Puede que a algunos les extrañe este título, escrito precisamente un 16 de noviembre, aniversario de la muerte de los jesuitas y sus dos colaboradoras laicas. Sin embargo, dada la costumbre de magnificar, por una parte, la ofensiva "hasta el tope" del FMLN, lanzada el 11 de noviembre, y, por otra, la respuesta de la Fuerza Armada a la misma, es necesario que veamos la historia de El Salvador no desde la perspectiva de la fuerza bruta, sino desde la perspectiva de los valores. Esta perspectiva ayuda a comprender la historia, e incluso a mejorarla, mucho más que los análisis que se empeñan en valorar el predominio de la violencia.
En los análisis sobre movimientos o conflictos sociales, se habla con frecuencia de correlación de fuerzas. Si un grupo tiene más fuerza que otro, acaba venciendo. Se aplican a las dinámicas sociales principios de física elemental: una balanza se inclina del lado del objeto que más pesa. Sin embargo, el ser humano no es un animal en el que la fuerza bruta lleve el peso definitivo. Ni siquiera la inteligencia mueve siempre la balanza a su favor. Los seres humanos tenemos valores, y son ellos, en el largo plazo, los que determinan rumbos y dinámicas. Hay también falsos valores que recurren a la fuerza, a la manipulación de la violencia y al engaño, y que pueden por tanto prolongarse un poco más en la historia humana. Pero la capacidad crítica y autocrítica de la persona funciona desde los valores y acaba descubriendo la mentira y derrotando al falso valor.
El asesinato de los jesuitas nos muestra la fuerza de los valores a la hora de examinar nuestro pasado inmediato. Al día siguiente de la ofensiva, monseñor Rivera comentó los hechos diciendo que había golpeado a la capital una brutal ofensiva del FMLN, respondida por otra no menos brutal acción bélica del Ejército. En el análisis de fuerzas, el hecho aparecía como un empate de la brutalidad. El resultado, probablemente, hubiera fortalecido a quienes pensaban que era necesaria, o que podía darse, una victoria militar. "O ellos o nosotros", decían muchos de los comandantes de batallón de aquel momento. Todos sabíamos que el sector más belicista del Ejército había cobrado fuerza a raíz de la ofensiva. Y el mismo FMLN había quedado gratamente sorprendido por el relativo éxito militar de la ofensiva, en buena parte superior a sus cálculos. Al menos eso era lo que se decía en esos días.
El asesinato de los jesuitas y sus colaboradoras vino a romper el empate. Ningún acto de brutalidad de la Fuerza Armada tuvo consecuencias tan difundidas internacionalmente como la masacre de estas ocho personas. El Gobierno aguantó casi un mes y medio defendiendo contra toda evidencia que quien había matado a los jesuitas, Elba y Celina había sido el FMLN. Durante esos 45 días se enviaron tres delegaciones (a Washington, Madrid y el Vaticano) para repetir ante los Gobiernos y personalidades que la guerrilla era la autora del asesinato. Monseñor Rivera, monseñor Gregorio Rosa y el que firma este artículo habíamos sido recibidos por el entonces presidente Cristiani el mismo día 16, y en esa reunión le habíamos dado con claridad los datos que manejábamos, que ya entonces dejaban claramente establecido que la Fuerza Armada era la responsable.
La verdad se impuso, y el juicio de una parte de los autores materiales fue la única manera que encontró el Gobierno para salvar al Ejército de una derrota total. Porque el asesinato puso de tal manera al Ejército contra las cuerdas que no les quedó más remedio que entregar a un coronel y dejar que lo condenaran. A partir del 16 de noviembre, la conciencia nacional cobró una mayor aversión a la guerra. Y las presiones internacionales fueron muy fuertes en favor de que el diálogo avanzara. De hecho, después del asesinato de los sindicalistas de Fenastras y de la ofensiva, lo único que evitó que la guerra se volviera más cruel fue la reacción que produjo la muerte de los jesuitas y sus colaboradoras.
Al final se dio una correlación de valores. La guerra, tan magnificada y glorificada por las partes, se vio como absurda. Tanto el soldado como el guerrillero dejaron de ser heroicos, como normalmente los autodefinían las partes, para convertirse en peones de una lucha fratricida y sin sentido, que asesinaba a los pocos que querían poner racionalidad y paz en el conflicto. La guerra dejó de tener valor, para convertirse en basura. Todas las víctimas resurgieron de alguna manera a través del asesinato de los jesuitas y forzaron la paz. Monseñor Urioste decía que la guerra civil había comenzado porque mucha gente buena se había desesperado tras la muerte de monseñor Romero. Pero que tras la muerte de los jesuitas el efecto fue al revés: no se podía continuar una guerra que trataba así a quienes defendían a los pobres y trabajaban por la paz. La negación de valores manifestada en el asesinato de monseñor Romero llevó a muchos a incorporarse a una guerra defensiva, porque la fuerza bruta y el dinero eliminaban a lo mejor del país. Pero ocho años después, la muerte de los jesuitas provocó asco y hastío de una guerra que ya no tenía sentido, cuando ya la idea del diálogo, impulsada activamente por monseñor Rivera y por Ellacuría y su grupo, había sido internalizada e incluso aceptada como camino de paz por algunos de los actores del conflicto. Y si algún sentido tenía todavía la guerra, lo perdió totalmente cuando la Fuerza Armada puso de manifiesto con su crimen lo absolutamente absurda que era ya la violencia.
Correlación de valores. La guerra frente a la paz. La fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza. La trasparencia del diálogo frente al discurso guerrerista. Y cuando la fuerza bruta quiso imponer su lógica y sus falsos valores, bastaron 8 muertos más para darles toda la razón a las víctimas, a todas las víctimas de El Salvador, y cambiar el rumbo irracional de la guerra. Valores regados con sangre, que cuando más débiles parecen, más fuertes se tornan. Valores que nos ayudan a entender la historia de un modo diferente y que nos impulsan también a transformar el futuro desde una nueva correlación. La correlación superior de la paz, la justicia, la solidaridad y el diálogo, frente a todo lo que lleve a la violencia, la imposición o la fuerza bruta.