Nayib Bukele ha formalizado que se encuentra en guerra abierta contra sus “enemigos”. En realidad, está en pie de guerra desde hace meses. Así, pues, esta ha vuelto de la mano de un mandatario que no experimentó la irracionalidad y la brutalidad de la guerra civil. E igual que entonces, el objetivo es el poder total y no parece dispuesto a escatimar medios para conseguirlo. La lógica guerrera somete la vida ciudadana, la economía y la política a la finalidad militar. El presidente ya ha demostrado que quienes obstaculizan la realización de sus deseos se exponen a la furia de sus redes sociales y, en cualquier momento, también a la agresión física.
A diferencia de la guerra librada por interés económico o material, a la cual se puede poner fin con dinero —a veces una cantidad desorbitada— o con la concesión del bien deseado, la movida por ambición de poder es insaciable, siempre quiere más. No repara en la destrucción y la muerte que deja en su avance hacia una meta, en sí misma, inalcanzable. El apetito de poder, en su enajenación, al final, aniquila también a los ambiciosos. Los pandilleros lo saben bien y lo asumen libremente. Libran una guerra que combina la apropiación económica, la práctica del terror y la ambición de poder. La omnipotencia derivada de la posesión de un arma de fuego es una experiencia inconmensurable. También pasajera, porque el pandillero sabe que si no termina en la cárcel, acaba en el cementerio. Aun así, pese a su fugacidad, es una experiencia única de totalidad e infinitud.
La guerra presidencial se libra en varios niveles. En las redes sociales, los incondicionales dedican tiempo y energía a la causa. En teoría, están también dispuestos a entregar sus vidas. GANA y Nuevas Ideas reproducen las órdenes de Casa Presidencial y movilizan a sus afiliados para impulsar su cumplimiento. Sin embargo, la base de poder más eficaz del presidente la constituyen el Ejército y la Policía. Ya se tomaron el recinto legislativo y el ministro de Defensa lo ha corroborado, cuando, en la juramentación de 49 mujeres, declaró que estas se habían alistado con “el único propósito de apoyar todos los planes del presidente”. La tergiversación de la finalidad constitucional de la Fuerza Armada es escandalosa, pero no novedosa. Expresa una tradición inveterada. La institución fue creada para respaldar al jefe de Estado de turno. Y así sigue, fiel a sus orígenes. No es extraño, entonces, que el director de una Policía que quiso ser “civil” se disfrace de militar.
Irónicamente, el presidente de lo nuevo se apoya en una Fuerza Armada cuyas interioridades han sido expuestas en la Audiencia Nacional de Madrid. Los testigos han demostrado que el Alto Mando es responsable directo de la masacre en la UCA y del encubrimiento institucional. La responsabilidad no es solo de los oficiales de entonces, sino también de los actuales, incluidos los comandantes en jefe, los presidentes de la República, quienes no solo se han negado a colaborar con la investigación, sino que también la han entorpecido, han protegido a los asesinos y han pagado su defensa. Muy a pesar de estos esfuerzos, los hechos ventilados en el tribunal español han encontrado amplio eco en la prensa internacional, que ha difundido la deshonra de la Fuerza Armada. Mientras los testigos hablaban, la cuenta presidencial en Twitter guardó silencio. Curioso, porque sus seguidores exigen responsabilidades al jefe de la fracción legislativa democratacristiana, pieza clave del encubrimiento institucional como abogado del Ejército, pero se olvidan de los asesinos.
Ante una declaración de guerra tan clara, cabe preguntar quiénes son los enemigos del presidente Bukele. No son fuerzas extranjeras, ni organizaciones criminales, ni siquiera los corruptos, sino Arena y el FMLN, la prensa crítica, la Sala de lo Constitucional y, en una palabra, el pensamiento libre. Si bien Hacienda ha denunciado a algunos evasores de impuestos grandes, la persecución no es general. Los acusa no tanto por evasores como por enemistad con el presidente. El adversario real no está fuera del ámbito presidencial, sino en su interior. Y muy a su pesar, puede prevalecer. Hasta ahora, el peor enemigo del presidente Bukele ha sido la improvisación, la desorganización y el afán centralizador. Muestra evidente de ello es la discusión sobre si existe o no planta de tratamiento de aguas servidas en el nuevo hospital, el desorden en el sistema de salud, las compras amañadas, la estadística imprecisa de la pandemia y la ausencia de planificación. Pero eso no es todo. Existe otro enemigo, este externo: el hambre, el desempleo, la vivienda precaria, el salario bajo, la desprotección social de la ciudadanía y el descuido de sus enfermedades crónicas, y la acumulación desmedida de riqueza en el uno por ciento de la población. Si el presidente no logra controlar la ambición de poder, tampoco podrá vencer a este otro enemigo. En definitiva, la guerra declarada es una forma, más o menos inconsciente, de defensa propia.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.