Fuiste feliz desde tu entrega en amor y palabra a aquel pueblo sufriente. El dolor causado por aquellos rostros golpeados, las mujeres y hombres masacrados, el pueblo perseguido y castigado, cargaba de fuerza y verdad a tu evangelio. La lucha del pobre, su deseo de ser más humano, de humanizar, te hizo profeta, te colmó de esperanza.
Tu palabra confortaba, era luz en la lucha diaria, ardía en los corazones convencidos de que otro El Salvador era posible. Encarnado en la historia, creíste que sólo el auténtico amor podía salvarnos. Pero no fuiste ingenuo: sabías que la justicia social era indispensable. Por eso amaste y reprendiste. Oraste y denunciaste.
El poder establecido, enemigo de la verdad, de la justicia necesaria, destrozó tu corazón en un instante. En su ceguera inhumana creyó que eliminándote aniquilaría tu voz inclaudicable. Pero tu semilla estaba echada y cayó en tierra fértil. El verdugo continuó con las masacres, mas tu pueblo irrigó lo que habías sembrado. Desde entonces fuiste profeta y mártir.
La guerra terminó. No sin antes llevarse de igual forma a Ellacu, Amando López, Nacho, Elba, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Segundo Montes y a Celina. También a campesinos, profesores, catequistas, estudiantes, sindicalistas, sacerdotes y religiosas.
Se firmó la paz. Pero el pecado estructural que tanto denunciaste siguió existiendo: miseria, corrupción, injusticia, desigualdad. Por ello cada 24 de marzo la gente continúa recordándote con alegría, con renovada esperanza. Extranjeros nunca faltan; vienen a conocer tu testimonio.
Pero este 15 de marzo de 2009 tu palabra, de nuevo, se encarnó en nuestra historia. Triunfó el deseo de lograr una sociedad más justa y solidaria. El pueblo le concedió un nuevo rumbo a El Salvador. Niños, jóvenes y ancianos salieron a las calles a celebrar el triunfo del primer gobierno de izquierda en nuestro país. Vientos de cambio soplan hoy en el "Pulgarcito" de América.
En un marzo te asesinaron. En un marzo el pueblo dijo "no más" a quienes ordenaron tu muerte. La conquista no se hizo con la armas, sino con los votos. Pero no se respiró revanchismo ni odio. Se bailó, se cantó. Algunos hasta lloraron. Había tanto dolor acumulado, tantas voces olvidadas.
Pero falta la tarea más ardua: reconstruir El Salvador. El compromiso es de todos. Así como tú eres de todos los salvadoreños. Siempre dejaste claro que tu Iglesia no excluía a nadie. Que tu Iglesia era todo El Salvador, pero en especial los más pobres. En esa verdad se ha inspirado el nuevo presidente electo. Enhorabuena.
Sonríe, Profeta y Mártir, hoy más que nunca el pueblo dejó claro que nunca te ha olvidado. Sonríe, Romero, El Salvador ha votado por un nuevo rumbo, por un nuevo camino en el que tu palabra, con seguridad, seguirá siendo luz, evangelio encarnado.