Descanso y reflexión

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José M. Tojeira
05/04/2009

Más allá de un merecido descanso, la Semana Santa es tiempo de reflexión. Especialmente para los cristianos y para todos aquellos que de alguna manera somos parte de la herencia cristiana, tan honda y extensa en nuestras sociedades latinoamericanas. Una semana para pensar, porque en ella se nos recuerdan los momentos clave del pensamiento cristiano. No sólo en el nivel estrictamente religioso, sino también en lo que llamamos herencia cultural profunda.

Se trata de un tiempo que nos habla del sentido último de la vida. Ese sentido que por más que queramos evadirlo se nos presenta siempre. Aparece como pregunta en la muerte injusta de las personas jóvenes, en la violencia que continuamente padecemos, en la mentira, en la corrupción, en la pobreza, en el hambre de muchos, en las guerras. El mundo en que vivimos da repuesta, o intenta darla, para todo. Pero ni la ciencia ni el conocimiento ajeno nos responde adecuadamente a la pregunta que nos hacemos todos y cada uno frente al dolor, el paso rápido del tiempo, la cercanía de la muerte.

La Semana Santa nos habla de eso. Y por ello es insensato tomarla como una mera semana de vacaciones donde el desmadre, el desahogo, el alcohol, la juerga perpetua nos atonta y nos priva de la capacidad de enfrentar lo que al final nos importa más: discernir y empezar a vislumbrar el sentido de nuestra vida.

Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, nos habla de un sentido tanto personal como histórico. Nos dice que la historia avanza exclusivamente desde el amor y el servicio humilde al prójimo; desde la verdad y el anuncio profético de la misma, en permanente lucha contra la mentira; desde la fidelidad al amor que llega hasta a dar la vida. Dar la vida heroicamente, como la dio Él y muchos de sus seguidores, como monseñor Romero y otros, o dar la vida gota a gota haciendo el bien día a día en la medida en que nuestra condición débil y vulnerable puede conseguirlo, también hasta el heroísmo.

Nos dice que la existencia humana sólo tiene sentido desde el don de la vida, recibido agradecidamente. Y sólo mantiene ese sentido continuando desde la propia existencia esa capacidad innata del ser humano de darse, de entregarse, de convertirse en don y servicio a los demás. El dinero se pudre, el poder desaparece, la fama se apaga con el tiempo. Jesús anuncia que el amor resucita, pervive y permanece para siempre. Parafraseando a san Pablo, estupidez para quienes quieren vivir la vida desde los resultados y los triunfos personales inmediatos, y escándalo para quienes anhelan sentirse justificados por sus actos externos. Pero fuerza íntima y profunda, que termina estallando universalmente, para quienes se dejan penetrar por la buena noticia de que el amor resucita y de que ha resucitado ya en la persona de Jesús de Nazaret.

No se trata de negar el derecho al descanso. Pero perder una Semana Santa centrándose exclusivamente en la diversión y en la carcajada estéril no hace más que conducir la vida hacia la falta de sentido. Esa falta de sentido que después se multiplica en muerte, en fracaso, en injusticia social, en país débil y vulnerable.

En todo descanso pretendemos siempre reencontrarnos con la felicidad. Y la dicha verdadera viene cuando el sentido de la vida se nos hace más transparente, aun en medio de las oscuridades por las que todos pasamos. Entonces recuperamos la alegría. Esa felicidad honda que nada ni nadie nos puede arrancar, porque está cimentada en la más íntima esperanza de vida plena. Esa alegría de la existencia que se contagia de miles de formas, en la vida cotidiana, en la relación con los demás, en esa especie de ebriedad que viven los enamorados y que de otra manera viven también los que han pasado por una verdadera conversión a la esperanza.

Semana Santa, semana de reflexión, de descanso sereno, de crecimiento en esa esperanza honda en la vida que resucita. Semana que nos ayuda a recuperar el sentido de nuestro peregrinaje en esta tierra. Fray Luis de León, un poeta clásico del Renacimiento, contemplando al Jesús crucificado como un símbolo perenne y vivo de amor, decía en una de sus poesías: "Aquí Señor yo quiero, llegar a tu justicia yo el primero". Que esta Semana Santa aporte justicia —en el pleno sentido de la palabra— a esta existencia nuestra, tan llena de preguntas y de inquietudes.

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