Desalojos en el Centro

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La semana pasada tuvimos de nuevo un lamentable espectáculo de violencia en las calles. El desalojo de vendedores informales lo desató. Y como de costumbre, unos culpan a otros y no se analiza el hecho de que es intolerable que en El Salvador solo sepamos arreglar los problemas de los vendedores por vías que generan violencia. La violencia es mala, decimos todos, pero nuestra incapacidad de refrenarla es notable. Y no la refrenamos porque con demasiada frecuencia no pensamos creativamente en cómo solucionar los problemas que pueden generar conflicto.

El desalojo de vendedores informales, sin soluciones previas, dialogadas y racionales, es prácticamente imposible que no produzca violencia. Porque aunque el alcalde de San Salvador diga que hay o puede haber delincuentes detrás, lo cierto es que muchos vendedores informales luchan por el pan de cada día. El problema de muchos de estos comerciantes no es el capricho de permanecer en un determinado lugar, sino el hambre que pueden pasar si no venden. Y por eso, si no hay una oferta de soluciones convincentes, habrá siempre oposición dura y conflictiva. Haga quien haga el desalojo, Arena, FMLN o Democracia Cristiana.

Es cierto que el problema no es simple, pero por la misma razón debería ser más reflexionado. El Salvador tiene prácticamente a la mitad de su población en el trabajo informal. Un gran sector de esta mitad de los salvadoreños económicamente activos son comerciantes informales. Y hay que decir con claridad, además, que una gran parte de ellos son gente honesta, trabajadora y sacrificada. Son parte de esa tradición de salvadoreños trabajadores que tanto idealizamos en ocasiones y que simultáneamente tan mal tratamos desde las exiguas y deficientes redes de protección social existentes. Si somos sinceros, tenemos que reconocer que el Estado salvadoreño les ha fallado a sus trabajadores. Y eso es muy claro cuando vemos que ha sido incapaz de incorporar a la mayoría de los trabajadores a un sistema formal de empleo, comercio y protección social. En esa situación es ilusorio pensar que se puede en un breve lapso de tiempo desalojar a todos los comerciantes informales de las calles en las que están. Hay que pensar soluciones de al menos mediano plazo e irlas aplicando con discreción y realismo. Con razón nuestro Arzobispo pide la colaboración del Gobierno, pues el problema trasciende las capacidades y competencias de una alcaldía. Arremeter, como hacen los políticos, con un discurso de ciudad limpia, libre de delincuentes, accesible al turismo, etc., no es solución. Hace falta el diálogo de todos los actores, incluido el Gobierno.

Por demasiado tiempo se han mantenido en el Centro edificios medio ruinosos que deberían haber sido confiscados en su momento y destinados a solucionar el problema del espacio para ventas. Otra posibilidad es establecer más calles peatonales donde de algún modo se pudiera albergar vendedores. Pero siendo como somos incapaces de ordenar el tráfico, es dudoso que esa alternativa sea viable. Lo cierto es que hay que buscar soluciones audaces y no conformarse con esa rutina que vemos administración tras administración, de luchas callejeras donde al destrozo de los tenderetes siguen las piedras, y a estas, las balas (de goma algunas, pero también de plomo).

Es precisamente en estos grandes temas, como el comercio o el empleo informal, donde los dos partidos grandes deberían ponerse de acuerdo, dejando de lados esas contiendas estériles de perros y gatos que nos muestran en la Asamblea. Las soluciones en El Salvador ni serán mágicas ni vendrán de un iluminado de izquierda o de derecha. Vendrán del consenso y el diálogo. Y de la construcción de alternativas viables, al menos para la mayoría de los vendedores. Por el contrario, cuanto más se deje correr el espíritu del autoritarismo y de la protesta callejera correspondiente, más difíciles serán las soluciones.

El Salvador necesita soluciones inteligentes en demasiados campos. Necesita también apuestas estratégicas de desarrollo que sean fruto de la aceptación de un proyecto que la gran mayoría pueda visualizar como posible a través de un esfuerzo y una realización común. Muchos técnicos piensan que eso se puede lograr en una generación. De hecho, hay países que lo han logrado en ese lapso de tiempo. Ni podemos rendirnos ante los problemas ni debemos dejarlos en manos de unos pocos. Ni es tarea de un solo partido político, ni será fruto exclusivo de la empresa privada. Es, y sólo podrá ser, tarea de realización común.

Pero para que eso se dé es necesario saber que todos participamos y que todos ponemos hoy nuestra cuota de sacrificio en favor de un mañana mejor para todos. Lo que no se puede es pedirles el sacrificio exclusivamente a los más pobres, que es lo que con más facilidad han hecho, históricamente, los líderes políticos. Al contrario, a los más pobres hay que tenerlos más en cuenta, puesto que ellos ya han puesto su cuota de sacrificio, muchas veces en beneficio de quienes tienen hoy riqueza y adecuado nivel profesional. Aunque no nos hayamos dignado a reflexionar sobre el tema, lo cierto es que los de más abajo siempre han trabajado más, por menos recompensa. Por eso, los de arriba lo mínimo que les deben a los de abajo es un gran respeto. Y hoy en día, conciencia de que entre todos debemos mejorar su situación.

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Anónimo
01/12/2010
04:27 am
Es indignante que en "la temporada" donde el comerciante hubiera obtenido una ganancia promedio mayor, se le quita de tajo esa oportunidad. Por lo menos era de esperar que pasara este tiempo, lo segundo es que antes de desalojar era de tener preparado los nuevos espacios a ocupar y no dejar a los microempresarios a la deriva.
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