Cinismo electoral

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Rodolfo Cardenal
07/01/2021

Las necesidades insatisfechas de la ciudadanía alimentan las campañas electorales. Los candidatos se prodigan con los electores potenciales. Visitan sus comunidades y viviendas, les estrechan las manos o los abrazan, se hacen selfies sonrientes, les hacen promesas y, eventualmente, les regalan diversas cosas, desde camisetas y gorras hasta alimentos variados. La cercanía busca suscitar una simpatía que se traduzca en voto. Pero esa cercanía es efímera; dura lo que la campaña electoral. Una vez en el cargo, los funcionarios olvidan a la gente y sus necesidades, y también las promesas. Tal vez por eso, en parte, las necesidades insatisfechas, en lugar de disminuir, tienden a aumentar.

No obstante las visitas y los encuentros, los candidatos no escuchan a la gente. La reúnen para pronunciar discursos confeccionados con frases hechas como la vocación de servicio al pueblo o al país. No escuchan porque presumen conocer las necesidades de la ciudadanía o, peor aún, porque en sus planes no figura cuidar de ella o satisfacer dichas necesidades. La acción electoral se despliega de arriba hacia abajo. El ejemplo más actualizado de esta práctica es el presidente Bukele.

En las raras ocasiones en que el mandatario tiene a bien visitar las comunidades, no habla con ellas. El discurso ni siquiera se dirige a ellas, sino que dichas comunidades son un pretexto para atacar e insultar a sus enemigos políticos. El escenario, el podio y la coreografía son insertados para enaltecer la figura presidencial. El mensaje es muy sencillo: el desempleo, el empleo mal pagado, el trabajo informal, el déficit de seguridad social y la falta de oportunidades desaparecerán cuando el presidente Bukele derrote a los corruptos de Arena y del FMLN. Por eso, en parte, los candidatos a diputados y alcaldes del partido oficial piden el voto para él y la mayor parte del auditorio nacional está convencido de que así será.

Los candidatos siempre han explotado las necesidades de la ciudadanía para alimentar sus campañas electorales. Y no hay indicios de que esto vaya a cambiar con el partido oficial. Los partidos tradicionales no han dado muestras de cambiar su conducta, pero este último, que según el discurso presidencial es novedad, debiera liderar la transformación de la publicidad electoral. Antes repartían tamales, guaro y, eventualmente, dinero. Ahora el costo del reparto es más caro, pero la idea es la misma. En esto, el partido oficial lleva ventaja. A raíz de la pandemia, reparte bolsas de comida, financiadas con fondos públicos, para promover a sus candidatos. El hambre es la materia prima de la publicidad electoral.

La campaña electoral es prodiga en promesas atractivas, que el candidato sabe bien que no cumplirá, porque, aunque quisiera, no está a su alcance o porque simplemente no es esa su intención, sino atraer el voto indeciso. Los candidatos a diputados olvidan de forma conveniente que si logran el escaño, están obligados a votar según ordena la dirección del partido, que el destino de sus promesas depende de la mayoría legislativa y que si la consiguen, la ejecución no les concierne. Pese a ello, el ritual publicitario se repite con regularidad. Las promesas se repiten, elección tras elección. Así se entiende que los candidatos hagan caso omiso del costo económico de lo que prometen, de la fuente de financiamiento y del calendario de cumplimiento. La no rendición de cuentas, la desmemoria y la credulidad ciudadana juegan a su favor.

El partido oficial ha actualizado esta artimaña electorera. Sus candidatos plantean la elección como un dilema entre la continuidad de la corrupción de Arena y del FMLN, o “una nueva oportunidad” para el país. Si esa oportunidad fuera real, no está claro qué sigue después, cuando tengan la mayoría legislativa y municipal. Ninguno explica en qué consiste dicha oportunidad, salvo la desaparición de esos partidos y el imperio de la honestidad. La identificación de las candidaturas con el presidente Bukele sugiere que, cuando prevalezca, cesarán los males y el bienestar general será realidad. Este supuesto se encuentra expresado claramente en las redes sociales que exigen “déjenlo gobernar”. Al parecer, Arena, el FMLN y los críticos no se lo permitirían y, con ello, impiden el progreso y la prosperidad.

La disyuntiva es tan falsa como las promesas de sus adversarios. Es simple ilusión, que explota con habilidad consumada la aspiración profundamente sentida de una realidad diferente. No obstante, la campaña de los candidatos oficiales dice verdad inadvertidamente cuando no pide el voto para ellos, sino para el presidente, el gran elector y el gran elegido. Votar por sus candidatos es votar por él. Él los eligió para actuar conforme a sus dictados. Están a su exclusivo servicio, no al de la ciudadanía que los elija para ocupar un escaño o una alcaldía. Al igual que los candidatos de los partidos de la guerra, estos tampoco tienen otra cosa que ofrecer que la centralización total, en la mejor tradición dictatorial latinoamericana.


* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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Daniel589889002
14/01/2021
08:25 am
Muy de acuerdo...Y aunque al artículo no se lo propone, quedan demasiadas inquietudes...¿Qué hacer? ¿Cómo organizarnos? ¿Qué luchas inmediatas se entrelazan coherentemente con una clara perspectiva estratégica? ¿En qué consisten los objetivos de conjunto y de largo plazo? ¿Además de la rectitud, honestidad y solidaridad acumulados a lo largo de la historia, qué principios se deben adoptar para construir la nueva espiritualidad de la lucha popular?
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