En la víspera del 19 de julio de 1980, la población de El Apinte había escuchado siniestros rumores: la muerte violenta y otras atrocidades, la devastación y el sufrimiento acechaban a esta gente humilde y trabajadora, pues era inminente la ejecución de un operativo de la Fuerza Armada de El Salvador en la zona. En ese caserío del cantón Peña Blanca, municipio de Victoria, en el departamento de Cabañas, vivía una niña de apenas doce años: Digna de nombre y digna en humanidad. Eso que ocurrió hace treinta y tres años fue relatado por ella hace unas semanas, en el marco del quinto Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador, realizado del 20 al 22 de marzo.
En la mañana de aquel funesto día se escuchaban tiroteos cerca de los cantones Santa Marta, El Bosque y Los Talpetates, próximos al sitio donde Digna y su familia vivían en medio del resonar cada vez más fuerte de los tambores de guerra. La tropa gubernamental bajó de un cerro aledaño y aviones sobrevolaban por el lugar, sin atacar aún a la población civil no combatiente. Desde que a lo lejos oyeron las detonaciones, su madre (Lidia) y ella se fueron a la casa de su hermana Angelita, donde ya estaba la otra hermana: Adelaida. Al iniciar la tarde, se pusieron a moler maíz y a echar tortillas. La idea era evitar, así, que les hicieran daño.
Al poco tiempo, llegaron varios soldados. Tras comerse todas las tortillas hechas, le preguntaron a Angelita por su esposo. "No está", les respondió, y comenzaron a insultarla hasta que un soldado le ordenó a otro matarla. El primer disparo le arrancó un brazo; luego, vino la decisión fatal: "¡Terminala!". Tronó el segundo proyectil que le impactó en el pecho y acabó con su vida. Después sacaron a Adelaida, quien tenía ocho meses de embarazo; igual, le preguntaron por su esposo y la respuesta fue la misma: "No está". Corrió la misma suerte que su hermana: dos disparos mortales se alojaron en su pecho. Ya muerta, le abrieron el vientre con un cuchillo, le sacaron al bebé en gestación y lo lanzaron al aire para atravesarlo con el arma blanca.
La soldadesca no permitió que recogieran los cadáveres y un cerdo se llevó el brazo de Angelita para devorarlo. Digna siguió al animal y se lo quitó; de paso, observó a toda la tropa: eran cien, aproximadamente. Asustada, regresó donde su madre, quien le dijo que llamara a su tía Teresa para que les ayudara a levantar los cuerpos de sus hijas asesinadas, a quienes introdujeron en la casa y así, a oscuras, pasaron la noche. Los militares durmieron en la capilla y al día siguiente, alrededor de las diez de la mañana, llegaron algunos a la casa donde estaban las sobrevivientes. Amenazaron a Lidia por haber evitado que los animales se comieran los cuerpos de sus hijas, la ultrajaron y la golpearon; cuando estaban a punto de matarlas a todas, apareció un oficial que evitó la masacre. A la tía Teresa también la torturaron y asesinaron.
Esa es, en síntesis, la historia que narró Digna y que transmitió Radio YSUCA para ser escuchada en el país y el mundo. También es un ejemplo claro e inobjetable de la barbarie que soportaron cientos de miles de víctimas, porque fueron y son quienes la padecieron en carne propia, junto a sus familiares y las comunidades atacadas e incluso arrasadas. Y tras ese sufrimiento, Digna (casada, madre de dos hijos y cinco hijas) vive hoy en condiciones de extrema pobreza en un municipio de Cabañas.
A pesar de los pesares pasados y presentes, con su declaración ante el Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa, Digna les arrancó lágrimas a sus integrantes y al público presente. Al finalizar su testimonio, entonó con preciosa voz la canción escrita por su padre, que narra otra masacre: la del 1 de marzo de 1981 en la comunidad donde ahora vive, también víctima de la barbarie oficial. Además, Digna participó en los talleres psicosociales al final de cada jornada del Tribunal. ¿Qué hacían, decían y sentían en esos espacios las víctimas? Compartían entre sí las emociones que el evento les generaba. Digna enfatizó la necesidad de participar en estos ejercicios terapéuticos y en actividades como el mismo Tribunal. Además, dijo sentirse muy bien al estar con otras víctimas de diferentes partes del país. Finalmente, el sábado 23 de marzo asistió al encuentro de jóvenes y víctimas que reunió a más de trescientas personas.
Todas estas actividades tuvieron lugar en el campus de la UCA. Pero hubo otras que no, como la presentación de cuarenta demandas en la Fiscalía General de la República por parte de las mismas víctimas, entre las cuales estaba, por supuesto, Digna. Cabe destacar que la fiscal que se la recibió lloró, conmovida por la dolorosa experiencia vivida por Digna siendo niña.
El valenciano José María Tomás y Tío, presidente del Tribunal, habló tras escucharla y concluyó con estas palabras: "Cuando usted decía que daba gracias a Dios por estar viva y poder estar aquí para contarlo, nosotros le podemos decir que también le damos gracias por estar aquí y haber podido escucharle. En ocasiones, los padres parecen ser profetas y, en su caso, cuando relataba lo que nos ha querido contar, yo me acordé de sus padres, fíjese. Y me acordé de sus padres porque, seguramente, no pudieron elegir un nombre mejor para usted. Su dignidad es la que a nosotros nos hace sentir que podemos hacer justicia, a nosotros y a todas las personas que están aquí. Porque la justicia no es privilegio de los tribunales, felizmente. Es privilegio de todas aquellas personas que somos capaces de descubrir y sentir con lo que usted nos ha contado. Así es que yo les pido que le demos el mejor aplauso que podamos".