido Arena.

La maquinaria ideológica de dicho partido trabaja incansablemente en hacer circular insultos, mentiras y engaños. Estamos, pues, ante una perversa alianza entre el poder y la estupidez. El primero reproduce a la segunda y ésta alimenta a aquel. El poder y la estupidez luchan las veinticuatro horas del día por conservar el statu quo.

Pero de la estupidez al cinismo el camino es muy corto. De ahí que la propaganda ideológica de dicho partido se ha convertido en un burdo cinismo. Aquellos que afirman defender las libertades del país se han dedicado a difamar no solo al principal oponente, sino a todo aquel que denuncia las irracionalidades y las injusticias del sistema social actual.

Hace falta, pues, despertar el pensamiento crítico, la razón desenmascaradora y enjuiciadora del mal. La razón que calla ante tanta perversión se convierte en cómplice fatal. Hay que recuperar la auténtica utopía y el auténtico humanismo. Hace falta construir una democracia que no viva de la ignorancia y del dogmatismo ideológico, sino de la crítica, la tolerancia y el diálogo. Mientras no exista una sociedad verdaderamente educada y concientizada de lo que significa tener derechos y deberes, no habrá auténtica democracia.

Este mes se celebrará el XXIX aniversario del martirio de Romero. El poder que lo asesinó está hoy empeñado en matar la esperanza y el deseo de cambio de la mayoría de salvadoreños. Cambió las balas por la mentira y la campaña del miedo.

Recuperemos la palabra y la denuncia de Romero. Luchemos contra la mentira y el cinismo. Y defendamos sin descanso la esperanza, la utopía y el pensamiento crítico.

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