El debate electoral prefiere, en general, prometer regalías y beneficios a la población, en vez de discutir problemas estructurales, sean estos de tipo económico, social o de profundización de la democracia. Incluso el debate tiende en ocasiones a disfrazarse con grandes frases para disimular el vacío de los contenidos. Una de las pocas excepciones a ese vacío estructural ha sido la propuesta del FMLN de introducir en la Constitución la posibilidad del referéndum. Pero el tema no ha sido suficientemente debatido. Y para maravilla de lo que hay que escuchar, el candidato de Arena, Norman Quijano, ha dicho recientemente que nuestra democracia no está madura para tener el referéndum como algo presente en la legislación. El asunto ha sido analizado y respondido de la misma manera, en algunas ocasiones, por nuestros propios políticos y sedicentes pensadores de derecha.
Este tipo de afirmaciones y análisis no producen más que asombro. Resulta ahora que los políticos de derecha y un sector —por lo visto, el más escuchado— de sus asesores pensantes saben que vivimos en una democracia inmadura desde 1983. Y desde entonces, al menos en el caso del referéndum, hemos sido incapaces de madurar en los cinco años que gobernó la Democracia Cristiana, en los famosos 20 de Arena y en los cuatro y medio que lleva el FMLN. Y el candidato de Arena desea que sigamos en la inmadurez democrática cinco años más, según se desprende de sus palabras. Si recurriéramos a la historia, podríamos decir que permanecemos en la inmadurez que caracterizó a la proclama-acta de la independencia centroamericana, pronunciada en Guatemala. En efecto, en aquella acta se decía textualmente que "siendo la independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala (...) el Sr. Jefe Político la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían temibles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo". El miedo que los políticos y sectores pudientes tenían al pueblo parece que perdura en el pánico que nuestras derechas le siguen teniendo al referéndum.
Ese miedo tiene sus explicaciones. Es evidente que hubiera sido difícil dolarizar la economía en beneficio de unos pocos si el tema hubiera tenido que ser sometido a referéndum. Tampoco se habría participado en la invasión a Irak si la decisión hubiera sido sometida a consulta. En general, nuestros políticos han mantenido siempre una supuesta "sana" distancia de los sectores populares. La política ha sido con frecuencia camino de ascenso social, cuando no de enriquecimiento inmoral. Y es precisamente esa política la que se opone a que el pueblo pueda opinar y, en algunos casos especiales, decidir lo que pueda o deba ser sometido a referéndum. Echarle la culpa a la democracia diciendo que es inmadura no es más que pasar la bola de los propios defectos a los demás. Porque no es la democracia la que está inmadura en el país. Los inmaduros son los políticos incapaces de aceptar el riesgo de que en algunos momentos la voluntad popular contradiga sus intereses.
Con políticos maduros no hay posibilidad de democracia inmadura. Pero los nuestros manejan tanto la madurez como el lenguaje: siempre al propio capricho. El candidato Quijano es un claro exponente del uso arbitrario del lenguaje, aunque no es el único. Todos recordamos al actual presidente diciendo que la partida secreta de la Presidencia no era secreta. Pero hay que reconocer que Norman Quijano lo ha superado aclarándonos que militarizar la seguridad no significa militarizarla y que quitar el uniforme escolar solo significa que lo entregará más a tiempo que el FMLN. O la perla entre las perlas, de la que no necesitó ni pedir disculpas porque la gente ya le entiende el lenguaje enrevesado: El Salvador no necesita ingenieros, entre otras profesiones, para su desarrollo. Y luego su partido se ríe de Sánchez Cerén porque solo es profesor y no odontólogo, como el candidato y experto en madurez democrática y lingüística de Arena.
A estos políticos inmaduros hay que cobrarles lo que dicen, sin distinción de gustos partidarios. Porque, de lo contrario, seguirán afirmando que somos nosotros los inmaduros y que por eso no nos dan más participación en las decisiones nacionales. Pero a ese ajuste de cuentas se opone la tradición de los grandes medios de comunicación, que procuran casi siempre callar los defectos del partido mejor vinculado con el dinero y resaltar los del contendiente, más alejado del poder económico. En buena parte, estos medios tienen una seria responsabilidad en la inmadurez de los políticos. En la medida en que callan las pifias de quienes tienen fuertes vínculos con el entramado económico en el que se mueven los medios de comunicación de masas, acostumbran a los políticos a opinar con impunidad, incluso cuando nos dicen que lo blanco es negro y lo negro es blanco. Tratar con tanta amabilidad a los amigos provoca que también los no tan amigos acudan —aunque con menos frecuencia, porque son más criticados— a hacer afirmaciones del mismo estilo. La democracia adquiere madurez con la participación ciudadana y no negando posibilidades de participar al pueblo soberano.