La violencia no sólo nos acosa, sino que nos impide trabajar con paz, nos llena de temores y destroza posibilidades de cohesión social. Fomenta la migración o la multiplicación de la exclusión a base de reforzar ámbitos de seguridad para quienes pueden crear una relativa burbuja aislada de los peligros de la delincuencia. Poner seguridad en la colonia en la que se vive; alambrar las casas (incluso electrificarlas); descansar en ranchos privados o en centros comerciales caros, exclusivos y con abundante seguridad; prescindir del transporte público y optar por el vehículo privado son algunas de las estrategias contra la violencia. Aminoran los riesgos individuales, pero nos desentienden de la solución del problema y nos convierten en personas de escasa solidaridad social. Y a menos solidaridad, se multiplica la tendencia al menor desarrollo social y a la mayor diferencia social y exclusión. Y se agrava el problema de la violencia
Por eso, ante esa violencia que trata de acallar toda posibilidad de respuesta humanizante a los problemas sociales y personales, es imprescindible optar por el diálogo. Un gran diálogo nacional que nos ayude a entender el problema a todos y que posibilite encontrar caminos de solución con amplio respaldo nacional. Las soluciones de mano dura implementadas en el pasado han sido un soberano fracaso aquí y en el resto de Centroamérica, al igual que lo son, para el conjunto del país, las soluciones individuales. La violencia que mata, destruye, atemoriza, aísla sólo se puede derrotar desde un amplio diálogo que también cree la conciencia de que unidos podemos hacer algo tanto contra las raíces de la violencia como contra la violencia misma.
Pasamos del incendio del microbús en Mejicanos a la masacre de los emigrantes en México, y ya casi ni nos impacta la noticia de un niño asesinado y degollado. Según las Naciones Unidas, la reducción del mercado de la heroína y la cocaína en Estados unidos ha provocado la despiadada lucha de los carteles de la droga por los territorios de venta. Y esa dimensión de enfrentamiento, continúa el informe de una de las dependencias de la ONU, se está trasladando a Centroamérica. La desigualdad, la cultura autoritaria y la tradición heredada de nuestras guerras sucias (en las que la tortura y la masacre eran tan frecuentes como la tortilla cotidiana) se unen ahora a esta nueva dimensión de los pleitos entre carteles, cuyo poderío económico estamos viendo con mayor claridad al encontrar enterrados barriles millonariamente repletos de dólares.
El Consejo Económico y Social está trabajando el tema y manteniendo un amplio diálogo sobre la violencia. Y el Consejo Nacional de Educación, por su parte, ha diseñado ya un camino de diálogo nacional en torno a la violencia, que esperamos comience en breve. Un diálogo que trata de abarcar a todos los sectores de buena voluntad, para que en él expresen sus problemas frente a la violencia y los caminos de solución a los que aspiran. Un proceso de diálogo que nos lleve a aportar, a unirnos en criterios y a presionar en favor de soluciones. Una participación dialogada que incluya a todos, y sobre todo a la sociedad civil, como expresión de la ciudadanía de a pie, tan golpeada en tantos aspectos por la brutalidad imperante. Una dinámica que tenga como meta la creación de una verdadera cultura de paz y como estrategia la propuesta permanente de acciones que nos lleven a frenar y controlar la violencia.
El desarrollo no es posible con violencia; los negocios, especialmente los de la pequeña y mediana empresa, no son posibles con violencia; la educación con equidad no es posible con violencia; la confianza ciudadana, base del desarrollo, no es posible con violencia. Si el problema es de todos, la solución también tiene que ser de todos. Y una solución de todos sólo es posible desde un diálogo lo más amplio posible y desde aportes caracterizados por la cultura de paz. La solución a la violencia no puede venir desde una violencia mayor, sino de una comprensión de las raíces de la misma, desde un esfuerzo mancomunado por crear una cultura de responsabilidad ciudadana y desde una superación de las lacras de exclusión, desigualdad social y violencia estructural que todavía persisten en nuestra sociedad salvadoreña.
El Consejo Nacional de Educación, precisamente por ser un organismo plural, en el que se juntan colegios católicos con institutos públicos, universidades privadas y públicas, católicos y evangélicos, antiguos funcionarios de Arena con funcionarios del FMLN, gremios magisteriales con representantes de sectores privados y públicos, ofrece una posibilidad amplia de diálogo. Si no la aprovechamos, seguiremos girando en esta infernal rueda de caballitos que nos lleva a olvidar los horrores cotidianos a base de contemplar los del día siguiente. El incendio y masacre de un microbús y sus usuarios, el 21 de junio, sacudió y conmocionó a la ciudadanía salvadoreña. Ahora el hecho está ya casi olvidado en medio de otras barbaridades igualmente crueles y en medio del miedo que, ante la incapacidad de responder adecuadamente a un problema, tiende siempre a olvidar la brutalidad. Frente a reacciones de limpieza social, tan brutales como lo que se pretende eliminar, o frente a reacciones de olvido y pérdida miedosa de memoria, el diálogo es el único camino racional y humano. Diálogo entre todos y todas para encontrar soluciones para quienes conformamos este conjunto humano, abigarrado y apretado, que llamamos El Salvador. Bienvenida sea la iniciativa del Consejo Nacional de Educación.