Por lo general, cuando se habla o se escribe sobre los jóvenes, hay una ausencia marcada de textos que señalen las contribuciones positivas de estos a la sociedad o alguna referencia sobre la gran mayoría que no participa en actos violentos de ningún tipo. Predominan, eso sí, los discursos alarmistas sobre la quiebra de valores entre los jóvenes, a quienes se les atribuye la mayor responsabilidad en el aumento de la violencia, la adicción a la droga, la delincuencia y el desenfreno. La consecuencia primera de este enfoque es caer en una visión redentora, desde la cual se entiende a los jóvenes como un grupo a ser "salvado", como si sobre ellos y ellas pesara una mayor oscuridad que sobre el resto de la sociedad. La mala fama de la "juventud perdida" es una forma de ignorar la naturaleza estructural que tienen los problemas sociales vinculados a los jóvenes. Algo de esto hemos podido observar en los primeros discursos que Benedicto XVI ha pronunciado en la Jornada Mundial de la Juventud, donde se insiste en "los fundamentos inconsistentes de los jóvenes que se contentan con seguir las corrientes de moda, que se cobijan en el interés inmediato, se olvidan de la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos". En este tipo de discursos esta presente la visión redentora que pretende salvar a la juventud de lo que se ha dado en llamar "la tentación del relativismo moral".
Pero hay otro modo de ver la realidad de los jóvenes. Sin caer en idealizaciones abstractas, podemos reconocer, en principio, que la fuerza positiva de los jóvenes deriva no solo de que se están constituyendo en mayoría, sino, sobre todo, de su gran potencial de sensibilidad y generosidad, y de su capacidad de emprender transformaciones sociales. Estos no son elogios aduladores; más bien el reconocimiento de actitudes y potencialidades que pueden representar una fuerza de bien en la sociedad. Sin embargo, para que esto sea así, no basta el simple reconocimiento; hay que institucionalizar formas de participación para la juventud.
Esa perspectiva es la que se propone en el Informe del Estado Mundial de la Infancia 2011, titulado "La adolescencia, una época de oportunidades". En este se plantea que la participación activa de los adolescentes en la vida familiar y cívica fomenta una ciudadanía positiva a medida que se convierten en adultos. Por otra parte, las contribuciones de los adolescentes enriquecen y dan contenido a políticas que benefician a la sociedad en su conjunto. El Informe enfatiza que fomentar entre los jóvenes la capacidad de decidir les da poder a la hora de tomar decisiones sobre su propia salud y bienestar. Los adolescentes que participan activamente en la vida cívica tienen más probabilidades de evitar actividades de riesgo como el consumo de drogas y la comisión de delitos; de tomar decisiones con conocimiento de causa sobre las relaciones sexuales; de asumir la responsabilidad sobre derechos jurídicos: y de superar los desafíos que afrontan en su camino hacia la edad adulta. Los consejos nacionales juveniles, las iniciativas de servicios comunitarios, la comunicación digital y otras formas de participación de los jóvenes resultan ser medios eficaces para educarlos sobre sus derechos y para potenciar su capacidad de tomar decisiones.
El documento también señala que para el aporte positivo de los jóvenes y adolescentes es necesaria la construcción de un entorno propicio, que favorezca su desarrollo. Y eso pasa por abordar los valores, actitudes y comportamientos de las instituciones relacionadas con la niñez y la juventud (la familia, los compañeros, las escuelas...), así como el contexto más amplio de las normas establecidas dentro de las comunidades, los medios de comunicación, la legislación y las políticas. Por ejemplo, un Gobierno puede construir centros educativos y ampliar la educación obligatoria, pero también debe abordar las causas de la pobreza y la falta de equidad que llevan a muchos padres y madres a sacar a sus hijos de la escuela. Establecer un entorno de protección requiere también romper el silencio en torno a temas tabú como la explotación sexual y el abuso.
En estos días de jornadas de la juventud, en los que se pone mucho énfasis en los datos cuantitativos de las grandes concentraciones y en las expresiones emotivas provocadas por los sentimientos religiosos, bueno es que conozcamos el potencial positivo de esta fuerza social. Además, es fundamental que haya compromisos y actitudes que favorezcan entre los jóvenes la participación cívica (en la lucha por defender los derechos humanos), el cultivo del pensamiento crítico (que ayude a desmontar las vendas ideológicas) y la espiritualidad de la compasión (que lleve a vivir según la misericordia y a luchar por la justicia).
Para muchos jóvenes del mundo, el futuro ha dejado de ser un lugar de promesas para convertirse en un espacio de amenaza que suscita incertidumbre, preocupación y miedo. Y no puede ser de otra manera porque están siendo afectados por un presente de pobreza, exclusión, alienación religiosa, crisis familiar e identidad vulnerada. Un presente que hace recordar la fuerza de verdad que tienen las siguientes palabras: "Algo de obsceno tiene el decir que los jóvenes son el futuro cuando a muchos de ellos ya se les ha negado el presente". De acá la necesidad de aproximarnos a la realidad de las juventudes con realismo, y sin caer en idealizaciones o satanizaciones. Un realismo cuyo compromiso prioritario debe ser la creación de oportunidades culturales y económicas para este sector cada vez más grande y tradicionalmente marginado.