La invasión en Ucrania se ha vuelto la comida del día gracias, en parte, a la extensa cobertura que le han dado los medios de comunicación. Muchas personas y grupos opinan, pero pocas instancias serias han dado una postura sobre ese conflicto, muy probablemente porque es un problema muy complejo, con muchas aristas, que no es fácil comprender, sobre todo cuando se desconoce la historia reciente de la región. Y por si alguien lo ha pensado, no nos referimos al gobierno de El Salvador que por otras razones ha guardado un silencio que huele a varias cosas menos a neutralidad.
El conflicto en Ucrania es complicado como compleja son las dimensiones que hay que tomar en cuenta en el intento de entenderlo. Ucrania es un país formado a partir de raíces lituanas, polacas y zaristas por lo que es un Estado plurinacional con grandes minorías de hablantes de varias lenguas, entre ellas, la rusa. La guerra en Ucrania no comenzó el 24 de febrero con la invasión rusa, como mucha gente cree. No, la crisis actual es el último capítulo de una historia más larga que incluye varios protagonistas y también a más víctimas. Este país de más de 600 mil kilómetros cuadrados y casi 45 millones de habitantes está en guerra interna desde 2014. En 8 años se contabilizan más de 14 mil muertos y 50 mil heridos. Ahora, la dimensión internacional de esta crisis ha saltado a primer plano con la invasión rusa.
Las guerras no son en blanco y negro como frecuentemente nos las pintan: tienen muchas tonalidades de grises. Todas las partes involucradas dicen tener la razón y la verdad, y a veces, en el terreno de la opinión pública, se impone no quien la tenga, sino quien tiene más poderío mediático para que su narrativa sea la que pase a la historia. La desinformación es una poderosa arma de guerra para ganar adeptos. En el caso de Ucrania, mucha gente toma postura a la ligera sin tener mucha información de los no pocos matices que tiene el conflicto. Opiniones apoyan a Ucrania porque las remembranzas de la Guerra Fría los ubican de parte de Estados Unidos, otras por el contrario, apoyan a Rusia y, por consecuencia se oponen a Ucrania. La verdad completa en el conflicto, no la tiene ningún actor y, más importante, la justicia reclamada por todos, parece ser la gran ausente. El autoritarismo del presidente ruso no es desconocido, como tampoco lo es la tendencia histórica de Estados Unidos a imponer sus intereses. En medio queda un presidente ucraniano que, aunque los medios lo revistan con una capa de superhéroe en este conflicto, también tiene razones para no sentirse orgulloso, sobre todo de cara a las poblaciones pluriculturales que conforman a Ucrania y que han sido víctimas de un nacionalismo excluyente.
Sin desconocer la complejidad del conflicto ucraniano, lo que no admite dudas es que toda guerra es una herida en el alma de la humanidad. Es el signo extremo que refleja que la violencia todavía prevalece sobre el diálogo para resolver los conflictos. Cuando las hay, lo seguro es que la guerra nunca es buena para los pobres, ni para los y las trabajadoras. Ninguna razón es buena para justificar una guerra por todas las espinas que trae, como bien sabe el pueblo salvadoreño. La guerra, venga de donde venga, es en sí misma, un crimen, que produce más crímenes. El mundo se rasgó las vestiduras por la invasión rusa y realmente es imposible no conmoverse ante las atrocidades de una guerra, las escenas de inocentes civiles sufriendo, atrapados entre opciones que no son las suyas. Pero en la misma semana que Rusia invadió Ucrania, Arabia Saudita bombardeó Yemen, Israel atacó Siria y al pueblo palestino en Gaza y Estados Unidos lanzó ataques aéreos contra Somalia. Pero las escenas de seres humanos de piel más oscura, también sufriendo y muriendo, no han llenado los espacios de los medios de comunicación y la mayoría de gente las desconoce. Igual que es inaceptable la violencia militar ejercida contra la población civil ucraniana lo es también la infligida contra cualquier otra población.
Es lamentable, así como increíble, que a estas alturas de la historia, la humanidad parezca ir en franca involución. Las escenas cotidianas de violencia irracional que se ven en la calles por el tráfico, la inhumanidad exhibida alrededor de los estadios o la misma guerra muestran que una pandemia no fue suficiente para comprender que somos una sola humanidad, en un solo planeta y que, o nos salvamos en racimo, o no sobreviviremos. Es necesario poner todos los medios para asegurar la vida de la gente y para que triunfe la razón y la sensatez. Una persona humanista puede prescindir de apoyar a algún protagonista de la guerra, lo que no puede hacer es no ponerse al servicio de quienes la padecen.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 81.