Todos los años celebramos los Acuerdos de Paz. Pero en 2012, por ser el vigésimo aniversario, el festejo tendrá mayor dinamismo y fuerza. Por eso es importante preguntarnos cómo debemos honrar los Acuerdos. Para hacerlo bien, adecuadamente y como corresponde, debemos partir de actitudes hondas, que nos impulsen a vivir solidaria y comunitariamente, que nos ayuden a profundizar y mejorar la democracia que tenemos. De lo contrario, como en otras muchas fechas cívicas, terminaremos celebrando una fiesta que no nos afecta, anclada en un pasado que solo sirve a algunas instituciones y personas para hacer propaganda de sí mismas o ampliar los días de vacación.
Lo primero que tenemos que plantearnos es a quién celebramos. Si hiciéramos una encuesta al respecto, unos dirían que celebramos el escrito de los Acuerdos en la medida en que dio fin a la guerra y, por supuesto, el fin de la guerra. Otros opinarían que celebramos a quienes los firmaron, como líderes del país que al fin salió pacíficamente de una guerra fratricida. Muy pocos dirán que celebramos a quienes trabajaron sacrificadamente por la paz, entregando a veces sus propias vidas por esa causa. Y finalmente, casi nadie afirmaría que celebramos la fuerza de las víctimas inocentes, que impulsaron a tantas personas a luchar por la paz y poner sus mejores esfuerzos dentro de El Salvador y fuera de nuestras fronteras a favor de una paz sin vencedores ni vencidos.
Aunque esta lista de protagonistas de la paz tiene anclaje en la realidad, el orden de importancia es exactamente el inverso a como han sido mencionadas las posibilidades de celebración. En primer lugar hay que celebrar a las víctimas. Las madres de presos y desaparecidos nos hicieron conscientes de la guerra. Los hombres y mujeres asesinados o torturados, los niños y ancianos masacrados nos hicieron odiar la brutalidad de la guerra y de sus protagonistas, nos indignaron y fueron los primeros que crearon la conciencia de que la guerra tenía que terminar cuanto antes. Y no tenía que terminar con victorias militares, sino con una negociación seria y pacífica. El testimonio de Rufina Amaya sobre la masacre de El Mozote, conviene recordarlo siempre, fue más importante para crear la conciencia de la necesaria paz que la buena voluntad final de los firmantes.
Después habría que recordar y celebrar los nombres de todos aquellos y aquellas que lucharon denodadamente contra la brutalidad de la guerra, insistiendo en la salida negociada y pacífica cuando aún los bandos en contienda perseguían la victoria militar y atacaban, censuraban o amenazaban a aquellos pocos que hablaban de diálogo y negociación. Es una vergüenza que la figura de monseñor Rivera no sea mencionada en este contexto o que se olvide a los jesuitas asesinados en la UCA. Hay más personas que siguieron la misma línea, tal vez sin el mismo protagonismo, pero dando lo mejor de sí en el intento. A ellos hay que agradecerles, especialmente si ya no están entre nosotros.
Finalmente, podemos felicitar a los firmantes, que se dejaron al fin impactar por el dolor ajeno y rechazaron a los grupos militaristas que deseaban todavía una victoria aplastante sobre el enemigo. Aun en medio de todas las críticas que se puedan hacer a algunas de las personas o líderes firmantes, no cabe duda que hubo en todos ellos un verdadero impulso ético y responsable para con las grandes mayorías de nuestro país. En ese sentido los podemos felicitar también, al tiempo que les recordamos, en la medida en que tienen todavía poder o influencia, que la paz debe ser un proceso permanente que solo se construye sobre la justicia y el perfeccionamiento de la democracia.
Pero si queremos celebrar la paz del pasado en su totalidad, no basta lo dicho. Es necesario continuar hoy el esfuerzo ético de aquel momento e insistir en los avances que entonces no se dieron en torno al desarrollo y la justicia social. Si después de los Acuerdos el Foro Económico Social, constituido para dar continuidad al proceso de paz, fue incapaz de encontrar caminos de desarrollo justo y pacífico, hoy debemos exigir con mayor insistencia que busquemos entre todos un verdadero acuerdo de desarrollo salvadoreño. Un acuerdo en torno a un proyecto nacional de realización común que nos conduzca a una patria más profundamente democrática y a un desarrollo social que nos pueda sacar de nuestro subdesarrollo socioeconómico. Un acuerdo que contemple trabajo digno para todos, que busque bienestar desde los derechos básicos a una educación amplia y universalizada, y a una salud sin las debilidades que todavía hoy muestra nuestro sistema de salud pública.
Buscar nuevos acuerdos es la única manera ética y digna de celebrar la fecha pacificadora de hace veinte años. El haber hecho muy poco y muy lentamente por hacer realidad los derechos al trabajo digno; a la educación amplia, que abarque 11 años formales para todos; a un sistema de salud digno y de acceso universal es una de las causas de la actual violencia social. No es lógico que celebremos la salida de una violencia pasada mientras no hacemos lo debido para prevenir la violencia del presente. No es lógico que busquemos hoy soluciones de mano dura que no dieron resultado en el pasado, ni en la guerra ni después de la guerra, mientras el trabajo a favor de los derechos económicos y sociales queda en segundo término. ¿Celebrar los Acuerdos de Paz? Claro que sí. Pero trabajando al mismo tiempo por unos nuevos acuerdos de desarrollo y paz social.